¿Cuántas piezas originales necesita un conjunto arquitectónico para protegerlo como un bien artístico o histórico? Ese es el debate que abre el informe de la Consellería de Cultura de la Generalitat catalana sobre el célebre claustro de Palamós, una «recreación historicista de estilo románico» llevada a cabo a principios del siglo XX en la que «hay un cierto número de piezas artísticas y elementos propiamente románicos». Es decir, que las galerías de la finca de Gerona no son verdaderas ni falsas, ni inocentes ni culpables.

El esperado veredicto que ayer dio a conocer el conseller Ferrán Mascarell y el director de Arquitectura Eduard Riu atiende las tesis del arquitecto José Miguel Merino de Cáceres y concluye lo que ya se sospechaba, que el conjunto contiene elementos antiguos y modernos. La comisión certifica que el anticuario zamorano Ignacio Martínez levantó el claustro en el patio de una casa del barrio madrileño de Ciudad Lineal en los años treinta. A partir de ahí, existen tantos interrogantes como encontradas son las posiciones de los propios técnicos de la comisión, algunos de ellos en desacuerdo con la postura expresada por Riu.

La Generalitat no ha reparado en las «líneas rojas» que este fin de semana planteaba el historiador Gerardo Boto, redescubridor del conjunto. El responsable de la comisión, Eduard Riu, descarta que la obra sea románica porque «es extremadamente regular, un cuadrilátero perfecto». En este sentido, Boto se basa en las «marcas de apalancamiento» de los zócalos como «prueba» para demostrar que son auténticas y que sus dimensiones «condicionan el resto del conjunto» y, por lo tanto, la volumetría «podría ser la original incluso aunque el resto de piezas sean modernas».

En el caso de los capiteles, Riu sostiene que «algunas esculturas son copias reinterpretadas de Santo Domingo de Silos y la reinterpretación desvela su falta de correspondencia estilística». El arqueólogo se refiere a una veintena de los casos, pero ¿qué pasa con el resto? Gerardo Boto ha hallado entre ellos al menos dos que reproducen motivos del área de Aguilar de Campoo. «A principios de los años 30 no habían sido fotografiados y, por lo tanto, no podían ser plagiados por ningún cantero», argumenta el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Gerona.

Al fin, en todo caso, salieron a la luz los primeros datos sobre el análisis de la piedra. La aparición de líquenes propios de una larga exposición a la intemperie y la degradación de algunos ábacos (una parte de los capiteles) demuestran que hay «algunos elementos originales», pero la Generalitat les resta importancia porque «no son escultóricos, sino constructivos». Por lo tanto, el conjunto podría ser protegido, pero no lo suficiente como para ser visitado por el público.

Y aquí radica uno de los puntos clave. Gerardo Boto se preguntaba días atrás «¿qué porcentaje de piezas originales decide que algo es auténtico o falso?». «Cuando hablamos de obras originales, como el caso de San Martín de Frómista (Palencia), la Administración de Castilla y León la protege como una iglesia románica pese a que ha sido extraordinariamente restaurada y posiblemente uno de cada dos sillares es nuevo», argumentaba el profesor.

Por otro lado, la Consellería de Cultura reconoció ayer que el claustro -al menos sus piezas- llegó a Ciudad Lineal de otro lugar «aunque no sabemos dónde estaba antes». Por lo tanto, seguimos sin conocer lo esencial, la memoria completa del conjunto. ¿De dónde proceden las piezas auténticas del claustro? ¿Nadie las echa en falta? ¿Por qué Ignacio Martínez se gastaría una fortuna en emprender un negocio tan complejo? Y, por último: ¿Quién fabricó el claustro de Palamós?