A lo largo de mi dilatada vida semanasantera con sus pregones, charlas o conferencias sobre la Pasión a mis espaldas, me han preguntado infinidad de veces cuál es el momento más entrañable de la Semana Santa de Zamora que yo he podido visualizar o participar. La verdad es que el tema es difícil de contestar porque nuestra celebración en sí es toda, en su conjunto, un monumento único y entrañable.

Pero entrando en detalles, le voy a indicar al lector dos apreciaciones sobresalientes que quiero destacar. La primera se centra en el Jueves Santo por la tarde. Veréis... una vez contemplada la procesión de la Vera Cruz a su salida en los soportales del Ayuntamiento Viejo, me traslado al Museo de Pasos para ordenar las almohadillas de la Verónica y ponerlas en perfecto estado, pues como jefe de interior del paso me competía, que para la madrugada del Viernes Santo estuvieran adecuadamente colocadas. Acabada esta misión de mantenimiento, sentado en uno de los travesaños del paso, en la soledad del Museo daba rienda suelta a mi imaginación y los pensamientos que se me presentaban no podían ser otros que el recuerdo de mi padre, cargador de la Verónica y hermano mayor del paso, mi mente estaba también en mi santa madre, tanto a mi hermano como a mí nos animaba a tener una carga ejemplar y devota. Todavía la recuerdo preparándonos el desayuno a las tres y media de la madrugada con lágrimas en los ojos, indicándonos a cumplir la misión de llevar el paso con ilusión y esfuerzo, como antes lo había hecho mi padre.

La emoción me embargaba, yo diría que por un instante estaba transportado al mas allá. No exagero si digo que me parecía oír, en el silencio del Museo, la respiración de la Verónica. De vuelta a la realidad y cuando salía a la plaza de Santa María la Nueva, después de haber efectuado mi labor de tener el interior del paso como yo deseaba, intuía que era otra persona. No obstante el sol de la tarde, el gentío de la calle y las marchas fúnebres de la Vera Cruz me devolvieron a la realidad.

Otro segundo momento entrañable vivido fue en la Semana Santa del año 2013.

Afortunadamente, fui nominado para tener vara y acompañar a la Verónica detrás del paso en la procesión. Pero el hombre propone y Dios dispone, la madrugada de este Viernes Santo fue lluviosa, a pesar de ello, los pasos protegidos por los plásticos salieron hasta la calle de Ramos Carrión con la intención de que el aguacero cesara, pero no fue así, por lo que se tomó la decisión de volver los grupos escultóricos al Museo y suspender la procesión. Una pena, pensé por no poder acompañar a la Verónica en todo el recorrido.

Dios aprieta, pero no ahoga. Como la calle es estrecha, los pasos al no poder dar la vuelta, se dirigieron al Museo al revés, de espaldas, de este modo desde las cercanías del Teatro hasta el Museo con pertinaz lluvia, yo solo con la vara detrás del paso, La Verónica mirándome y la banda de música interpretando Thalberg, fueron unos diez minutos intensos que de verdad no los cambiaría por una procesión entera. Veía el rostro de la imagen que entraba al Museo pausadamente y que parecía hablarme, os aseguro que nunca vi tan cerca a la Verónica con su cara tan serena. Os puedo afirmar, que en la Madrugada de ese Viernes Santo al lado de lo que yo más quería, pude comprobar que la lluvia me proporcionó lo que yo nunca pensaba alcanzar...