La Hermandad de Penitencia cumplió ayer el ritual. Pero no fue una procesión más. No se cumplen sesenta años todos los días. Los miembros de Las Capas dedicaron una oración de silencio y devoción a la imagen titular, el Cristo del Amparo, la misma que hasta 1956 -fecha del primer desfile- pasaba inadvertida a los fieles de San Claudio de Olivares, en una capillita con dosel visiblemente ornamentado. Desde entonces, el Amparo se ha convertido en una de las imágenes de culto para los zamoranos.

Y así se fueron sucediendo los símbolos del Miércoles Santo durante la madrugada. Sobre la medianoche, las puertas de la iglesia románica se abrieron para dejar salir el Crucificado guía y el pendón de la cofradía, renovado de forma reciente.

Bombardino

La primera impresión dio paso al desfile de los sonidos de madrugada. Las matracas, el cuarteto de metales y, cómo no, el inolvidable bombardino pusieron la banda sonora a una noche donde cualquier murmullo es castigado. Es lo propio cuando la oración es más fuerte que cualquier otro pensamiento. Una noche narrada por la música triste de los instrumentos y la luz de los faroles del campo, abrazados por la humilde capa alistana. Son tópicos, sí, pero se convierten en una narración en presente que enmudece al más escéptico. Por la noche ya lo hizo el Cristo de las Injurias tras la ofrenda de la plaza de la Catedral. De madrugada, el rezo sigue con el Cristo del Amparo.