Había una época en la que los Reyes Magos eran los únicos destinatarios de millones de cartas de niños españoles por Navidad. Un desconocido escandinavo con cierto sobrepeso, traje rojo y frondosa barba blanca aún no se colaba por las chimeneas de ningún hogar del país. Las cartas entonces también eran muy diferentes a las de hoy, llenas de videojuegos y muñecas maquilladas y peinadas como reinas de la discoteca.

Han pasado más de 40 años desde que la célebre muñeca Nancy vio la luz por primera vez. Un referente en el sector que tiene en la obra Nancyclopedia (Diábolo Ediciones) una obra de más de 200 páginas, ampliamente ilustrada una de sus más amplias investigaciones.

En 1957 nace en Onil (Alicante) la conocida empresa juguetera Famosa (Fábricas Agrupadas de Muñecas de Onil, Sociedad Anónima). El filón de las muñecas de plástico estaba por descubrir y Famosa llegó a fabricar el 70% de las muñecas españolas, muchas de ellas ya sólo hoy en el recuerdo de los coleccionistas. En 1958, Famosa crea a Güendalina, la abuela de Nancy, que con sus 74 centímetros de altura llegó a las 16.000 unidades vendidas tan sólo un año después. La segunda antecesora de Nancy es Pierina, su «madre», nacida en 1960. Algo más baja que Güendalina, 70 centímetros, luce una rubia melena de mohair, tipo Marisol, la estrella infantil del momento. Todavía quedan años para que Nancy vea la luz, pero famosa sigue lanzando al mercado muñecos que conocen mayor o menor éxito.

En 1963 nacen las Famositas, que con el tiempo se han convertido en un auténtico objeto de coleccionismo. En 1964 la muñeca Mary Poppins rinde homenaje a la célebre película, protagonizada por Julie Andrews.

La entrañable Familia Telerín que mandaba a los niños españoles a la cama también encuentra su hueco en Famosa. Era 1965. Por entonces la empresa valenciana ya contaba con una plantilla de 100 modistas, 25 vestidoras, 25 peluqueras, 20 zapateras, 25 terminadoras y tres diseñadoras, entre otros. Consciente de la necesidad de hacer frente a la competencia, la empresa valenciana levanta una planta para concentrar en una sola nave sus ocho centros diseminados de producción. En la Navidad de 1968 Nancy hizo su primera aparición en los escaparates españoles. Pronto se haría un hueco en el corazón de esas niñas que «no gustaban de bebés ni de esas muñecas con aspecto de antiguas o sacadas de una película. Nancy era una muñeca con aspiraciones de futuro», explica Esperanza Ramos, autora de Nancyclopedia, una investigación de más de 15 años sobre la historia de la muñeca.

Nancy llegaba en una cuidada presentación en una caja litografiada. El modelo individual tenía un precio de 300 pesetas y, si se comercializaba con más vestidos y complementos alcanzaba las 525 pesetas. «Por entonces las familias sobrevivían con un sueldo que oscilaba las 3.000 pesetas de un peón de la construcción y las 6.600 del ingeniero de la misma obra, que era lo que aportaba el cabeza de familia a un hogar en el que la mujer pocas veces trabajaba y que tenía una media de dos hijos», comenta Ramos. Así, eran evidentes las dificultades que la muñeca encontró para despegar en un mercado con pocas posibilidades económicas. Famosa, consciente de ello, intentó «cuadrar cuentas» ajustando sus precios y simplificando esa presentación de lujo por unas cajas más sencillas y aumentando la oferta de vestidos sueltos en caja al más puro estilo norteamericano.

A finales de los 60, el tiempo de bonanza económica de las familias consigue que Nancy se popularizara entre las niñas, llegando incluso a desplazar a otro icono: Mariquita Pérez. «Mientras Mariquita Pérez se fabricó de manera exclusiva para las clases pudientes, Nancy fue y es una muñeca para las clases populares», asevera Ramos.

En la década de los 70 Nancy lograba un éxito sin precedentes. De ella se fabricaron más de 25 millones de unidades en una década, «un respaldo comercial sin precedentes», explica la autora de la Nancyclopedia. «Nancy se había convertido en una hermana mayor emancipada y trabajadora», a pesar de que representaba a una joven de 18 años, «un ejemplo a seguir en los años 70, en los que la liberación de la mujer ya no era una utopía», dice Ramos.