En una de las salas del Museo del Prado se exhibe un retrato singular. El emperador Carlos V aparece majestuoso a lomos de su caballo, tras salir victorioso en la batalla de Mühlberg contra la Liga de Smalkalda. La pintura, obra de Tiziano en 1548, tiene un carácter eminente simbólico, como símbolos son algunos de los elementos que aparecen. El rey español porta en la mano derecha una pica, una lanza. Hay quien identifica esa arma con la llamada "Lanza del destino", la empleada en el inicio de la era cristiana por un soldado romano llamado Longinos para blandirla sobre el pecho de Jesús y certificar la muerte aquel judío condenado por los romanos.

En 1968, hace exactamente 150 años, un imaginero trató de recrear aquella escena en un grupo de imágenes que desfilasen por las calles de Zamora. No es que el joven Ramón Álvarez acertara, es que la solución que aplicó para ofrecer al espectador una secuencia puramente teatral se convertiría en una de sus mayores aportaciones a la Semana Santa de la ciudad de Zamora. Hoy, siglo y medio después, puede decirse sin exagerar que el caballo en el que se levanta Longinos frente a la Cruz de Cristo es uno de los estandartes de la celebración.

"Aunque ya había hecho El Descendimiento, La Lanzada es su primer gran paso", explica el escultor Ricardo Flecha, que anoche ofreció una charla en el Museo Etnográfico de Castilla y León para celebrar los 150 años del "acierto" de don Ramón. "Es una escena romántica, decimonónica, muy influida por la corriente de la época", precisa Flecha. A riesgo de ser tachado de chovinista, Flecha asegura que no encuentra ningún otro paso en la Semana santa española que haya resuelto el último aliento de Cristo con tal maestría.

Y la clave, o una de las más importantes, está en el caballo, apostado únicamente sobre las patas traseras, reviviendo un momento que nunca acaba de culminar. Para ello, como haría en toda su producción artística, Ramón Álvarez utilizó materiales livianos y recreó la secuencia pensando siempre en el espectador, en la calle. "Las obras de Ramón Álvarez no hubieran sido posibles si a Zamora no hubiera llegado la industrialización, que cambió los talleres con nuevas formas de trabajar", explica Flecha, quien, en realidad, basó buena parte de su charla en aquellos centros de trabajo que vinieron con el fenómeno industrial desde mediados del siglo XIX.

"A mí me hubiese gustado ver la obra a hombros en la mesa original, que era más pequeña", reconoce Flecha. Y es que La Lanzada fue portada por los hermanos del Santo Entierro hasta pasada la Guerra Civil, cuando incorpora las ruedas. A finales de los noventa, la real cofradía impulsa la carga a hombros y La Lanzada recupera toda su espectacularidad, con una mesa, por otra parte, más amplia. "Antiguamente, el paso solo tenía 29 cargadores, la mesa era reducida y una parte no se podía ocupar debido al mecanismo que subía y bajaba la Cruz para salir de la iglesia de San Esteban", añade Flecha. Pero si aún no nos imaginamos cómo el popular "Longinos" camina por una Rúa atestada de gente, baste decir que el paso llegó a procesionar por Balborraz. Un momento impagable, seguro, para exhibir ante los ojos de los piadosos la "Lanza del destino".