Hace doce años -ahora tiene 62- que a la toresana Pilar García Medina le tuvieron que cortar un pecho y la cuarta parte del otro tras detectarle un tumor y después de haberle extirpado otros dos «bultos» años antes. «Pilar, ¿estás sola en casa?, porque te tengo que dar una mala noticia: el lobo está asomando las orejas y hay que operar inmediatamente», le dijo su médico por teléfono. Pero aquello no fue lo peor, «yo aquello, como ni no lo sufriera», dice, lo peor vino hace dos años cuando a la menor de sus tres hijas, Pilar Díez García, con tan solo 26 de edad, le dieron la misma noticia. «Lo que más he sufrido es lo de mi hija, ha sido... ya lo voy asimilando un poco más, también gracias a la ayuda de la psicóloga, pero...», relata su madre sin poder contener la emoción. «Cuando me quitaron el primer bulto, que ella tenía seis años», continúa, «le pedí a Dios y a la Virgen del Canto llorando a lágrima viva que por lo menos me dejara hasta que ella tuviera 20 años y que ya se valiera por sí sola, pero ahora, si Dios está de que pase algo en mi casa, que me lleve a mí y que mi hija siga para adelante, que yo al fin y al cabo ya he vivido».

Mientras lo cuenta, Pilar recibe la reprimenda cariñosa de su hija, una joven envidiablemente vital y de un optimismo contagioso: «La enfermedad es muy dura por todo lo que conlleva: la operación, los tratamientos, los cambios físicos..., pero a nivel personal yo puedo decir que me ha enriquecido mucho y que superar un cáncer te da una versión muy distinta de la vida y te enseña mucha cosas, sobre todo a valorar lo que tienes y a la gente que te rodea; aprendes también a relativizar los problemas, a valorar lo realmente importante», comenta.

Madre e hija se han reunido para hacer este reportaje junto a otras personas que luchan contra la enfermedad, Mauricio Gómez García y Francisco Pérez Rodríguez, en el convento de clausura de las Madres Sofías de Toro, una de cuyas hermanas, Sor Visitación, se ha brindado también a aportar su experiencia. Ángel García, el presidente de la Junta Local de la Asociación Española Contra el Cáncer de Toro, que es además tío de Mauricio, les acompaña. Son como «una gran familia». «A la asociación le daría lo que no tengo; están haciendo una labor increíble, yo estuve diez años que no salía de los hospitales y pude ver cómo las voluntarias sacaban cambiadas de su despacho a personas que estaban totalmente hundidas», dice la que fuera hasta hace poco priora del monasterio de Santa Sofía. Ha visto morir de cáncer a su madre y a su hermana con 48 años, a su hermano con 59 y a algunas compañeras. Por eso, dice, «antes de que el médico» le anunciara lo que tenía, ella ya lo sabía. «Todo eso lo tengo yo», asegura que exclamó tras hojear una revista mientras aguardaba a que finalizara la sesión de quimioterapia a la que estaba sometida otra hermana del convento. Tenía los síntomas más evidentes de un cáncer de colon, pero prefirió anteponer sus obligaciones como priora y esperar un tiempo hasta que decidió ponerse en manos de los médicos. Tuvo suerte, no había infiltraciones, y once años después -ahora tiene 70- lo puede contar, pero reconoce que no atajarlo inmediatamente fue un error.

De la importancia de la detección precoz sabe mucho la joven Pilar. Fue ella misma, en vistas de los antecedentes familiares, quien se descubrió el «bulto» en una autoexploración rutinaria. «La gente me pregunta cómo es que lo llevo tan bien, y yo siempre les digo que me siento afortunada porque he llegado a tiempo y llegar a tiempo es una victoria, además, no me quedé anclada en esa etapa en que te preguntas por qué te pasa esto siendo tan joven, yo pensaba: bueno, me ha tocado a mí, pero hay que tirar para adelante», relata Pilar, que no quiere olvidar la inconmensurable ayuda que supone poder contar con el apoyo «de la familia, de tu pareja, de los amigos y, por supuesto, de la asociación».

Para Sor Visitación, como cabe pensar, la fe ha sido el pilar más fuerte en el que se ha apoyado, aunque puntualiza que «también depende del carácter de cada uno, porque aquí ha habido varias hermanas con la enfermedad y cada una se lo ha tomado de una manera, ahora hay una que no quiere ni hablar de ello». Ella no se lo ha podido tomar mejor: «Me lo he tomado con mucho optimismo, ni un momento me he sentido deprimida, al contrario, a veces doy gracias a Dios de que me haya dado un cáncer, porque es una enfermedad como otra cualquiera». En el caso de la madre de Pilar la fuerza para seguir adelante se la dieron sus hijas: « jamás se me pasó por la cabeza la idea de que me iba a morir, yo sufría mucho porque tenía tres hijas, todas estaban estudiando fuera y lo que me preocupaba es que no pudieran sacar la carrera por lo mío; yo decía: tengo que luchar por mí, pero sobre todo tengo que luchar más por mis hijas».

«Te devuelven con creces, colaborando en todo, la ayuda que se les presta desde la asociación, no saben cómo agradecértelo», dice Ángel García, el presidente de la Junta Local en referencia a enfermos y familiares. Una ayuda que se canaliza a través de diferentes vías: la burocrática, intentando «agilizar» la realización de pruebas médicas o la llegada del diagnóstico; a través de los talleres ocupacionales, propiciando distracción y entretenimiento -«yo voy allí y se me olvida todo, es como si fuéramos una familia, porque no estás sola, ves que hay mucha gente como tú, aunque no estamos todo el día hablando de la enfermedad, no nos encerramos en lo nuestro, para nada», comenta Pilar Díez, que es tesorera de la asociación, en este sentido-; o a través de la compañía que procuran los voluntarios durante la estancia hospitalaria.

Especialmente valorada es la ayuda psicológica, por la que todos acaban pasando: «es imprescindible sacar lo que tienes dentro, decirle a alguna persona todo lo que sientes, y para eso es muy importante la labor de la psicóloga», apunta Pilar hija al respecto, y, por supuesto, no solo valorada sino muy admirada resulta la labor realizada por el equipo de Cuidados Paliativos.

Hace tres años que la mujer de Mauricio, Petra, falleció de cáncer de mama después de siete luchando contra la enfermedad. Durante el último año, ya en fase terminal, recibieron asiduamente la visita de Daniel y Rosario, el médico y la enfermera de este servicio: «establecieron una relación casi de familia; si llegaban y les cogían almorzando les hacían sentarse con ellos», comenta Ángel, su sobrino, quien recuerda que «el médico le dijo una vez que se tenía que ir de vacaciones y le preguntó qué quería que le trajera, un niño y una niña le dijo, y le trajo un muñeco y una muñeca que mi tío tiene ahora guardados en una vitrina y no se los deja tocar a nadie». En marzo pasado a Mauricio, con 81 años, le apareció un «bulto» detrás de la oreja que resultó ser un carcinoma. Fue «duro», rememora Ángel, porque «tuvo que decidir entre operarse o darse quimio y radio, y optó por lo segundo, porque la operación era muy agresiva, tenía que quedarse sin parte de la lengua y no iba a poder hablar». «Yo lo mío lo llevo bien, la mujer sufrió mucho», apunta Mauricio, que ahora «hace su vida normal, va a la finca, poda sus viñas, juega la partida y colabora en la asociación», sobre todo cuando hay que salir a pedir colaboración económica: «cuando llego allí voy con la hucha llena», cuenta sonriendo.

En el caso de Francisco -74 años- la aportación más directa a la asociación es la de su esposa Angelines, miembro de la directiva, aunque también su hija, enfermera, colabora. Los más de cuarenta años de fumador de Paco le llevaron a que hace cinco le fuera detectado un cáncer de pulmón del que fue operado en Pamplona. Una enfermedad que no le ha borrado la sonrisa, pese a que en este tiempo ha tenido que enfrentarse también a una intervención en la próstata, «porque detrás estaba el gusanillo» y a otra en la vesícula para extirparle un cálculo. Ahora solo lamenta, aunque con la boca chica, que no le dejan moverse: «tengo dos enfermeras, mi hija y mi esposa, que es como una enfermera de cuidados intensivos; me cuidan demasiado, no me dejan hacer nada, en cuanto hay un poco de frío no me dejan salir». Mientras, Ángel García mira a todos entre orgulloso y emocionado: «es que muchas veces no puedes desconectar y te lo llevas todo para casa; se establece una relación con la gente, los aprecias mucho, a ellos intentas transmitirles ánimos, pero uno a veces decae, no lo puedes evitar».

La conversación la concluye Pilar hija (o Pilarín, como la llama el doctor Feijó, al que «se le saltaron las lágrimas cuando comunicó a la familia que todo había salido bien») «que se enfrenten a la enfermedad con esperanza que, como dice nuestro lema, queda mucho por vivir».