El imponente realismo de las llagas del Santísimo Cristo de la Buena Muerte conmovió anoche a una Zamora templada por el eco del tambor y el ardor de las teas. La estampa del crucificado, agonizante sobre unas sencillas andas de plano inclinado, partió de una iglesia de San Vicente abarrotada e iluminada por las antorchas. La imagen dejaba atrás la que es su casa durante unas horas para llenar cada piedra del casco histórico dejando mudos a zamoranos y turistas, agolpados por las calles para rendirse a los pies del Cristo.

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Semana Santa en Zamora: Buena Muerte

Escoltado por casi 400 túnicas monacales de estameña y arpillera, la talla de Juan Ruiz de Zumeta se encaminó por la plaza del Fresco rumbo a la Plaza Mayor para tomar la bajada por Balborraz. Y en Santa Lucía el tiempo se detuvo para entonar el "Oh Jerusalem", un canto profundo y desgarrador que pide a la ciudad santa que se vuelva hacia el Señor. Y Zamora se quedó muda.

La talla emprendió entonces el camino de regreso a casa por la cuesta de San Cipriano, enclave privilegiado donde apreciar la subida del Cristo, camino de su calvario. Inspirado en los cuadros de Zurbarán y en los murales de Vázquez Díaz en el Monasterio de la Rábida, los hermanos continuaron su desfile procesional por las angostas vías históricas con su túnica y cogulla de estameña blanca, su faja ceñida a la cintura y sus sandalias franciscanas. Con este porte y su reglamentario crucifijo colgado del cuello, réplica del titular que desfila, dejaron atrás la plaza de Santa María la Nueva, el Arco de Doña Urraca y la Plaza Mayor para retornar al templo de salida.

Tras el fulgor que cobija el Domingo de Ramos llega el tormento del Lunes Santo. La liturgia da paso a la angustia, al calvario y a la cuenta atrás de la vida. La Zamora más solemne es consciente del capítulo y por eso calla, se estremece y ora.