Hace unos años una tienda de antigüedades de Zamora exhibía en su escaparate un preciosa imagen gótica de la Virgen con el niño sentado en las rodillas. La pieza en cuestión, de tamaño medio, buen estado de conservación y policromía original, estuvo poco tiempo expuesta; su calidad seguramente fue el mejor reclamo para su inmediata venta. Al contemplarla, más allá de admirar su belleza formal, pensé en cuántas plegarias a lo largo de los siglos habría recibido y cuántos anhelos se habrían depositado en su intercesión. Sin embargo, su desacralización la había convertido en un objeto material, valioso sí, pero falto de la trascendencia que antaño tuvo. Algo similar le sucede a nuestra Semana Santa. Me explico. La imagen religiosa nace con una función: instruir al pueblo cristiano. Es ya un lugar común que las procesiones sacaron la liturgia a la calle y que los pasos ilustran aquellos que Cristo dio en su pasión. Pero en Zamora los pasos nunca estuvieron en las iglesias: se guardaban en locales ajenos al culto, de manera que difícilmente han sido considerados objetos de devoción, aunque esto no impidió que tuviesen sus devotos, esos que hasta mediados del siglo pasado solían alumbrarlos en su salida anual, y que una visión clasista de la celebración expulsó de las procesiones por razones de "estética". La construcción del Museo de Semana Santa vino a reforzar su condición de objetos - de ahí el nombre de grupos escultóricos - y a desdibujar primero, y más tarde a borrar su carácter sacro, pues todos fueron en su día bendecidos según derecho, en tanto que piezas destinadas a la celebración litúrgica. Este ya viejo proceso de desacralización ha coincidido en el tiempo con la secularización y la recuperación de la costumbre de llevarlos a hombros, una labor que los cargadores realizan, no sabemos muy bien, si como penitencia - sacrificio físico que ofrecen como testimonio personal de su fe en Dios - u ofrenda para exaltar el amor por las tradiciones de su tierra. Sea como fuere, lo cierto es que los pasos hoy más que nunca son objetos despojados del aura sacra que deberían tener, por más que la imagen de Cristo o su Madre los presida, de ahí que sean pocos los que los miren reverentemente, musiten una oración o se persignen al contemplarlos. Lo que se oye en las aceras y en las filas suele estar relacionado con lo que pesan, lo bien que se bailan, cuando no el estentóreo grito de algún espectador llamando a un amigo cargador durante la carrera, por no dar detalles de lo que se cuece dentro. Sé de lo que hablo pues he sido cargador en un paso durante veintiocho años. Pero como si esto fuera poco el militante y combativo colectivo de los hermanos de paso, aupado por la complicidad de las directivas y la irresponsable inhibición de las autoridades eclesiales, poco a poco ha ido creando una cultura "underground" - subterránea en el sentido literal del término - alternativa a la celebración ortodoxa que no busca más que divertirse, a costa de eliminar su raíz sacra. De ahí salieron, por ejemplo, las multitudinarias e impúdicas meriendas de las tardes del jueves y viernes santos durante la estación en la catedral, y otras expresiones más recientes de esta subcultura, que honestamente no son más que gamberradas irreverentes, que se pretende incorporar a la tradición como algo propio. Repararé en la más sonada: el regreso al Museo de los pasos de la Cofradía de la Resurrección, tras concluir la procesión y la misa en la iglesia de Santa María de la Horta. Tiene por escenario la calle de Balborraz, y la subida de las imágenes, debidamente tapadas, a son de tambor, la contempla desde hace unos pocos años una multitud que, caña de cerveza o copa de vino en mano, aguarda expectante a que, a la altura de un bar en el tramo final de la empinada cuesta, los pasos se paren y bailen, se supone en honor de los alegres bebedores, entre los que se encuentra lo más granado de la "farándula semanasantera". Puede parecer grotesco poner semejante colofón a una celebración que presume de austera y seria, y que sus protagonistas y espectadores sean miembros de asociaciones religiosas, pero es lo que hay. El pasado año, a la vista del auge que la astracanada está tomando hubo una cierta polémica en las cenagosas redes sociales, donde por cierto hoy se "debate" y se zurran la badana las nuevas generaciones cofrades. Ni que decir tiene que fueron mayoría los defensores del esperpento, argumentando que las imágenes van tapadas, y en fin que es un día de fiesta. Nada que objetar a esto último, pero me pregunto: ¿la vaina sería la misma si debajo de la tela fuese la Virgen de la Soledad, el Nazareno de San Frontis o el Cristo de las Injurias? Sin puritanismo tartufo ahí lo dejo. Feliz Pascua.