Gianluigi Colalucci, maestro restaurador que durante 37 años tuvo bajo su responsabilidad los museos vaticanos y dirigió la limpieza y restauración de la Capilla Sixtina, concluida en 1994 tras 14 intensos años de trabajo, estuvo en la Fundación Mapfre Guanarteme para participar en el XV Simposio sobre Centros Históricos y Patrimonio de la Fundación Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (Cicop), institución de la que es miembro honorífico desde el año 2002.

-Usted dirigió durante 14 años la restauración de la Capilla Sixtina, cuyo resultado no estuvo exento de polémica. Este trabajo permitió incluso descubrir la huella original del autor en algunos cuadros de esta obra mayúscula.

-Se ha hablado mucho sobre lo que se hizo con la Capilla Sixtina a pesar de que se acabó con ella hace ya 18 años. Fue un laborioso trabajo de 1980 a 1994, y si todavía se habla de ello es porque realmente cambió el concepto y la forma de lo que era la restauración, e incluso hizo posible que cambiara la percepción del propio artista, de Miguel Ángel, porque se descubrieron una serie de matices, de colores, que estaban ocultos debido a distintas rehabilitaciones y a la censura que sufrió, pero la restauración ha iluminado tanto a la obra como al propio artista. De alguna manera, fue un hito que ha cambiado la historia del arte en lo que respecta a la figura de Miguel Ángel. El trabajo de un restaurador para una obra de arte de tal envergadura como es la Capilla Sixtina es una responsabilidad enorme y una responsabilidad compartida por todo un equipo con 18 técnicos de distintas partes del mundo, de los que la gran mayoría eran historiadores del arte. De alguna manera se creó un nuevo modelo de restauración de las obras de arte por lo que fue toda la planificación técnica, todos los estudios previos, y porque fue un trabajo que, si bien no estaba abierto al público, todo lo que se hacía estaba documentado y todo el mundo pudo seguir al detalle, paso a paso, todo lo que se hizo. Y esto es lo que ha marcado un antes y un después.

-¿En qué medida los medios tecnológicos aplicados a este proyecto y a la restauración de arte en general facilitan el trabajo de los profesionales?

-Por primera vez, en la restauración de la Capilla Sixtina se utilizaron equipos informáticos que eran habituales en arquitectura, y la tecnología aporta una precisión de datos sobre la obra sobre los que no se tenía el conocimiento exacto, como en este caso el tipo de disolvente que se usó en su día, el tipo de material de la obra que hay que remover. Lo que utilizamos en la Capilla Sixtina era una tecnología de aquellos años, y muy lejos de lo que podemos tener ahora. De cualquier manera, facilita mucho el trabajo y es una gran ayuda. El problema es que la tecnología nunca llegará a sustituir el papel del restaurador, la ciencia es aquí un apoyo técnico importantísimo para el trabajo del restaurador, pero la restauración es un arte manual que depende mucho de la sensibilidad del profesional.

-¿Se corre el riesgo de que el restaurador, en un exceso de celo profesional, vaya más allá de su rol, como ocurrió con el Ecce Homo de Borja, en Zaragoza?

-Es complejo, porque el restaurador podría hacer un daño irreparable. Lo del Ecce Homo, por ejemplo, es un error grave porque lo que se hizo fue pintar encima. Cada restauración es distinta y el tipo de limpieza que se podría haber hecho en 1950 al actual es muy diferente. Antes era algo más sutil y delicado, cuando ahora es, cómo diría, más exhaustivo, y entonces lo que es la restitución de la imagen antigua puede impactar según el tipo de tratamiento que se haga, y entonces la obra se convierte en hija del tiempo en la que restaura, según cuándo se haga. Siempre habrá algún crítico de arte que dirá que el original se ha estropeado por algún tipo de sombreado u otra cuestión. En una sociedad del 1800, por ejemplo, donde las casas, la decoración, el cortinaje, creaban una atmósfera, un ambiente más oscuro, todo eso se reflejaba en la pintura, siempre la sociedad se refleja en el arte y viceversa, y actualmente estamos acostumbrados a una luminosidad diferente. En las obras de arte, en la arquitectura, todo tiene otro brillo. En una ciudad como Roma, hasta 1980 todo tenía un color anaranjado, casi rojizo, y se han empezado a limpiar las obras de arquitectura, las calles y demás, todo se ve muchísimo más blanco, al igual que en 1700 se entendía que era de otra manera. Cambia la visión de las ciudades y esto también se refleja en el arte.

-¿Qué importancia tienen estos simposios de cara a poner en valor todo el patrimonio cultural?

-Es muy importante hablar de restauración, y no solo del trabajo que se hizo en la Capilla Sixtina, que es la obra mayor en la que he trabajado, y es necesario hacerlo tanto en la restauración como en la conservación de las obras de arte porque la sensibilización es mucho mayor, y es porque la atención sobre la obra de arte es mucho mayor de cara al turismo cultural.