Los españoles han tenido con la reina Letizia (Ortiz de soltera) y su historia de amor con Felipe VI su particular Sofía Chotek, duquesa de Hohenberg, esposa del archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro. Así lo quiere ver y lo expone Andrés Sorel (Andrés Martínez Sánchez, Segovia, 1937) en "Antimemorias de un comunista incómodo", un libro en el que da cuenta de su época de militante en la clandestinidad y repasa las últimas décadas de la historia de España.

"...princesa, no bien recibida por su casta que no perdonaba su "inferioridad" de nacimiento y de vida pública...", escribe Sorel de la situación de la monarca antes de ser proclamada reina consorte, unas palabras que bien podrían describir la situación de Sofía Chotek antes y también durante su matrimonio con Francisco Fernando.

Los hechos son los que son, siempre teniendo en cuenta que los separa poco más de un siglo y avances sociales y políticos que hacen ver las cosas de forma distinta. La pareja imperial (cuyo asesinato en Sarajevo en 1914, que desencadenó la Primera Guerra Mundial, es a día de hoy un episodio del que quedan muchas preguntas por responder), al igual que la española, se conoció en el transcurso de una cena y en ambos casos se comenzaron a cortejar a escondidas.

Temblaron las paredes de palacio, el austriaco y el español, cuando las familias de ambos herederos descubrieron el noviazgo. Tanto Francisco Fernando como Felipe VI se plantaron: o ella (Sofía o Letizia, respectivamente) o ninguna. Así que el emperador Francisco José (el esposo de la recordada Sissi) y el rey Juan Carlos I tuvieron que tragar. Recogen las crónicas que a la fuerza, pues el anciano emperador puso condiciones y de las duras, mientras que el ahora rey jubilado de España puso tierra de por medio y trató de cruzarse lo mínimo con su nuera. No ha tenido que aceptar la reina Letizia el oprobio de que sus hijas sean apartadas de la línea de sucesión al trono, como sí ocurrió a la Duquesa de Hohenberg, cuyos tres retoños nunca deberían llegar a mandar en Austria-Hungría.

Además, Sofía Chotek no pudo gozar del título de archiduquesa (su origen se sitúa en la nobleza checa, pero en una escala muy inferior para ser la digna consorte que a finales del XIX se esperaba para el heredero austriaco), todo lo más el de Duquesa, dignidad que le concedió el emperador y tío de su esposo en 1905 para que fuese tratada como alteza. En la estricta y anquilosada corte vienesa esto suponía que siempre debía figurar en público alejada de su marido, relegada a un segundo plano y detrás incluso de las mujeres de más alta alcurnia que pululaban por el Hofburg o Schönbrunn.

Así las cosas, no es de extrañar que la pareja huyese, siempre que podía, a su amado palacio de Konopiste o al familiar de Artstetten (donde están enterrados) con sus hijos, para disfrutar de su amor y complicidad a solas. Algo parecido a lo que acostumbran los reyes de España cuando desaparecen del mapa (para disgusto de muchos) y se refugian a saber dónde con sus hijas. Letizia no es Sofía, ni Felipe, Francisco Fernando. Las comparaciones (siempre odiosas) se acaban en el momento que, un siglo de por medio, el tiempo parece haber puesto algunas cosas en su sitio y las cuestiones de clase parecen difuminarse.

Eso sí, la hoy reina siempre ha estado sometida a un feroz escrutinio público, con permanentes críticas a su origen plebeyo. El salto, de la calle a la Zarzuela, es algo así como "la simple constatación de cómo la lotería puede tocar a uno de los millones de personas que a ella juegan". Para Andrés Sorel, Letizia "ha dejado de ser mujer para convertirse en una esfinge modelada en palacio, con sonrisa perenne y rostro de porcelana". Pero en este caso, el futuro es suyo y está por escribir.