Cien años después de que se proclamase la celebración de una jornada de lucha específica para la mujer y sus derechos, nadie duda de los avances, pero el hecho de que tenga que seguir celebrándose significa que es necesario continuar trabajando en pro de esa reivindicación, la cual llega a ser vital en algunos países. Sea como fuere, los logros actuales son causa de un arduo y legendario camino que, a decir de algunos, se inició nada menos que en la Antigua Grecia cuando Lisístrata llevo a cabo una huelga sexual contra los hombres y siguió en la Revolución Francesa con la petición del sufragio femenino, y que, mucho más cerca ya, nos han marcado nuestras más inmediatas predecesoras, simplemente con su experiencia, aunque no hicieran de ello una batalla o tan siquiera algún tipo de reivindicación.

Es el caso de mujeres que como las toresanas Saturnina Lorenzo, Teresa Andrés, Encarna González "Chiqui", Rosario García "De Greval" o Sor Lola, todas muy populares, a las que el Colectivo de Mujeres de Toro ha querido hacer un reconocimiento público por representar la visión de mujeres que «se han hecho a sí mismas» y que llevan tras de sí una vida de intenso trabajo. Es la mejor forma de celebrar el Día Mundial de la Mujer Trabajadora, el próximo domingo, 8 de marzo.

La más veterana, Saturnina, rememora desde la residencia San Agustín sus «dificultades» para «encontrar trabajo» en la postguerra siendo, además, hija y hermana de fusilados, por lo que desde muy joven vio personificada en su madre la lucha por la supervivencia. Licenciada en Químicas, llegó a impartir clases en tres centros a la vez para conseguir un sueldo medianamente digno. Estuvo después cinco años impartiendo clases en el instituto hasta que «consiguieron» echarla , pero no se amilanó y aplicando un máxima que ha llegado a ser toda una filosofía de vida para ella: «a grandes males, grandes remedios», consiguió aprobar las oposiciones de E.G.B., pese a los obstáculos que durante años le puso en el camino un antiguo adepto al Régimen. «El trabajo no es exclusivamente para obtener un salario, porque, si solo nos fijamos en el dinero, puede parecernos una carga; si lo haces porque te gusta y lo eliges, te realizas como persona». Ella ha tenido la suerte de pertenecer a esta categoría., pero quiere puntualizar: «el trabajo retribuido da independencia a la mujer, pero lo importante es que sea una elección personal, porque hay mujeres que prefieren dedicarse a su casa y otras profesan en una orden religiosa y son felices». Saturnina ve con gran satisfacción como muchas mujeres «han llegado a ocupar puestos de responsabilidad», pero no olvida que para llegar a ello ha habido que pasar por trances ahora intolerables: «la mujer estaba sometida al varón toda su vida, primero al padre y luego al marido, y estaba tan acostumbrada que si se quedaba viuda seguía buscando el criterio en algún hijo u otro familiar varón».

Teresa Andrés se jubila el año que viene tras 50 años de trabajo. Comenzó con 14 y cuatro años después, en 1964, montó su propia peluquería, aunque para ello tuvo que ponerla a nombre de su padre. «Fue muy duro», recuerda, «no había horarios, las mujeres salían del cine a las 10.30 de la noche y venían a la peluquería; trabajaba los domingos y en Nochevieja podía estar peinando hasta las una y media de la madrugada». Las cosas, afortunadamente, «fueron cambiando, la gente está mejor educada», pero no puede olvidar que aquello «me quitó mucha libertad para vivir la juventud, porque, por ejemplo, en las fiestas de San Agustín yo estaba trabajando hasta las doce de la noche y al día siguiente me venían a buscar a casa porque a una señora le venía bien que la peinara a las siete de la mañana». Aún con todo, le ha permitido vivir su soltería con una gran «independencia» y poder decir que no ha tenido «que demostrar a nadie nada, me lo he demostrado a mí misma». Así que, concluye, «yo celebro todos los días el 8 de marzo».

Chiqui, como la conocen todos en Toro, cree que ahora las jóvenes «tienen más oportunidades de formarse, pero a la hora de encontrar un trabajo lo tienen más difícil, porque antes, como había pocas mujeres en el mercado laboral, teníamos menos problemas». No muy lejos también de la jubilación, tenía 17 años cuando marchó a Galicia para hacer Educación Física. Su primer trabajo fue en el Amor de Dios, pero su carrera profesional la ha desarrollado en el instituto Pardo Tavera, donde comenzó a trabajar en el curso 69/70, en que se inauguró. «Tenía solo dos o tres años más que muchas alumnas y me confundían con una de ellas», recuerda. Casi cuatro décadas dando clases puede decir que ha visto «muchos resultados, los alumnos me lo agradecen por la calle y yo puedo seguir haciendo ejercicio con mis años». Asegura que se ha sentido «respetada por todos, compañeros y alumnos», en una profesión en que durante mucho tiempo hubo mayoría masculina, aunque, puntualiza, «al principio, las clases no eran mixtas y la gimnasia la impartíamos a través de la Sección Femenina».

Rezar y pintar; en medio más trabajo

Fue funcionaria y se licenció en Filosofía y Letras y en Historia del Arte. Luego viajó, estudió inglés, fue a muchos conciertos de música celta y vio mucho cine, y en 1980 decidió tomar los hábitos para un año después profesar como monja de clausura en la orden de las Dominicas. Al monasterio del Sancti Spíritus de Toro llegó hace 29 años y des hace más de una década se encarga de la coordinación y la organización, «las decisiones las tomamos en conjunto», puntualiza Sor Lola, que mantiene su lucha particular «para que no nos vean como las pobrecitas monjas». «Nuestra vida la hemos entregado al Señor, la vida contemplativa es lo principal, pero para hacer eso hay que trabajar mucho humanamente», afirma. Lola es la cabeza más visible del grupo de nueve hermanas que trabajan muy duro para sacar adelante un hermoso y vasto edificio «que necesita ser puesto al día porque está deteriorado», para hacerse cargo de la repostería que luego comercializan, para gestionar dos casas espirituales y el museo y, por supuesto, para rezar. «Todo el mundo piensa que una monja de clausura no hace nada, no queremos demostrar nada porque no representamos nada y de cara a la sociedad no valemos nada, pero para nosotras no tiene sentido estar aquí por estar, estamos por el mundo».

Rosario de la Calle llegó al mundo laboral con 29 años, dos hijos y una separación. «Estaba completamente sola», dice, pero no se amilanó. Era el año 1978 y consiguió un empleo en la residencia Virgen del Canto y para complementar el sueldo «cosía para las casas y para los comercios haciendo mandiles y muñecas de Viuda Rica». Hace 20 años comenzó a pintar y ahora mantiene abierta su propia galería -su firma artística es De Greval- en la casa que ha construido. «Pintar fue todo un desahogo y me hace descargar mucha adrenalina», dice esta artista a quien asegura que le han «exigido más por ser mujer» y que asegura que «la vida es una escuela» que le ha «enseñado mucho».