Este sol bajo el que pasean los niños endomingados con sus palmas por las aceras es el mismo sol ardiente que cae sobre sus espaldas cuando atraviesan el desierto en busca de un oasis que los salve del hambre y de la miseria. El sol sale también entre los escombros de las ciudades aniquiladas por los hombres en sus guerras. Se reflejan sus rayos contra el mar por el que navegan en precarias embarcaciones, sin puerto al que llegar, hasta quedar varados en la arena como juguetes rotos. «Y cualquiera que haga tropezar a estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiese en lo profundo del mar», dijiste. Pues bien, Señor, hora es de que luzca ese sol de Justicia, aunque con él queden empedrados todos los océanos con tanta rueda de molino.