¿Cómo se explica que una mujer que vivió en la Edad Media, sin ser hija de reyes ni ostentar título alguno relacionado con la realeza, fuese dueña de un importante número de propiedades y recibiese directamente del rey continuos favores en forma de rentas? Esa mujer fue doña Teresa Gil, fundadora del monasterio del Sancti Spíritus de Toro, y, a decir de los historiadores, la respuesta a tal pregunta es que, como se sospecha, fuese la amante del rey Sancho IV El Bravo, esposo de la reina María de Molina, señora de Toro.

Lo cierto es que nada hay escrito que aluda directamente a tal hecho, pero si existen indicios, como apunta José de Castro Lorenzo, autor de un libro que bajo el título «Retrato de Teresa Gil» presentará el día 30 de este mes en el mencionado convento, donde reposan los restos de su fundadora y donde se exponen los ropajes con que fue encontrada hace pocos años su momia, los cuales han sido restaurados y constituyen un ejemplo único en España de este tipo de vestigios textiles. Para De Castro, sin embargo, lo más destacado de Teresa Gil fue su «grandiosidad moral», ya que, teniendo «rentas y poder para haber hecho lo que hubiera querido, sin embargo, legó grandes cantidades de dinero».

Este rasgo, señala, quedo puesto de manifiesto también en que, pese a no ser «una mujer de primera línea, se supo labrar un porvenir». Bien es verdad, eso sí, que lo hizo merced a las «gracias« que recibió. La primera donación le llegó del padre de Sancho IV, Alfonso X El Sabio, quien le cedió un «enorme terreno» en la localidad lusa de Setubal «para que no se muriera de hambre». A decir de algunos, subraya el autor de la investigación, la donación se realizó a través de su hijo, «que le instigó para que lo hiciera». Sea como fuere, la relación de doña Teresa con el monarca «Sabio» derivó de su padre, Martín Gil, un «alto elemento de la nobleza, un político», que estuvo a su servicio e incluso llegó a ser su testamentario. Gil, apostilla el auto, «era portugués de origen, pero en aquel entonces la frontera con Castilla era muy permeable». Teresa llegó a España procedente de Portugal enmarcada en un grupo de emigrantes que provocó la batalla de Aljubarrota y permaneció en la corte de Sancho IV desde los 8 a los 25 años.

Una de las pistas que conducen a la mencionada hipótesis de que ambos fuesen amantes son las menciones que a la dama portuguesa se hacen en las cuentas de Sancho IV. En ellas se hace una relación de los 15.000 maravedíes mensuales que el rey le entregaba religiosamente, y se hace mención a las rentas que recogía procedentes de determinados terrenos. «¿Cómo se entiende que el rey le diera estas rentas si no era a cambio de algo?, se pregunta José de Castro, quien puntualiza, además, que Sancho IV «no era ningún santo». Las donaciones, prosigue, «eran injustificadas» y recuerda que, entre otras muchas, también le entregó «miles de hectáreas» en las localidades vallisoletanas de Arroyo de la Encomienda y Zaratán, lo que le valió unas rentas «que recibió en vida y las disfrutó en vida. Todo ello le permitió vivir muy holgadamente, hasta el punto de que tenía a su servicio en la casa de Valladolid a cuarenta personas. Personal al que, por cierto, designa en su testamento «de uno en uno les otorga diversas donaciones, especificando su destino, como por ejemplo para casarse, para ingresar en un convento, etc», lo que da prueba de su «generosidad». Su situación económica le valió, no en vano, el sobrenombre popular de «La rica hembra de Castilla». Por cierto, que el libro recoge íntegramente el testamento.

Los historiadores encuentran otro rastro de su vínculo amoroso con el rey en la relación mantenida con su esposa, la reina María de Molina, quien, un año antes de desposarse con el monarca la envía de abadesa al convento de las Huelgas Reales de Valladolid en un intento, parece ser, de «quitarsela de en medio y que tuviera un recurso para poder vivir», ya que, como aclara De Castro, el ser abadesa implicaba «una especie de título nobiliario que le permitía recibir todas las rentas del convento». Antes lo había sido también de un pequeño cenobio durante un espacio corto de tiempo, pero en las Huelgas estuvo durante quince años.

Según el autor del trabajo, no se ha podido constatar oficialmente la relación de amantes al no constar nada por escrito, lo cual piensa que fue así porque no tuvieron descendencia. Esto se sabe gracias al estudio antropológico realizado en la momia que fue descubierta en el año 2001, en que se llevó a cabo la restauración del sepulcro de esta rica dama por parte de la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Madrid durante la campaña de verano. Ese mismo estudio permitió saber también que fue «una mujer guapa en conjunto, de estatura no demasiado baja para la época y que parece que murió de un proceso agudo». es decir, a causa de la edad, ya que falleció en el año 1310 a los 53 años, siendo una cifra elevada teniendo en cuenta la esperanza de vida en la Edad Media. Los ropajes con los que apareció amortajada, de gran riqueza de notan, así mismo, según los expertos, que no estaba demasiado contenta con su condición de abadesa o de haber sido recluida en un convento, que viene a ser lo mismo, ya que dejó patente con ello que no era su intención ser monja y, por tanto, no quiso vestir los hábitos.

Si mando, sin embargo, construir un convento, como así refleja su testamento, bajo la advocación de San Salvador, aunque no especificó el lugar. Su testamentaria, es decir, la persona encargada de hacer cumplir sus últimas voluntades, fue precisamente la reina María de Molina, quien hizo caso omiso de los deseos de su supuesta rival y acordó que el monasterio estuviese dedicado al Sancti Spíritus. Como quiera que la monarca era señora de Toro, eligió esta ciudad para mandar construir el convento. Para ello expropió el terreno que albergaba el cementerio de los judíos y su nieto, Alfonso XI, donó después «más dinero y propiedades para que se ampliara». Otro mandato de su testamento tuvo que esperar, así mismo, 30 desde su muerte para que se cumpliera: el de ser enterrada en el mencionado monasterio. Teresa Gil murió en Valladolid murió en Valladolid y fue enterrada inicialmente en Zamora en un convento que actualmente ocupa la sede de la Fundación hispano-lusa Rei Afonso Henríques, para ser trasladada finalmente a Toro tres décadas después.