e atrevo a escribir -leyendo despacio los evangelios- que la primera procesión de Semana Santa, aquella que protagonizó el Señor en vivo, estuvo en trance de no haberse producido. De hecho, Jesús tuvo sus dudas y por poco no empieza la Sagrada Pasión que en Zamora, con tanta solemnidad representamos.

En Getsemaní, el Señor se vino abajo, por momentos, mientras sus mejores amigos dormían cerca. Un ángel bajó a confortarle, o lo que es lo mismo, a empujarle hacia adelante cual "doméstico divino" (empleando el símil ciclista), hacia esa meta con nombre siniestro: el Calvario (campo de la calavera).

Es un hecho que Jesús sigue procesionando sobre nuestros hombros y vidas. Pero aquella primera vez le tocó a él solito cargar con todo: con calumnias, culpas, y a duras penas con la cruz. Si los relatos de la pasión fuesen ficción literaria (como afirman descreídos) poco aprovecharon el aspecto "gore" y "heavy" que en verdad tenían las ejecuciones de los crucificados. Por ello, y por muy dura que se exprese la condena y muerte del Nazareno, podemos decir que los evangelios se muestran más bien contenidos en la crónica del suceso. Los pormenores de la crucifixión, reservada a delincuentes y convictos de la chusma, eran de una crudeza extrema, como se puede comprobar históricamente, pero no todo nos lo cuentan los evangelistas, que rehuyen el morbo. Cuando Mel Gibson rueda su película de la Pasión nos pone en evidencia lo que en realidad era el espectáculo de ensañamiento y sangre con los ajusticiados. Nosotros, para que el cuerpo lo resista, nos quedamos con los relatos del Nuevo Testamento. La crucifixión era un camino lento y calculado hacia la muerte que tardaba en llegar después de interminables tormentos; esto explicaría el gesto de la lanzada de Longinos en el pecho de Jesús, haciendo un "favor" tanto al crucificado como a la familia. No era raro dejar los cuerpos en el Calvario, si nadie los reclamaba, para festín de alimañas y aves carroñeras.

Pero de camino, el Señor tuvo arrestos, al ver mujeres compasivas que lamentaban su deplorable estado, para decirles: "No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos". Si un servidor no fuese creyente, con este pasaje y la expresión que lo resume, quedaría noqueado mi ateísmo, porque a nadie, en una situación de deterioro físico extremo como el que arrastraba Jesús, se le ocurre pensar en el dolor presente o futuro del prójimo. Y sigo diciendo: Me quito el sombrero ante un tipo que le duelen las heridas de otro más que las propias. Cuánto valor, sacando fuerzas de flaqueza! Qué ejemplo de desasimiento personal! Cuánta renuncia a la compasión quien tanto la merecía! "No lloréis por mí". Pero ¿cómo una madre puede contener el llanto ante su Hijo maltratado y torturado hasta la muerte?

Los textos sagrados no nos hablan del llanto de María, que se da por supuesto. El cuarto evangelio nos la describe resistiendo en pie, junto a la Cruz, con varias mujeres y San Juan. Stabat mater. Los artistas se han encargado de representar una María más humana y débil, es decir, afligida y desolada como cualquier madre en parecida situación. El "Stabat Mater" fue, en principio, un largo poema escrito por un fraile franciscano en el S. XIII. Tuvo éxito esta recreación poética del sollozo y trance amargo soportado por la madre del Señor. Luego vinieron numerosas versiones musicales del poema, realizadas por buena parte de los grandes compositores, hasta nuestros días. Pero la armonización más honda e inspirada puede que sea la que hizo, en el S. XVIIl, el músico napolitano Pergolesi. Tengo a mis espaldas más de medio centenar de Semanas Santas, pero confieso que miro a La Dolorosa, con más dolor de mi parte, desde que escuché por vez primera esa música narrativa del dolor extremo, de la pena más profunda y desgarrada. Pergolesi logra "entrarnos" en los hondos recovecos del dolor de María, hasta el punto de llorar nosotros, acompañando, como San Juan y las valientes mujeres, a esa Madre que apenas soporta tan horrible situación. También de paso me fue revelado el verdadero significado de la cruenta condecoración de espadas que el corazón de la Dolorosa porta. " No lloréis por mí". Nunca el llanto de una madre fue tan crudamente bello, escuchando el "Stabat Mater" de aquel músico que a pesar de su corta vida, pues fallece a los 26 años, alcanza una madurez artística que le hace inmortal, inmensamente longevo, y prolífico en devotos de su música y por supuesto de la Mujer a quien canta. Es cierto que Miguel Ángel era algo más joven cuando esculpió La Piedad, pero sin entrar en comparaciones podemos decir que el "Stabat Mater" de Pergolesi es la voz que le falta al mármol sagrado del genio florentino, si es que de algo carece, tan sublime maternidad doliente.

Pero lo grandioso de la pieza musical que comentamos es que no se trata solo de una narración personal del drama de María, ante su Hijo agonizando, sino que se adentra a imaginar el salto mental de ella hacia la esperanza, hacia el misterio que ya intuyera cuando Jesús, de niño, se perdió en el Templo; en aquella ocasión, cuenta el evangelista, que tras quejarse a Jesús por "ir a su bola" y responderle el Niño como lo hizo, ella, -desconcertada- "desde entonces guardaba todas estas cosas en su corazón". Podemos sentir, escuchando el lamento musical de Pergolesi, que ahora, María, ya no tiene sitio en el pecho para tanto misterio doloroso. Sin embargo, al mismo tiempo, no pierde la conciencia de su alta misión, anunciada por el ángel, de modo que el sufrimiento acumulado pugna por encontrar una salida con la esperanza puesta en Dios. Es por lo que escuchamos también fragmentos musicales de extraordinaria alegría, de un optimismo casi contradictorio si prescindimos de la fe que a todo da sentido. En los pentagramas del "Stabat Mater" no faltan compases de alegre ópera profana, en medio de la mística musical, pues al fin todo acaba con la resurrección.

Tengo en mi disco duro visual los impresionantes pasos de Zamora, y por supuesto la imagen de la Dolorosa de mi pueblo, que tantas veces vi postrarse, a hombros de mujeres, ante la del Nazareno. Para ilustrar y resumir este escrito, nada mejor que la extraordinaria pintura de un artista excepcional. Se trata de La Quinta angustia, realizada por Fernando Gallego, autor también del antiguo retablo de la Catedral de Zamora. Pertenece al Museo del Prado y fue expuesta recientemente en Las Edades del Hombre de Toro. Se trata del clásico tema de la Piedad. María sostiene ella sola, al pie de la Cruz, a su Hijo muerto. No vemos a San Juan, ni a las mujeres que menciona el evangelio. Es probable que Pergolesi, a mayores de apoyarse en el texto poético del Stabat Mater, tuviera en mente imágenes pictóricas como ésta, llena de intenso dramatismo. En el cuadro aparecen, a escala reducida, los donantes, de cuya boca sale la expresión: "Miserere mei Domine", que tanto nos evoca un momento cumbre de la Semana Santa de Zamora. Stabat Mater.