El inventor de Brasilia, el único arquitecto que vio en vida su obra reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad, ha muerto. Oscar Niemeyer falleció en el hospital Samaritano de Río de Janeiro diez días antes de cumplir 105 años. Su muerte es motivo de lamento entre artistas, políticos y ciudadanos de todo el mundo. En 1989 Oscar Niemeyer recibió el Premio «Príncipe de Asturias» de las Artes y, a partir de entonces, su relación con España se estrechó hasta el punto de ceder a la Fundación que le concedió el galardón un boceto que, en principio, iba a acoger la sede del Museo de los Premios y que terminó transformándose en el centro cultural que lleva su nombre en la orilla derecha de la ría avilesina.

Pasada la una y media de la madrugada de ayer se conoció la noticia: el superviviente del Movimiento Moderno había cerrado los ojos para siempre. El doctor que atendía al arquitecto, Fernando Gjorup, certificó que el cuadro clínico de Niemeyer se había complicado con una infección respiratoria. Oscar Niemeyer fue ingresado por tercera vez este año a principios de noviembre, hace 33 días. En las últimas horas se había agravado considerablemente el estado de su salud hasta el punto de permanecer sedado y con respiración asistida, según indicaba el último parte médico. A las 20.55 horas (23.55 horas, en España), en Río de Janeiro, Oscar Niemeyer despedía una vida más que centenaria.

Niemeyer fue uno de los creadores más reconocidos del planeta. Inquebrantable comunista, plasmó en muchas de sus obras su manera de entender el mundo, la vida y la relación de los poderosos con los ciudadanos. De sus plantillas surgieron los palacios, las sedes del Gobierno, la catedral y los principales edificios de Brasilia, una ciudad que emergió de la nada con el objetivo de ser la capital de la República de Brasil. La obra de Niemeyer, según los críticos, está marcada por curvas atrevidas y sensuales, además de por compaginar funcionalidad y belleza plástica. En un documental sobre su vida, el arquitecto afirmó que siempre que le encargan un edificio, intentaba hacerlo «bonito, diferente y que genere sorpresa», para que los pobres puedan disfrutar de su arte, a diferencia de otras disciplinas a las que no tienen acceso.

Niemeyer sentía terror a los aviones, por eso no conoció su obra avilesina. Ni tampoco el auditorio de Ravello, en Italia, su penúltima obra. El brasileño nunca dejó de trabajar ni tampoco de analizar el mundo desde su ventana, asomado a la playa de Copacabana.

El arquitecto carioca no conoció su obra española, pero, poco antes de la inauguración del complejo declaró a LA NUEVA ESPAÑA, del mismo grupo editorial de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA: «Todos los amigos que estuvieron en Avilés quedaron entusiasmados con los trabajos, con la calidad de su ejecución. Siempre asociaré este centro cultural con la sensibilidad de aquellos profesionales de España que participaron en los trabajos y están dirigiendo el centro», concluyó.

Los libros de arquitectura ubican a Oscar Niemeyer en el capítulo del urbanismo sudamericano como uno de los padres del despegue que a partir del magisterio del racionalista Le Corbusier se produjo en Brasil en 1936. Precisamente el edificio que marcó el cambio de rumbo de la arquitectura brasileña fue el Ministerio de Educación y Sanidad (1938), firmado por un grupo de jóvenes arquitectos: Lúcio Costa, Jorge Machado Moreira, Alfonso Eduardo Reidy, Ernari Vasconcelos y Carlos Leâo y Oscar Niemeyer.

Pero eso fue sólo el comienzo. El espaldarazo que necesitaba Niemeyer para individualizarse del resto de coetáneos (todos ellos caracterizados por la claridad y ligereza de sus edificios, así como por la reutilización de elementos del periodo colonial, como elementos cerámicos) llegó en 1960. La construcción de la nueva capital, Brasilia, en una altiplanicie hasta entonces deshabitada, dio alas al ahora fallecido arquitecto para desarrollar los edificios más representativos. Suya es la Catedral de Brasilia, uno de los edificios religiosos más singulares del mundo. «Evité las soluciones usuales de las catedrales oscuras, que evocan el pecado. Yo quería una catedral diferente... Y quedó bonita; era la búsqueda de la tierra con los espacios infinitos», escribiría después Niemeyer. También construyó los edificios de la Plaza de los Tres Poderes: el Palacio del Presidente, el Tribunal Supremo y la Asamblea Nacional.

En Europa, en aquellos mismos años, se construía el Muro de Berlín. Poco después, en 1966, la dictadura militar de Brasil aboca a Oscar Niemeyer (conocido comunista) a exiliarse, y eligió París.