Hábil conversador, el periodista bilbaíno Alberto López Echevarrieta podría hablar profusamente de cualquier tema y, en particular, de su País Vasco natal y de cine. En esta ocasión, ha acudido a los actos del 75 aniversario de La Tercera Caída invitado por el expresidente de la Vera Cruz, Chano Lorenzo, para hablar de Quintín de Torre, a quien Echevarrieta dedicó una publicación monográfica en 2008.

- ¿Cómo se encontraron usted y Quintín de Torre?

-Dediqué uno de mis libros a la Semana Santa de Bilbao. Por razón de edad, conocí a varios tallistas en los años ochenta y me dijeron que el "rey", el señor absoluto, es Quintín de Torre. Cuando investigué a este artista, su historia me pareció fascinante. El libro pertenece a una serie titulada "Bilbaínos recuperados", lo que da idea del abandono de figuras como la suya. Sí es cierto que había un culto hacia el escultor por medio de las tres obras que hizo para las procesiones de Bilbao: La oración del huerto, Las tres cruces y El descendimiento, imágenes cumbre de la ciudad. Sus obras están hoy en el Museo de Bellas Artes de Bilbao o en el Reina Sofía.

- ¿Qué percepción tienen de la Semana Santa en el País Vasco?

-Lo curioso es que alguien de Bilbao venga a hablar de Semana Santa a Zamora. Allí tenemos como modelo las procesiones de aquí y de Valladolid. La celebración ha desaparecido en San Sebastián, pero en Bilbao hubo un momento muy peligroso mediados los setenta. Descendió el número de cofrades y fue la mujer, al incorporarse a los desfiles, la que salvó esta fiesta.

- Parece que Quintín de Torre no tuvo una fácil?

-Su vida fue un auténtico drama desde el primer momento, porque estuvo a punto de morir en el parto. Era bastante enclenque y en su casa montó una especie de gimnasio para coger más fuerza. Con la llegada de la guerra civil fue tachado de rojo por trabajar para republicanos con dinero y tuvo que enviar a sus dos hijos al frente, uno de ellos ya no regresó. Su imagen quedó manchada. En sus últimos años, padeció artritis en las manos y eso provocó que su carácter se agriara.

- Háblenos de su vida y de su dedicación profesional.

-Quintín de Torre montó la Asociación de Artistas Vascos, el gran milagro cultural de Bilbao, junto con figuras del nivel de Miguel de Unamuno. Fue escultor de vocación y dedicó buena parte de su vida al arte funerario. Destacan las obras que hizo para la familia Maíz, con una tumba que es una maravilla, o un enorme mausoleo de la familia Chávarri en el cementerio de Portugalete. Se relacionó con artistas de la máxima categoría, como Picasso o Paco Durrio.

- ¿Cómo es la relación de Quintín de Torre con la Semana Santa?

-Quintín tenía un taller en Bilbao y en el dintel figuraba una Victoria de Samotracia. Hacía bustos por encargo y hacía unos trabajos impresionantes, por ejemplo, en mármol. Una de sus características eran las dolorosas. Él se inspiraba en su mujer Rosario para hacer los rostros. Decía que ella los ojos característicos de este tipo de imágenes y unas manos muy bellas. Hay una Dolorosa en Bilbao que cada vez que desfila, yo veo a su mujer. Ella tuvo una vida muy azarosa: precisamente una accidente de coche acabó malogrando sus manos.

- ¿Qué hacía para recrear el resto de personajes de sus pasos?

-Utilizaba gente de la calle. Los malos eran casi siempre cargadores y descargadores de los muelles. Iba por allí y tomaba nota de las caras más siniestras que encontraba. Los apóstoles, los personajes buenos, los encontraba en los mercados. En el grupo de Las Tres Cruces hay un personaje que todo Bilbao identificó al instante con un vendedor de jilgueros del mercado. En el paso de los Azotes, uno de los personajes era un policía municipal al que yo conocí: es idéntico.

- Jesús Caído es una de las esculturas de mayor calidad de nuestra Semana Santa, ¿tiene parecido con algunas de las imágenes que creó para otras celebraciones de Pasión?

-No guarda relación con las de Bilbao, que son de la década de los veinte, pero sí con una obra de Logroño, que corresponde, como la de Zamora, con los últimos años de su vida. Es la última época, cuando sufrió artritis y acabó en una silla de ruedas. Tenía muy mal genio, cuando hasta el momento era un hombre de lo más afable, además de culto. Él veía que no podía manejar las manos. Para las últimas obras contó con la ayuda de sus alumnos, aunque ellos reconocían que el último toque siempre era de Quintín. Sí que es cierto que el imaginero visitó en alguna ocasión tanto Zamora como Valladolid para tomar modelo de la Semana Santa de aquí.

- ¿Cuál cree que fue el principal valor de la obra del artista vasco?

-Siempre le entusiasmaba decir a los alumnos que las imágenes tienen que inspirar, tener vida. Por ejemplo, Quintín fue un maestro al tallar los pliegues de la ropa y los cabellos de las imágenes. En el Museo de Bellas Artes de Bilbao llama la atención este aspecto. Basta admirar las trenzas de una niña tallada en mármol.

- ¿Contribuyó la publicación de su libro a que Quintín se hiciera más conocido en su tierra?

-Ese era el mensaje del libro, recuperar su figura. La colección de libros, con más de cincuenta tomos, ha desaparecido ya. Eran personajes muy importantes, y al mismo tiempo olvidados.

- Por cierto, en la tumba del autor aparece la talla de una dolorosa?

-Así es. Él está enterrado en Derio y la imagen corresponde a su mujer Rosario. Fue curioso, porque en el entierro, el féretro pasó delante de todas las esculturas que él había hecho en vida.