El profesor asociado de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca, Santiago Samaniego Hidalgo, ha estado recientemente en Toro para hacer una visita al palacio de los Condes de Fuentesaúco, un espléndido edificio situado frente a la iglesia de San Lorenzo, en manos del toresano José Antonio del Pozo, que se encargó hace ya tiempo de su rehabilitación. Samaniego quería conocer a fondo el que fuera sede del Condado de Fuentesaúco, sobre el cual está realizando una exhaustiva investigación que tendrá como objeto un próximo libro. Ser cronista oficial de la localidad zamorana, a medio camino entre Toro y Salamanca, le llevó a interesarse por la historia.

El condado, que se bifurca en dos etapas «claramente diferenciadas»: la toresana y la cordobesa, fue constituido cuando el rey Felipe III otorga en 1612 el título a una familia toresana muy conocida, los Deza, aunque la construcción del palacio fue anterior, ya que fue promovido por Antonio de Deza y Aguila, caballero de Calatrava, a finales del XVI. Antes de adentrarse en la historia del Condado como tal, el profesor Samaniego estudia «todos los mecanismos sociales y económicos que llevaron a una familia como los Deza, más o menos corriente, a promocionarse y llegar a obtener ese título». Las políticas matrimoniales fueron una de las causa, aunque también las «amistades» en la Santa Sede de uno de sus miembros, el cardenal Pedro de Deza, así como la «coartada política» propiciada por sus buenas relaciones con personajes distinguidos de la Corte. A partir de aquí se desarrollan los «avatares» del título lo que, prácticamente viene a devenir es «un estudio de la historia de España al socaire de esta familia, sus altibajos, sus miserias, sus altezas, que son en el fondo la historia de este país».

El llamado por el profesor «período toresano» finaliza en el año 1671, fecha hasta la que residen en el palacio mencionado, desde el cual dirigen el Condado. Una de sus funciones, en marcada en los derechos anejos que ostentan, es la del nombramiento del alcalde mayor de Fuentesaúco. A partir de ese año se producen algunas «presencias personales» en Toro, aunque con carácter temporal.

La etapa cordobesa se inicia cuando, tras fallecer un conde sin descendencia, el título pierde la línea progenitora y pasa a una hermana, que residía en la ciudad andaluza. De esta parte, el profesor destaca algunos períodos «interesantes», como cuando un conde se casa con María Ignacia de Danzos y Taboada, una abogada que detenta el Condado de la Mesada (Galicia) y que es Grande de España «de primera clase», lo que hace «reavivar la atonía» en que estaba sumido el Condado de Fuentesaúco, que «vuelve a adquirir importancia y se reactiva el título». Tempos después y «dando tumbos», la llegada a la familia de la cuarta Marquesa de Mejorada del Campo hace que se consiga el Marquesado de Guadalcázar (Córdoba), que, como puntualiza el autor del estudio, «tiene una importancia muy grande para la historia de España». Los problemas de morosidad con el llamado servicio de lanzas que tenía este marquesado , llevan a confinar al Conde de Fuentesaúco a Pamplona, pasando a detentarlo temporalmente su madre, la Marquesa de Mejorada del Campo, pero, con la invasión francesa, en 1808 el conde marcha a Francia con el rey en calidad de gentilhombre. Se casó dos veces y al morir el condado es de nuevo ostentado por su madre, puesto que sus cinco hijos eran menores. A la mayoría de edad pasa el título al progenitor, que muere, con lo que deriva en su hermanastro, momento a partir del cual «el tema se embrolla», apostilla Samaniego. A lo largo de su historia, la familia consigue varios títulos. En la actualidad los ostentan José María Castillejo y Oriol, casado con Ana Mª Chico de Guzmán y March.

El edificio conserva su estructura original

Samaniego calcula que el palacio de los Condes de Fuentesaúco dejó de pertenecer a la familia descendiente de los Deza hacia 1870, año en el que fallece Fernando Afonso de Sousa de Portugal, que ostenta el marquesado de Guadalcázar y que deja «uno de los testamentarios más grande que ha habido en España», tras lo cual comienzan a vender las propiedades. El profesor apunta también como causa del traspaso de la casa familiar toresana al quedar en 1837 reducidos los título nobiliarios al nombramiento, quedando eliminados los derechos económicos, lo que provoca la necesidad de deshacerse de los bienes al no conseguir otro tipo de rentas.

El noble edificio conserva, a excepción de un pequeño cuarto en su primer piso, su estructura original y se mantiene en un muy buen estado de conservación, tal y como pudo comprobar Samaniego, quien ha querido dejar constancia de como «gracias a la iniciativa privada, hay personas que, sin ayudas institucionales, solo con su gusto, entrega y tesón, están conservando esta parte de nuestro patrimonio», como es el caso de José Antonio del Pozo, actual propietario, quien lo adquirió a la familia de Francisco Casas y Ruíz del Arbol, o como Javier Vila, a quien también ha mencionado por su recuperación de la antigua iglesia de San Agustín. Del edificio, destaca su espléndida portada con sillares almohadillados de tipo florentino-posiblemente fruto de algún arquitecto italiano de la confianza del cardenal Deza-, sus balcones y sus rejas originarios, los escudos de los Deza y los Aguila, así como su «maravilloso jardín» con un aljibe original y la bodega con su inmenso lagar, que hizo que Samaniego se llevase una «sorpresa» por la «dimensión vinatera del Condado».