Zina Sabbagh llama la atención en la orla de la nueva promoción de Bachillerato del Instituto Doña Jimena de Gijón. En ella aparece ataviada con el "hiyab", el tradicional pañuelo con el que las mujeres musulmanas cubren su cabeza y pecho. Es un detalle sin más. "Una anécdota", según sus palabras, que se diluye en las distancias cortas, cuando se charla con ella.

Su mirada y sus palabras transmiten con fuerza lo que está sucediendo en Siria. Apenas lleva dos años en España y los recuerdos de la barbarie siguen muy vivos en su memoria. "Mucha gente desconoce lo que está pasando en mi país. Es más, son muy pocos los que saben dónde se encuentra Siria", lamenta.

Mucho han cambiado las cosas desde que Zina decidiese participar en las manifestaciones para reclamar más libertad al Gobierno de Bashar al-Asad. Poco queda de aquella "primavera árabe" iniciada en 2010, reprimida y desgastada por un conflicto que parece no tener fin. "No había armas, nadie hablaba de derrocar a ningún gobierno", relata, mientras insiste en subrayar el único fin de esas concentraciones: "Solo queríamos más libertad". Hasta que todo se torció. Y llegó la guerra, con sus bombardeos y decenas de miles de muertos. De hecho, las bombas destrozaron la casa de Zina cuando ya residía en Gijón. "Me eché a llorar en clase, pero sentí el apoyo de la gente. Me dio mucha alegría, supe que no estaba sola", cuenta.

Precisamente, uno de los actores implicados en la guerra de Siria es el Estado Islámico (EI), también conocido como Dáesh, que en los últimos tiempos se ha dejado notar de forma macabra con cientos de atentados en todo el mundo. Los más sonados, por su cercanía, en París y Bruselas. "No sé cómo surgió. Fue casi de un día para otro. Cuando yo vivía en Siria no había Estado Islámico. De todas formas, lo que hacen no pertenece al Islam ni a la cultura musulmana", remarca.

Por desgracia, la islamofobia ha empezado a brotar en algunos sectores de la sociedad europea a raíz los atentados. Eso preocupa a esta joven estudiante, de 19 años. "Nuestra religión no predica lo que ellos hacen. No podemos matar a nadie, eso no es musulmán. Lo que hacen los terroristas no lo dice nuestro libro -el Corán- ni nuestro profeta. El Islam es una religión de paz. De hecho, nuestro saludo significa "te doy la paz"", relata Zina, que aún tiene numerosos familiares y amigos en la arrasada Alepo, con los que se comunica, "aunque con muchísimas dificultades", a través del teléfono.

Afortunadamente, la islamofobia no le ha causado ningún problema a Zina, quien sueña con estudiar el próximo año Biotecnología en la Universidad de Oviedo, "aunque no sé si me dará la nota" -se la jugará en la selectividad-.

César Muñiz, compañero de Zina en el segundo curso de Bachillerato de Ciencias de la Salud, recuerda con estupor "las polémicas de hace cuatro o cinco años sobre el velo". La convivencia siempre cambia las formas de pensar. "Despiertas cuando conoces a gente como Zina. Te das cuenta de que esta chica rompe con todos los estereotipos sobre los inmigrantes. Al hablar te das cuenta de lo difícil que ha sido todo para ella. Y aun así, sigue ahí, haciéndolo mejor que mucha gente", afirma Muñiz, quien considera una injusticia lo que está sucediendo con los refugiados: "Imagina que con 17 años tienes que dejar tu casa y tu ciudad, abandonar a la gente con la que creciste. E imagínate también, por si fuera poco, que bombardean tu casa. Esa situación duele y te llena de impotencia".

De ahí su petición. César quiere, comprendido el sufrimiento, que las autoridades europeas autoricen la llegada de los desplazados. "Nos hemos dado cuenta de lo que realmente pasa en Siria gracias a Zina. Hay mucha gente pasándolo mal", indica.

A la joven siria también le angustia el sufrimiento de los refugiados. Muchos de ellos, compatriotas. "Sólo buscamos un futuro. Vine a España para encontrar el mío porque en mi país no queda nada. Tenemos sueños, como todos. Me interesa mucho que se sepa cómo somos los musulmanes. No andamos por las calles con espadas", indica.