Andan preocupados Ayuntamiento, hosteleros, vecinos del casco histórico y Junta pro Semana Santa, por el botellón -"reunión al aire libre de jóvenes, ruidosa y generalmente nocturna, en la que se consumen en abundancia bebidas alcohólicas", según el diccionario de la RAE -, que de unos años a esta parte, la noche del Jueves Santo, se celebra multitudinariamente en el paseo de San Martín y aledaños. Y no es para menos. El diagnóstico del peliagudo problema, que a propósito se ha hecho, también parece acertado: el comportamiento poco cívico, por decirlo educadamente, de los jóvenes no solo altera gravemente el orden público, sino que además daña la estereotipada imagen de una celebración que vendemos como austera y recogida. El asunto pinta complicado de solucionar.

La noche de la prisión de Cristo fue en otros tiempos, menos convulsos que los actuales, asimismo complicada. La larga vigilia ante el Monumento dio origen a que en las puertas de las iglesias se instalasen puestos de dulces y bebidas, y el agasajo de los mayordomos de las cofradías, dando a cofrades y familiares "vino hasta que les sobra", causa de escándalos y pendencias. Los que ya peinamos canas tenemos experiencia de más de una vigilia mundana en casa de algún amigo bebiendo y jugando a las cartas. Y aunque en los últimos años del franquismo no cabía alteración posible del orden público, hay que reconocer que ya entonces había cierta permisividad farisaica en la apertura de los bares. Lo del botellón es cosa reciente, que también se tolera, argumentando que la juventud -la mejor preparada de nuestra historia- necesita divertirse, pues bastante tienen los pobres con haberles robado el futuro. De manera que "a priori" el asunto no parece tener solución, porque cualquiera que se postule fracasaría o crearía un problema mayor. Quizá los más radicales piensen que con una compañía de antidisturbios se acababa, pero si ya la juventud, políticamente poco reflexiva, se deja querer por el populismo, sería darle munición a los que piensan que la "corrupta democracia" en la que vivimos encuentra cualquier pretexto para cercenar la libertad. Antaño se creía ingenuamente que la mejor manera de acabar con el ambiente poco respetuoso de la calle -de este hoy nada se dice - venía de la prolongación de los horarios de cierre de bares y cafeterías. Algo que irritaba a los hosteleros que siempre presumieron de hacer en esta noche la caja más sustanciosa del año. Si me permiten una maldad, lo que verdaderamente preocupa a los hosteleros es que el botellón les resta consumiciones, pues como es sabido los jóvenes compran las bebidas al por mayor en los supermercados. Apelar a la urbanidad de los chavales, creo que tampoco servirá, algunos han decidido que se lo pasan mejor en el botellón, que saliendo en la procesión de la mañana, de ahí las notorias deserciones del pasado año. Si hemos de convivir con el botellón, pese a los daños cívicos y morales que causa, quizás lo mejor sea controlarlo. Una manera de hacerlo sería alejarlo del casco histórico. Nuestra ciudad dispone de dos recintos "ad hoc", pese a ser de titularidad pública; conviene recordar que la calle también lo es. Uno de ellos es el auditorio Ruta de la Plata, en donde se ha celebrado recientemente la Politecparty, una versión "ligth" del botellón, que organiza una empresa. El otro es el aparcamiento del recinto ferial (Ifeza). Ambos tienen la ventaja de estar alejados del centro urbano, son espacios cerrados, amplios, iluminados, con retretes y contenedores. Sus dueños -administradores- bien podrían por optar por el mal menor, y prestarlos, dicho sea de paso con todos los sacramentos, por eso de la responsabilidad civil, aunque obviamente no sea para un fin noble. En cualquiera de ellos podría hacerse el botellón con garantías, es decir, con presencia policial activa, que evite destrozos del mobiliario urbano, escándalos y peleas, y establezca controles de alcoholemia y drogas. Sé que propongo una barbaridad, pero estimo que trasladarlo, que no equivale a legalizarlo, quizás sea la mejor manera de controlarlo. Sin duda no es la mejor de las soluciones, pero sí una de las posibles, pues corregir de un año para otro lo que nuestro sistema educativo no ha sido capaz en décadas -formar a los jóvenes en ética cívica- es ilusión vana. Probemos, pues intentar erradicarlo por la fuerza, mucho me temo que sería arar el mar.