El sonido, en lenta cadencia, de la "Bomba", sin duda la campana más famosa de la Catedral, fue una de las novedades de la Cofradía del Silencio. No sonaba la campana físicamente, sino una grabación que convenientemente tratada reflejaba en sonido original. El autor de tal grabación, de 1967, no era otro que Luis Jaramillo, el encargado de pronunciar la plegaria del Juramento del Silencio, un discurso bien trenzado y leído con emoción por el periodista en los momentos previos a que el obispo diocesano, Gregorio Martínez Sacristán, pidiera a los hermanos, postrados de rodillas, su compromiso de no hablar durante todo el recorrido procesional.

En una tarde fresca, ya con muchos turistas en la ciudad (el aparcamiento de San Martín colgó el cartel de completo), las calles se llenaron de gente para ver el callado desfile de los nazarenos de crudo y rojo, esta vez acompañados por uno vestido de negro, representante de la cofradía de Jesús de la Redención de León, que devolvía visita a los zamoranos tras haber invitado en su día al presidente zamorano, Rufo Martínez de Paz.

El anuncio de los heraldos con sus clarines ponía el marcha toda la maquinaria. Salían de la Catedral todos los invitados, que ocupaban sitio de honor para ver el momento del Juramento del Silencio. Entre la abundante nómina, a la que se le quedaba estrecho el espacio asignado, destacaba la fiscal general del Estado, Consuelo Madrigal, el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, José Luis Concepción, el exministro y dirigente del Partido Popular, Jaime Mayor Oreja o el almirante de la armada Cristóbal González-Aller, además de un miembro de la Secretaría de Estado del Vaticano que acompañó al obispo. Con el Cristo de las Injurias en la puerta del atrio, Luis Jaramillo, vestido con atuendo de la cofradía y capa blanca, leyó la plegaria. Iniciaba el periodista una nueva etapa en la que no serán los alcaldes los protagonistas de la proclama, o al menos durante un tiempo, y la verdad es que esta primera elección ha sido acertada, por el contenido y el tono de la alocución.

Los hermanos, que previamente al acto del Juramento se organizan en los jardines del Castillo, fueron saliendo después ordenadamente desde la plaza de la Catedral hacia la Rúa. Los clarines y las bandas de tambores que abren y cierran la procesión es el único sonido que emana de la procesión, estéticamente muy bien lograda, gracias al llamativo terciopelo rojo de los caperuces. Ayudan lo suyo el pebetero con el humeante incienso, el que porta la campana con el remate de la torre del Salvador y, por supuesto la impresionante imagen del Cristo de las Injurias, una de las mejores tallas de crucificados de la Semana Santa zamorana.

En los momentos previos al Juramento destaca el delicado y fúnebre toque de la pieza de violoncello, a cargo de Jaime Calvo Morillo Rapado.

Suavemente, también, sin estridencias, la procesión fue recorriendo su camino hasta la Plaza Mayor, para terminar su periplo en el Museo de Semana Santa, donde se recoge.