Al atardecer de Todos los Santos, hombres, mujeres y niños se dirigían al templo acompañando a la porteadora del Ramo. Las campanas de la iglesia tañían pidiendo a los vecinos "auxilio" para rescatar del olvido a las benditas ánimas. Los mozos se preparaban ya para pasar la fría noche "encordando" las campanas para recordar a los difuntos. Y al entrar en el espacio sagrado, las almas de los muertos saludaban a sus familiares al reconocerlos: "Venid, amigos del alma, parientes y compañeros".

Esta preciosa tradición rescatada por José Lorenzo Fernández corresponde al pueblo sayagués de Abelón. Allí la devoción a las ánimas prendió con fuerza en el siglo XVII, pero el Ramo dejó de celebrarse hace más de cien años. El hábito que anuncia el Día de Difuntos -2 de noviembre- era común en todos los pueblos zamoranos, pero hoy solo pervive en uno solo, Pobladura de Aliste.

Celebración de Ánimas en San Martín de Castañeda. Foto Ángel Quintas.

No era el único ritual. En algunos municipios, en la madrugada de Los Santos los mozos se citaban en la iglesia y pasaban la noche en vela en torno a una hoguera mientras se consumían lentamente las cepas arrancadas tras la vendimia. El único sonido en la oscuridad era el de las campanas que los jóvenes se turnaban para hacer sonar sin descanso.

En muchos templos, durante todo el año retablos y pinturas retrataban la fatídica lucha de las almas de los fallecidos por evitar las abrasadoras llamas del infierno. Cuando se acercaba el final de octubre, los fieles engalanaban el altar de ánimas. En otros, las mujeres acudían a encender enormes velones para instalarlos en los hacheros. Hay una foto impagable de Ángel Quintas que refleja esa tradición en el monasterio de San Martín de Castañeda. ¿Qué sentido tenía todo aquello? La luz alumbraría a las ánimas, que regresarían para pedir oraciones a los suyos y así, poder abandonar cuando antes el purgatorio, ese tránsito entre el Infierno y la paz eterna del cielo.

En templos como el Santuario de Rionegro se conserva un túmulo mortuorio bien conocido por los fieles del lugar. En la Catedral de Zamora se custodia una canina -la representación de la muerte en un esqueleto que porta una guadaña y el clásico reloj de arena que consume el tiempo- que presidió en 2012 uno de los conciertos del Pórtico de Zamora sobre un altar de ánimas adornado por terciopelo negro. "Todos son vestigios de celebraciones que tuvieron un gran apogeo en los pueblos", valora Francisco Iglesias Escudero, profundo conocedor de las tradiciones de la provincia. "La sociedad es muy ritual. A la gente le gusta la fiesta. El hecho de que las zonas rurales se estén vaciando de gente genera un desconocimiento de las tradiciones propias y hace que se vayan perdiendo", añade. Seguro que más de un lector ha oído hablar de la moza de ánimas de La Alberca, pueblo salmantino del corazón de la Sierra de Francia. Sorprende, cuando menos, saber que no se trata de un rasgo exclusivo de la cultura albercana. Era habitual que en Zamora, las chicas jóvenes saliesen a las calles las madrugadas de Difuntos tocando cadenciosamente las esquilas para pedir por las almas de los desaparecidos.

Y ahí, en ese vacío, es donde se sitúa la aceptación del nuevo fenómeno de Halloween, donde las telas de araña, las brujas y las calabazas reemplazan el luto y las velas. La iconografía es, como mínimo, sugerente. Ocurre que, como en casi todo, nada es lo que parece. Algunos elementos icónicos de la celebración americana realizaron un viaje de ida y vuelta. En muchos pueblos de Galicia recuerdan que, al llegar la celebración de origen celta del Samaín, era costumbre vaciar las calabazas, practicarle ojos y boca e introducir una vela en el interior para insuflarles la vida.

El famoso "truco o trato" tampoco es tan genuino. "En la provincia teníamos la costumbre de quintos y Reyes de recorrer las casas para pedir donativos. Al no haber gente joven, dejamos de hacer nuestras cosas y reimplantamos tradiciones sajonas como Halloween". Pero, ¿por qué calabazas? "Porque son productos de temporada", justifica Francisco Iglesias. El ejemplo más gráfico es el propio Ramo de Ánimas, que se diferencia del navideño precisamente porque de él penden pimientos y castañas tan típicos de la estación actual.

Puede que los jóvenes de ahora prefieran Halloween porque en el fondo, más que miedo, calabazas, arañas y murciélagos mueven a la risa. Puede incluso que creamos que las tradiciones de nuestros pueblos fueran más oscuras, incluso tétricas. De nuevo, nos equivocamos. "La fiesta de los difuntos en México es un derroche de creatividad y gastronomía. Lo más sorprendente es que no se trata de Halloween, sino que heredan las celebraciones que los españoles exportaron en el siglo XVI", revela Iglesias.

Lo que verdaderamente ha cambiado es la relación del hombre con la muerte. Cada día son más los pueblos de la provincia que dedican las antiguas escuelas a la construcción de un tanatorio. El ritual de despedida del fallecido es más frío. Antiguamente, un funeral duraba varios días y "había que preparar comidas" para los familiares y amigos que asistían, porque los medios de entonces impedían que todos llegasen al mismo tiempo. Era el último homenaje al desaparecido.

Seguro que todavía hoy algunos hogares zamoranos mantienen el hábito de dejar en la ventana una lamparilla de aceite. Una muestra de que los familiares nunca olvidan a las ánimas, las recuerdan y rezan por ellas para auparlas hacia la salvación eterna, lejos de la incertidumbre del purgatorio. Porque, si no son los familiares quienes guían el espíritu de quien ya no está, quién se va a ocupar entonces de las benditas ánimas.