Medio año después de que viera la luz, todo son elogios para "Patria" (Tusquets, 22,90 euros), el undécimo libro de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), galardonado con el Premio Francisco Umbral al mejor libro del año. Crítica y público han encumbrado esta obra que, a través de la intimidad de nueve personajes, abarca más de tres décadas del conflicto vasco. Después de vender más de 200.000 ejemplares, ayer presentó su trabajo en Valladolid.

-Ya en su debut, "Fuegos con limón" (1996), aparecía como telón de fondo el conflicto vasco.

-Yo toco temas relacionados con mi tierra natal. El hecho de que en esa tierra haya habido violencia lógicamente me lleva a introducirla como asunto en mis novelas. Ese aspecto, el terrorismo, en realidad es una faceta de un cuerpo que es mayor y que tiene que ver con el deseo legítimo de un escritor de dejar un testimonio sobre la gente de su época y el lugar de sus afectos, donde nació, donde aprendió las letras, donde conoció el amor?.

-Ha comentado que escribió "Patria" porque le "quemaba por dentro". ¿Desde cuándo soñaba con contar esta historia?

-Esa especie de quemazón o de dolor interno es muy antigua en mí, y ya viene de mi juventud, cuando soy consciente de que se estaban cometiendo enormes injusticias contra algunos ciudadanos, hasta el punto de que los asesinaban o agredían. Eso me duele mucho por dentro, me entristece, y constituye una fuente de creación literaria para mí. "Patria" tematiza directamente el asunto del terrorismo mediante nueve protagonistas a los que le afecta la violencia de una manera directa: como víctimas, como victimarios o simplemente como vecinos que están cerca de esa realidad.

-¿Ha encontrado cierta paz al publicarlo?

-Siento alivio por el hecho de objetivar sensaciones interiores. Al escribir un libro uno las convierte en un objeto, las saca de sí y puede compartirlas con otros. Eso causa cierto alivio, sobre todo si la obra tiene una repercusión positiva. Incluso satisfacción por el trabajo presuntamente bien hecho.

-14 ediciones y más de 200.000 ejemplares vendidos. ¿Qué le dicen esas cifras de cómo está calando su novela?

-La acogida inicialmente me causó sorpresa, y ahora la asumo. Asumo que mi libro ha tocado un nervio de la época, y entiendo que ya no es mío sino de quienes lo leen. Ha pasado medio año y ahora mismo se está vendiendo más que nada más publicarlo, así que parece que está funcionando el boca-oreja, la gente lo está recomendando. Estoy contento y el editor también. Dediqué tres años a escribirla, fueron años de incertidumbre, de tarea diaria, y me satisface saber que mi trabajo es significativo para muchas personas y les aporta algo que consideran positivo.

-Ha comentado en alguna ocasión que "las heridas todavía están abiertas y supurantes". ¿Se podrán cerrar algún día?

-Digo esto después de haber conversado con víctimas del terrorismo o familiares de asesinados. Es muy difícil, por no decir imposible, que dejen de ser víctimas. Nadie lea va a devolver al padre asesinado. Si conociéramos a las víctimas sabríamos lo difícil que es vivir continuamente con esa condición. Es una carga muy pesada. Ya haríamos bastante si se dejasen de hacer declaraciones que puedan remover el dolor o hacer más grandes las heridas. Por otra parte está la sociedad; poco a poco se van recomponiendo los lazos sociales, se acepta que los problemas políticos deben resolverse en los parlamentos y no en la calle a tiro limpio. Estamos mucho mejor que hace veinte años. Yo voy por San Sebastián y me complace ver que las paredes ya no están pintadas como antes, con lemas amenazadores; comprobar que la gente está más tranquila, o que se puede hablar en voz alta e incluso debatir, sin rencor, sin odios, sin que te agredan. El tiempo hará su labor, claro.

-¿Cómo valora el anuncio del desarme de la banda para el próximo 8 de abril?

-La entrega de armas primero hay que verla y después ya hablaremos. Hace años ya hicieron un paripé con cuatro cacharros oxidados. Si realmente la llevan a cabo se habrá dado un nuevo paso en la buena dirección, pero en cualquier caso no será el final del camino. La gente tiene tanta necesidad de paz y de poner punto y final a esta sangrienta historia que con comprensible optimismo se lanza a proclamar la paz.