Íñigo Ayllón Navarro, montañero y jurista aragonés, asesor jurídico y especialista en prevención de riesgos en la montaña, no sabría decir por qué escala ni tiene previsto dejar de hacerlo. Sí dirá que la fórmula para acotar el riesgo, o el aforismo que da la clave de la seguridad en el monte, es aquél que dice que conviene "anticipar lo imaginable para conseguir que sólo suceda lo imprevisible".

-Nepal es lo inimaginable, lo inesperado. ¿Qué piensa un especialista en prevención de riesgos cuando lo imprevisible resulta tan devastador?

-Que sólo queda la solidaridad humana, pensar que todos pertenecemos a la misma especie y que nos tenemos que ayudar unos a otros. La tragedia nos devuelve al tópico de lo pequeños que somos ante la naturaleza, nos demuestra que a veces arrasa con nosotros y que ahí no sirve de nada estar preparado.

-¿Qué noticias le llegan de la zona?

-Es temporada de trekking y había expediciones de prácticamente todas las federaciones. Nepal ha dejado de ser un destino raro para hacerse muy habitual. Tengo un conocido allí, he hablado con el presidente de la federación aragonesa y tenemos la suerte de que todos están a salvo y fuera de las áreas de peligro, si es que eso existe. Los montañeros nos centramos más en el campo base, pero nos cuentan que en las ciudades la gente no quería dormir en las casas por miedo a las réplicas, o que el drama se acentuará por la escasez de medios que tienen allí, sin las posibilidades de rescate ni las coberturas de que disponemos en Occidente.

-¿Detecta cierta incomprensión hacia los que optan por esta forma de vida, también le han preguntado qué necesidad había de viajar al Himalaya?

-Esta incomprensión la notas siempre que hay un accidente. Cuando hay un problema nos preguntan por qué subimos a las montañas. El resto del tiempo la sociedad nos tiene más envidia que otra cosa. Pero estemos en Nepal, en los Alpes, en los Picos de Europa o en los Pirineos, lo que hacemos es vivir nuestro sueño. Ese es uno de los motivos de la vida y es lo que hacemos. No vamos a los sitios pensando que no vamos a volver.

-¿Usted también sube a las montañas "porque están ahí", como el alpinista británico George Mallory?

-Puede que sea la mejor definición, aunque cada uno tiene la suya. Hay gente que lo hace por puro espíritu deportivo, quien quiere escapar de la realidad o del mundo. Yo me lo he preguntado muchas veces y no lo sé definir, es una especie de pasión que no puedes explicar. Soy incapaz de ponerle palabras.

-Habla de la necesidad de anticipar lo imaginable para conseguir que sólo suceda lo imprevisible. ¿Va por ahí la clave del montañismo seguro?

-Sin duda. Una de las cosas que veo y cuento en las charlas que doy es que nos hemos olvidado del mundo rural, de la naturaleza; que a los seres urbanitas que somos nos está costando volver a adaptarnos a la naturaleza. Individualmente y como sociedad, ya no sabemos lo que sabían nuestros abuelos. Hemos extraviado ese pequeño conocimiento de que en el bosque hay que tener capacidad de orientación, ese otro de que a la montaña hay que llevar unos equipamientos mínimos... Además, la montaña se ha convertido en un producto de ocio y acude gente sin los conocimientos mínimos. La actividad que más accidentes registra es la más fácil, el senderismo.

-¿El enemigo es la banalización del riesgo?

-No exactamente, es más bien que se sale a la montaña sin siquiera plantearse que el medio natural tiene peligro. No es que uno considere que es fácil, sino que ni siquiera se plantea que puede llegar a ser difícil. Te pones las botas y echas a andar porque lo has visto en una guía o en una oficina de información.

-¿Consejos?

-Que se apoyen en el que sabe. El manual de instrucciones hay que leerlo antes de poner la máquina en marcha, no después. No cuesta nada acudir a un club o a una federación, preguntar, contratar guías, ver qué hace falta. No pasa nada por demostrar que no sabemos. No queramos chutar a gol sin haber sacado de portería.

-¿Las imprudencias desgastan la consideración social de la montaña recreativa?

-Sí, pero cuando pasa algo. Hoy preguntas y nadie dice que montaña es peligrosa. Esa es más bien una reacción social de defensa grupal, es más social que personal. Desde las administraciones se nos ha vendido además que los rescates cuestan dinero y habría que ver por qué nadie se queja de que rescaten a la gente que se accidenta con el coche, o de los gastos médicos de la gente que fuma, o de los que genera la vida sedentaria. En Alemania hay compañías de salud privadas que hacen descuentos a quien demuestre que pertenece a un club senderista. Se entiende que tiene hábitos saludables.

-¿Es la solución el cobro por los rescates causados por imprudencias?

-No. Para nada. Por algo tan sencillo como que donde se aplica no se ha demostrado que haya menos accidentes y sí que está teniendo el efecto contrario al que persigue. Falta información, la gente no sabe en qué casos le van a cobrar y en cuáles no y lo que hace es retrasar la llamada, de forma que el rescate es más tardío y se asumen más riesgos que si la llamada se hubiese producido en el momento adecuado.

-¿Qué falló en el rescate de los espeleólogos españoles que fallecieron en Marruecos?

-Entender lo que supone el seguro, que tiene unas coberturas y unas limitaciones, y que ojalá todos los países de nuestro entorno pudieran estar como nosotros. Hay que tener claro que si vas a Marruecos el rescate te lo vas a tener que gestionar tú. Y que existen normas de derecho internacional y soberanías nacionales, que será difícil que un Estado deje entrar a 17 personas con material para un rescate de montaña.