"Tened por seguro que todos los días me encuentro mentalmente en Villafáfila y hablo a menudo del pueblo a las personas que me cuidan en la residencia". El catedrático Manuel de la Granja, nacido en la localidad terracampina, no pudo ofrecer el pregón ante sus paisanos dada su avanzada edad, 93 años, y las secuelas físicas de un ictus que sufrió en 2009, pero el Domingo de Ramos estuvo presente en su pueblo a través de la presencia y la voz de su hijo José Luis, historiador de profesión, que desgranó en un emotivo discurso las vivencias de un hombre, su padre, que nunca se ha olvidado de su tierra a pesar de la distancia.

Catedrático de Física y Química y autor de numerosos libros y estudios históricos sobre Villafáfila y el Monasterio de Santa María de Moreruela, Manuel de la Granja vino al mundo en 1923, en tiempos de la monarquía de Alfonso XIII, en el seno de una familia de labradores. Apodado el "Bomba, mote que heredó de su progenitor Julio, nombre a su vez de uno de los caballos del abuelo Emilio, De la Granja confiesa que "al cabo de nueve décadas, apenas guardo recuerdos de mi niñez", que transcurrió en los años que precedieron a la Guerra Civil, aunque si retiene en su memoria cómo era la Semana Santa de su juventud. Rememoró el "jueves de compadres y comadres": los chicos se reunían un jueves en un casa y comían, entre otras cosas "orejas" y el jueves siguiente, lo hacían las chicas. También recordó una tradición peculiar de Villafáfila, la "subasta de santos", un rito que los vecinos revivieron el pasado Domingo de Ramos a la puerta de la Iglesia del Moral, donde la imagen de Jesús Nazareno, recién restaurada por la Junta Pro Semana Santa, se subastó por 1.150 euros. Ya en tiempos de Manuel de la Granja esta talla era la más apreciada por los vecinos del municipio de Tierra de Campos.

Entre sus recuerdos, destaca también "haber llevado el paso con la imagen de San Juan o el momento de las "tinieblas", ese momento de mucho ruido cuando tocábamos las carracas y los carrancones en la iglesia". De hecho, el carrancón de su infancia lo donó al Museo Etnográfico de Zamora.

Desgranados sus recuerdos semanasanteros, De la Granja dedicó la última parte de su pregón a saldar deudas con su patria, Villafáfila. Y contó como en 1988, año en el que se jubiló como docente, "pensé que al estudiar Químicas trabajaría en una fábrica", aclara, decidió estudiar el arte y la historia de su pueblo. Fue así, reconoce, como "descubrí mi auténtica vocación, a la que me dediqué con amor y pasión". Tanta que se matriculó en una academia para "aprender a pintar" con el único fin de "dibujar lo que más me gustaba de Villafáfila: su iglesia, el Ayuntamiento, la plaza de San Martín, mi casa, los palomares...". Esos cuadros adornan aún hoy las paredes de sendos pisos en Bilbao y Alicante.

Su primer trabajo histórico fue sobre el monasterio de Granja de Moreruela, en el que sostiene que se trata de la primera fundación cisterciense en la Península Ibérica. Luego vinieron varios libros sobre la desconocida historia de su pueblo natal, lo que da dimensión de su amor y pasión por su patria chica, la de su infancia. Hasta tal punto que, gracias a su pregón, sus vecinos supieron que le ha pedido a su hijo que, cuando fallezca, en la esquela figuren tres palabras: "Historiador de Villafáfila".