De puntillas, como entonces. De la mano de la emoción vuelvo al Teatro Ramos Carrión, como aquella mañana de abril de 1982, hace ya treinta y cuatro años, se dice bien. Ha pasado casi una vida. Y han ido y venido, de un lado a otro de la existencia humana, amigos, familiares, compañeros, paisanos.

Antes de acceder de nuevo al escenario, llega el momento de la gratitud. Una gratitud, ancha y larga que no podré hacer en el acto, por simple cuestión de tiempo, pero que quiero condensar en las líneas de este artículo.

Gracias a quienes me dieron, hace ya treinta y seis años, la oportunidad de escribir y pronunciar mi primer pregón, el profesor José María Martín Arias y el periodista Manuel Espías Sánchez, que conocían mis escritos y retransmisiones en la inolvidable Radio Popular de aquellos años y se empeñaron en recomendarme al presidente de la Casa de Zamora en Vigo, el coronel Fabián de Caso y Castañeda. Era marzo de 1980.

Gracias a Ricardo Gómez Sandoval y Dionisio Alba Marcos que me escucharon en Vigo aquel año y me propusieron al general Antonio Fernández Prieto, presidente de la Casa de Zamora en Madrid, para hacerlo en la capital del Reino al año siguiente y a Daniel Jambrina que, fallecido el general, ratificó pocos meses antes su decisión. Y a Marcelino Pertejo que, allí mismo, en Madrid, nada más terminar, me invitó a hacerlo al año siguiente, 1982, aquí en Zamora, como así fue. Eran mis primeros pregones, los de mi juventud. Y a fe que aún los recuerdo con tanto cariño como nostalgia. Porque muchos de sus espectadores de entonces fueron diciendo adiós a la vida en este tiempo. Conservo algunas fotos del pregón de Zamora y es muy considerable el número de personas asistentes, hoy fallecidas, que reconozco en las butacas del teatro.

Recuerdo con especial cariño a aquel triunvirato que guió la Semana Santa con acierto durante tantos años, Marcelino Pertejo Seseña, Ricardo Gómez Sandoval y Dionisio Alba Marcos. En Dionisio, que sigue con nosotros, simbolizo hoy mi afecto y mis recuerdos de aquella mañana del 4 de abril de l982 en el mismo Teatro Ramos Carrión, aunque tan distinto por dentro.

Gracias a Eduardo Pedrero Yéboles que, durante la espléndida etapa de su presidencia de la Junta pro Semana Santa, siempre contó conmigo en cuantos actos relevantes organizó la Junta, empezando por el discurso que me encargó y que tuve el honor de pronunciar ante los reyes de España en el Teatro Principal con motivo del centenario de la Junta de Semana Santa en febrero de 1997. O mi participación activa en la organización del primer congreso nacional de cofradías de Semana Santa de 1987 y en los actos de conmemoración del centenario de don Ramón Álvarez de 1989.

El también solicitó mi participación en las inolvidables retransmisiones para Televisión Española en los años 1988 y 1997. Y por su voluntad, fui a Cádiz, Valladolid y a Cuenca, entre otros lugares y años, como difusor de esta nuestra celebración. Pero debo darle las gracias, sobre todo, por su propuesta de concesión del Barandales de Honor que recibí en 1996, el título más hermoso de todos los que puede ostentar un zamorano. En Eduardo ahora personifico mi agradecimiento a todos los presidentes que entonces formaban el Consejo Rector y apoyaron su propuesta, algunos de ellos ya fallecidos.

Gracias a quienes me habéis elegido ahora, tantos años después, para reeditar este inmenso honor de ser su pregonero. Principalmente a quien ha sido en estos últimos años, insistente en su petición, Antonio Martín Alén. Y convincente al final. Y aquí también quiero agradecer su cariñosa invitación a Pedro Julián Hernández para pronunciar de nuevo este pregón cuando se cumplían los veinticinco años de aquel. Mi trabajo entonces lo impidió.

Gracias a mi familia, a mi esposa, hijas, nietos, hermanos y sus hijos y a los hijos de sus hijos que, estoy seguro, siempre sabrán llevar con orgullo y honor los apellidos y la sangre de quienes les precedieron en este piadoso ejercicio del amor a Zamora. Gracias a quienes me pusieron en este camino de hermano de túnica o de paso, el abuelo Felipe, mi padre Macario y mi tío Felipe. Ellos tres, de forma principal, fueron moldeando con el paso de los años, el pregón que he escrito con el alma y os recitaré este domingo con el corazón.

Pensar, escribir, componer este pregón que de nuevo voy a pronunciar en mi querida Zamora, ha sido un emocionante ejercicio de amor, hecho con la mayor ilusión, como hace treinta y cuatro años y como haré siempre que me llaméis en el nombre de esta bendita tierra y de esta santa tradición.