La noche del 10 de noviembre de 2015 Fernando Cuenca, un vecino de Gilet de 70 años, fue brutalmente golpeado por su propio hijo, quien le propinó tal paliza, utilizando un bastón y sus puños, que el septuagenario murió sin tener posibilidad alguna de defenderse.

Después de cometer su crimen, el presunto parricida limpió la escena del crimen, se quitó y lavó la ropa, y se marchó como si nada hubiera pasado a gastarse el dinero, por el que acababa de discutir con su padre, en los servicios sexuales de unas prostitutas.

El Ministerio Fiscal solicita ahora para el acusado de un delito de asesinato una pena de doce años de prisión. Aunque se aprecia la eximente incompleta de trastorno mental transitorio, ya que el presunto parricida padece un trastorno bipolar y sufre desde 1999 «descompensaciones mentales desencadenadas por el consumo de drogas», la fiscalía considera que su forma de actuar tras matar a su padre no es propia de una persona que no fuera consciente de sus actos y por lo tanto es imputable penalmente.

Será clave en el juicio, que se celebrará ante un Jurado Popular, el informe psiquiátrico realizado por los forenses del Instituto de Medicina Legal de València.

El presunto asesino fue detenido en el Hospital Clínico de València el 11 de noviembre de 2015, justo 24 horas después de su crimen, cuando acudió a curarse de las heridas que presentaba en las manos debido a la violencia con la que golpeó a su padre en la cara, hasta una vez en el suelo, «darle el golpe final en una cicatriz de una operación que tenía en el estómago». Esa misma mañana había telefoneado a un amigo confesándole que había matado a su padre y que tenía «los nudillos reventados».