El pasado jueves se celebró el día de la Mujer Trabajadora, una efeméride institucionalizada por la ONU en 1975, aunque ya declarada por el Partido Socialista de los Estados Unidos en 1909, para honrar la lucha de las mujeres contra las penosas condiciones de trabajo en las fábricas textiles de Nueva York y Chicago. Este año la celebración ha venido precedida del activismo del movimiento #Me Too, surgido para denunciar el acoso y abuso sexuales, al que se han sumado las actrices de Hollyvood, víctimas del productor Harvey Weinstein. También ha estado marcada por la llamada a la huelga de los colectivos feministas para denunciar la desigualdad laboral y salarial entre hombres y mujeres, que no obstante tener un seguimiento dispar en los centros de trabajo, obtuvo una insólita respuesta en la multitudinaria asistencia a las manifestaciones convocadas en las principales ciudades españolas.

No ha sido, y sigue sin ser, fácil la vida de las mujeres. Su historia, hasta hace poco, ni siquiera interesó, y todavía hoy para la historiografía local es un asunto extravagante. No es preciso recordar que Zamora nunca fue una ciudad industrial y que la mujer no tuvo antaño más horizonte que el matrimonio, lo que equivalía a decir el cuidado de la casa y la crianza de los hijos. Fuera del matrimonio no había más opción que servir en una casa o entrar en un convento. Cuando estas expectativas se frustraban jóvenes huérfanas y viudas eran presa fácil de la prostitución. Para su represión fundó el obispo Jorge y Galván (1767-1776) la Casa Galera; una cárcel por cierto que fue el primer centro fabril femenino de nuestra ciudad. Durante el siglo XIX la preocupación por la formación de la mujer fue en aumento, pero siguió siendo testimonial, no obstante haberse construido durante el Sexenio Revolucionario (1868-1974) dos escuelas públicas con aulas para niñas. Pocos años antes se había creado la Escuela Normal de Maestras, que fue también el primer centro de formación profesional que tuvo la mujer en Zamora.

En 1883 se estableció aquí una pequeña comunidad de las Siervas de San José, instituto religioso fundado años atrás en Salamanca. Al frente de la misma venía Bonifacia Rodríguez de Castro, una cordonera cuyo taller salmantino había sido el embrión de la nueva "congregación de religiosas obreras donde pudieran entrar cuantas jóvenes que teniendo vocación, no cuenten con dote ni condiciones para ingresar en otra orden religiosa antigua". La nueva orden presentaba una novedad frente a los campos más trillados de la beneficencia y la educación, ya que ofrecía a las sirvientas desacomodadas y huérfanas la oportunidad de aprender un oficio, y evitar así caer en la marginación. Posiblemente la comunidad zamorana pudo hacer - con mucho esfuerzo y pocos recursos - una modesta labor, que no obstante ha de ponderarse como pionera en la formación laboral de la mujer. De manera que su Taller de Nazaret fue un pequeño refugio para las jóvenes pobres y vulnerables de la Zamora de fines del siglo XIX; parecerá poco pero es mucho. El ejemplo de esta mujer, que antes que religiosa fue obrera, que trabajó toda su vida con una máquina, que fue vilipendiada por sus superiores, que murió olvidada? no obstante mereció la recompensa de la santidad. Su gesta, aunque fuese la de una pobre e ignorada monja, es una más en la larga lucha por la dignidad de la mujer. No es mi propósito dar una imagen de santa Bonifacia Rodríguez de Castro como feminista precoz, pues sencillamente no lo fue, pero sí la de una persona que trabajó, como supo y pudo, por dignificar la vida de las mujeres desfavorecidas de su tiempo, en un mundo que "pertenecía a los hombres", en el que la sociedad y la Iglesia las querían invisibles, silenciosas y sumisas. Sin duda ella lo fue, pero en nada invalida su testimonio. Las Siervas de San José sueñan con la utopía de que la santa cordonera sea declarada patrona de la mujer trabajadora. Méritos tiene para ello. Se lo han propuesto a la Iglesia, y buscan apoyos. Está pues en manos de cuantos admiramos su obra arrimar el hombro para conseguirlo.