Cuando el Santísimo Cristo del Espíritu Santo se arrodillaba para que la cruz salvara el vano de la puerta de la iglesia, la ciudad entera se había convencido de que estaba ante un acto irrepetible. No es que fuera el último, sino que las pobladas filas que abrían paso a la procesión habían aceptado el milagro de una noche especial. Quizá buena parte de culpa la tuviera el coro de la Hermandad Penitencial del Espíritu Santo, cuyos cantores habían elevado primero los ecos del Adoramus te, después Crux fidelis desde el interior del templo para bendecir el camino de la imagen, y ya en la calle, de nuevo la composición más reciente de Miguel Manzano, que le sienta como un guante a este desfile.

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Y es que la Semana Santa de Zamora comienza «in media res». No hay presentación, nudo y desenlace. Amén del Traslado, no hay un Vía Crucis que presente los hechos de la Pasión narrados por los apóstoles de principio a fin, como ocurre la tarde del Jueves Santo con la Vera Cruz. Anoche, un Crucificado, ni románico ni gótico, abandonó el retiro del monasterio para sembrar la duda entre los zamoranos: no era un desfile cualquiera, sino el acto de fe de unos monjes que por un par de horas quisieron mostrar sus creencias ante un pueblo entregado a su bien inmaterial más preciado: la Pasión.

Monasterio, sí. No tiene hechuras de gran construcción la pequeña iglesia del Espíritu Santo, casi una ermita. Pero el reguero de monjes blancos parece narrar el retiro monacal de hace varios siglos, de los religiosos que, azorados por los desmanes del clero en tiempos, se despidieron de las ciudades para buscar en el campo su lugar de consagración espiritual. Al abrir las puertas de ese monasterio figurado, el Crucificado guía marcó el camino hacia la Catedral. Los monjes avanzaban a buen paso por el barrio, escoltando el pesado Campanil. No resulta difícil percibir que la Hermandad del Espíritu Santo ha crecido. La ilusión de los más jóvenes por vestir de monjes acompañando al Santísimo Cristo y la llegada de las mujeres „la mayoría jovencísimas„ han dotado de mayor sentido si cabe este inicio en Viernes de Dolores. La ilusión de los más jóvenes ha nutrido de nuevos cofrades las filas del Viernes de Dolores

El largo cortejo de túnicas de estameña y faroles a los lados anunció ese verdadero hecho diferencial de la Pasión zamorana: sus sonidos, sus músicas de otro tiempo. Primero, dentro de la iglesias, para que los ecos de las gargantas estremecieran a quienes no querian perderse „otro año más„ la salida del Crucificado. Y después en plena calle. Fortuna la de aquellos que se acercan por primera vez a momentos como este. La impresión debe de ser enorme. Y tras las oportunas maniobras, la imagen del Espíritu Santo en la ciudad, camino de la Catedral, lejos del monasterio.