No sé su nombre, ni su edad, ni siquiera si, a estas horas, está vivo. Debería estar jugando con sus hermanos, a los que no encuentra, pero llora, asustado, en un hospital, el único que quedaba en Ard-El-Hamra. Respira agitado detrás de una mascarilla y cuenta: que estaba mirando los aviones, como cualquier niño que mira al cielo y hace volar cometas. Del firmamento no cayó ninguna estrella sino un barril siniestro que despedía un polvo amarillento. Y llegó el horror. «¿Me voy a morir señorita?». La pregunta no tiene respuesta asegurada porque ese único hospital en la zona gaseada de Siria fue bombardeado mientras curaban al pequeño. El diccionario define la compasión como un sentimiento de tristeza que se produce al ver sufrir a alguien y que impulsa a alivar su dolor o a evitarlo. En Asia se asocia la compasión a la flor de loto, que crece sobre el cieno de los estanques. Pero miro alrededor y solo veo fango, ni rastro de flores, ni rastro de compasión.