Hace unas semanas nos enterábamos de que personas muy conocidas, y queridas, sufrían un mal sin cura que va minando la memoria hasta desgastarla entera. Carmen Sevilla es una de ellas. Aun tiene relámpagos de lucidez y sabe que algo le pasa. Dice que los dias se le hacen eternos, que los pasa delante de la tele y que su perrito es su única compañía.

De esta mujer ha escrito uno mucho, y no siempre bueno. Tal vez sus despistes sonados no eran más que un aviso, vivido ante las cámaras, de lo que en su memoria empezaba a ocurrir. Nos hemos reído con ella, porque es verdad que la mujer tuvo sentido del humor, y de ella, y nos hemos cabreado con sus pamplinas y cursiladas, pero llega un momento, este, en que hay que echar el freno porque ya no vale ni la sana ni el humor. Una mujer que lo fue casi todo en el mundo del espectáculo se apaga en soledad echando de menos a sus nietos, aunque agradecida por tener a mi perrito.

Lo que uno imagina es quizá peor de lo que Carmen este pasando porque, al menos, tiene dinero para hacer frente a estos menesteres previos a la muerte. Miles de personas están en la misma situación, pero sin recursos. La otra persona es Gabriel García Márquez, y cuesta escribir que este mago de la ficción, que hizo de su portentosa cabeza el milagro de crear mundos erigidos sobre la palabra, la vaya perdiendo y, como Aureliano Buendía, para hablar de las cosas, tenga que señalarlas con el dedo. Ambos, cada uno en un lado del arte, nos han acompañado, alegrado, esclarecido, y explicado la vida.

Ellos siguen ahí, y seguirán saliendo en televisión, que los recordara plenos, pero sentiremos un pellizco hondo porque nuestros recuerdos ya no son los suyos.