Un deslumbrante sol dio la bienvenida a la jornada de Jueves Santo y acompañó a la Virgen de la Esperanza de regreso a su casa, la capilla de San Nicolás de la Catedral. El trayecto partió de la otra orilla del Duero, en el convento de las Dominicas, donde la imagen de Víctor de los Ríos Campos permanecía desde el martes.

Vestidas de un luto riguroso roto por la cinta verde de la que penden sus medallones, las hermanas avanzaron hacia La Horta hasta quedarse las aceras estrechas en los primeros tramos de Balborraz. Muchos apreciaron en esa dura subida la novedad de la procesión: un nuevo repostero que reafirma la adaptación de los símbolos a una cofradía independiente.

Las altas temperaturas hicieron que el abrigo y las medias reglamentarias les sobraran a más de una, sobre todo, por los lugares sin sombra donde se produjeron varios desmayos. En planos, descalzas o sin renunciar a sus tacones, las 2.700 hermanas y hermanos de la cofradía de la Virgen de la Esperanza tomaron la empinada cuesta emblemática de Zamora, donde el público esperaba expectante desde más de media hora antes del inicio del desfile. Fue entonces cuando la Banda de Música Maestro Nacor Blanco hizo sonar "La Saeta" mientras el público alentaba a hermanos, músicos y, sobre todo, cargadores por la interminable Balborraz.

El manto de terciopelo verde de la Esperanza destelló por las rúas hasta llegar a la Catedral. Las peinetas y mantillas de blondas negras tiñeron de luto el atrio del primer templo diocesano. Portada a hombros por los hermanos de la cofradía, con sus brazos abiertos y su rosario entre los dedos, la oración de la Salve abría las puertas de la Seo cuando las agujas del reloj rondaban las dos de la tarde. La Catedral recibía, deseosa, a una de sus imágenes más veneradas.