De cofrade a cofrade. El alma del semanasantero Francisco Gustavo Cuesta de Reyna se desnudó ayer en la iglesia de San Vicente como pregonero de la cofradía de Nuestra Madre de las Angustias. Fue un 18 de marzo del pasado año cuando, tras el pregón de su predecesor "en estas lides", su también amigo Vicente Díez Llamas, la presidenta de la cofradía, Isabel García, anunció el nombre de Cuesta como próximo pregonero. "Yo, que seguía todo atentamente desde los últimos bancos, como el publicano aquél del Evangelio que no se atrevía mucho, me quedé un tanto inmovilizado y, desde ese momento, una preocupación se apoderó de mí porque ¿cómo poder resumir en un corto espacio de tiempo todas las sensaciones y emociones que Nuestra Madre y su hijo muerto en mí despiertan?", reconocía en su discurso. Sin embargo, el pregonero encontró las palabras para hacerlo.

Y lo hizo con varias evocaciones a su niñez, esa etapa donde se cuecen los sentimientos y se gestan los recuerdos. En su evocación, Cuesta de Reyna aludió al niño que, con casi cuatro años, presenció desde su casa la procesión entrando en la plaza de Sagasta. Grabada en su memoria están "esa primera imagen de los cofrades, la luz de las velas zigzagueantes, la espera del saludo de mi hermano con su decenario del que pende cruz de madera que años después ceñiría su cuerpo yerto, mi abuela con su vela, mi tío José María Rodríguez con vara plateada dirigiendo el cortejo y Nuestra Madre, mecida por sus cargadores con manto bordado", enumeró, emocionado. Una emoción bien distinta a la que sintió cuando "mi madre me abrazaba al tiempo que consolaba mi llanto pues, teniendo el hábito preparado, decidió mi ausencia en la procesión y, por ende, la suya también, al considerarme demasiado pequeño". Sería al año siguiente cuando, junto a su hermano Julio, participaría por vez primera en la procesión como "cofraz, así me dijo mi padre". En su repaso cronológico, el pregonero aludió a los primeros años de la década de los sesenta, "cuando empecé a sentir el candor devocional que agrupaba a familias que vivían la devoción a la imagen tan querida en mi casa y en Zamora".

Después de dos meses intensos de trabajo para elaborar un pregón fiel reflejo de sus sentimientos, durante la tarde de ayer Francisco Gustavo Cuesta se sentía "complacido y emocionado por estar junto a Ella y entre vosotros, quienes profesáis la misma fe y devoción", dijo al público, pendiente de él en los bancos de la iglesia de San Vicente. Con el aforo compartió la mirada de la Virgen, que "desde 1879, cuando salió por primera vez por las calles de Zamora, observarla es estar en comunión espiritual con tantos miles de cofrades y creyentes, ya tantos en el cielo". Con el público repasó también las marchas fúnebres "Mater Mea", "Dolor de una Madre" y "Nuestra Madre", composiciones de Ricardo Dorado, Ángel Rodríguez y Pedro Hernández Garriga, a las que añadió también la "Madre Coronada", de Jaime Gutiérrez.

Su pregón y su corazón estuvieron también puestos en el horizonte de quince días, "cuando habrá por las calles cofrades mujeres y hombres". Será entones cuando "oraremos por nuestros padres, mujeres, hijos, ahijados, amigos... para que Nuestra Madre les proteja, por los hermanos fallecidos, por los agonizantes, por los niños que sufren, por los enfermos, por los que se quedaron sin trabajo, por los que están solos, por los cristianos perseguidos y por nosotros para que Nuestra Madre nunca deje de acompañarnos".

A la Virgen se dirigió en varias ocasiones, una de ellas, para guardarle la espera: "Zamora, Madre, te espera en sus plazas y calles, te quiere ver, rezar, mirarte a los ojos y agradecerte tu amor". Y a la media noche, con los sentimientos a flor de piel tras escuchar el Stábat Mater, "mi voz se unirá a la de mis hermanas y hermanos en la Plaza Mayor y se fundirán en una sola cuando despidamos a la Virgen con el canto de la Salve". Solo este momento "merece un pregón". De cofrade a cofrades.