Lo cierto es que la popularidad de un determinado campanillero entre sus coetáneos dará paso a la celebridad del personaje, y así se percibe en la prensa local y regional desde la segunda mitad del siglo XIX. Ahora ya identificado como "Barandales" o "Tío Barandales" en clara alusión tanto a su condición social de hombre del pueblo o de clase humilde, como a su estado civil, casado o viudo y, sobre todo, a su madura edad. De su celebridad se hace eco el dramaturgo Miguel Ramos Carrión al escribir para El Correo de Zamora, en 1897, una inspirada letrilla titulada "Recuerdos" en donde lo satiriza adjudicándole la condición de asustador de niños que le asimila al "Coco" y el "Tío del saco", tan populares en el folklore español de la época, sobre todo a través de los socorridos cantos de cuna que los padres elegían para hacer dormir a los niños en la noche. Con su "aspecto fúnebre" no solo por el supuesto horripilante rostro, sino por el negro atuendo con el que se hacía invisible en las tinieblas de la noche y el toque de sus dos campanas dando siempre dos notas fatídicas y graves. Siendo este el único registro que, por su propio argumento, no trata con indulgencia al personaje; muy al contrario de lo que sucederá hasta la década de 1920 con autores como Cesáreo Fernández Duro, Urnición Álvarez Martínez, Baldomero Gabriel y Galán, el obispo de Sigüenza Eustaquio Nieto Martín, Ricardo Monasterio, Ursicino Álvarez Suárez o los periodistas Carlos Rodríguez Díaz y Antonio Mostajo Sánchez. Todos ellos, por no citar a más, hablan, más que de una persona, de un tipo que se ha hecho popular en esa época merced a la función que desempeña en relación con las cofradías de Semana Santa por constituir claro un referente simbólico para sus paisanos en todas las edades; además del carácter raro, inédito, original e irrepetible de su figura con respecto a otras latitudes. Solo el libretista Ricardo Monasterio alude a la posible profesión u oficio o dedicación del "Barandales" fuera del ámbito de las cofradías de Semana Santa, aspecto al que más adelante nos vamos a referir.

La coincidencia de las fuentes documentales con las hemerográficas evidencia que estamos ante un individuo al que hay que situar, en su fase activa como campanillero, a caballo entre la primera y la segunda mitad del siglo XIX y que sería el primero al que se reconoce con el nombre o apodo de "Barandales". De manera especial esta coincidencia se hace patente al considerar la expresada cronología referida a la Cofradía del Santo Entierro -es decir, la mención posterior a 1853- con la posición retrospectiva de Miguel Ramos Carrión (1897) en su letrilla así como la del precitado Ricardo Monasterio en una composición escrita en 1903 para el diario Heraldo de Zamora, titulada "El tío Barandales" donde el autor evoca recuerdos de su infancia referidos al personaje y al individuo. A mayor abundamiento podemos apoyar esta cronología en la existencia de cierta memoria o tradición que ha perdurado en el entorno de las propias cofradías, pues de ella se vale en 1978 el presidente de la Junta Pro Semana Santa Marcelino Pertejo Seseña con ocasión del pregón de Semana Santa en la Casa de Zamora en Vigo, al declarar el carácter centenario del nombre que ha tomado el personaje cuyo origen atribuye a un concreto individuo, el "Tío Baranda". Dado el contexto en el que hemos recogido esta información, es lógico suponer que esta hubiera sido objeto de inclusión -quizá de forma menos sucinta- en el expediente municipal promovido por dicha Junta para la nominación de la calle de "Barandales".

Poco más sabemos de aquel primer "Barandales" así llamado. No obstante, en la composición poética de Ricardo Monasterio, además de confirmarse lo que es lógico suponer del origen social de otros muñidores de cofradías de la época -es decir, su pertenencia a la clase baja-, se descubre su oficio o profesión al margen de las cofradías de Semana Santa: el de sacristán. Lo que quiere decir, si no llega a probarse que este fue verdaderamente su oficio, que la imagen que públicamente se tenía en la ciudad de aquel individuo en relación a dichas cofradías era la que lo asimilaba a un común sacristán de parroquias por el hecho de tocar las campanas en las procesiones además de aparecer en ellas revestido con el clerical atuendo con que lo describe Cesáreo Fernández Duro.

Sin duda es la notoriedad del personaje lo que provoca que desde muy pronto se trate de explicar la razón de la singularidad de un mote o apodo. Sobre este aspecto se ha escrito mucho. La primera propuesta, casi contemporánea del primer "Barandales" así llamado, fue expresada por el historiador local Ursicino Álvarez Martínez (1883), que aseguró que el origen del mote se debía al nombre de la vestimenta usada por el personaje, esto es, un "balandrán" -prenda talar hecha de paño fuerte, que antiguamente a veces usaban los eclesiásticos, sobre todo en invierno- que se ajusta al gabán, ropón, hopa o especie de sotana negra de paño burdo (dieciocheno) con cruces rojas en pecho y las espaldas con que nuestro protagonista aparece ataviado en sendos retratos elaborados en 1897 por los artistas Miguel Torija (dibujo en lápiz pastel) y Ángel Herrero (dibujo en tinta). De esta manera sería identificado con su vestimenta llamándole "balandranes" o el "tío de los balandranes" para derivar a "Barandales", término en el que etimología popular y sinécdoque confluyen.

Tras las infructuosas indagaciones semánticas realizadas por Carlos Rodríguez Díaz, fue el secretario de la Real Cofradía del Santo Entierro, Heriberto Hernández, quien en la década de 1920 sugirió la posibilidad de que el origen del término podría estar en la pluralidad de campanilleros que actuaron en 1645, año en que cumplió la mayordomía el hermano Blas de Baranda habida cuenta que este tuvo que librar a dos campanilleros sus respectivas pagas por tocar las campanas, y que de ahí se habría perpetuado en dicha cofradía el mote de los "barandales".

Por su parte, más recientemente Florián Ferrero ha sido el autor que ha tratado con profundidad el tema de la evolución de la figura del "Barandales" y a quien hasta aquí hemos seguido en algunos aspectos al escribir estas líneas. En su hipótesis, a la que llega después de desechar la propuesta de Heriberto Hernández, así como el verbo "barandelar" (en germanía significa castigar) y lo ilógico de una denominación que se vale del auxiliar de una campana del tipo viático "si se entiende que esta debería ir sujeta a una tablilla o listón desde el que pendería para hacerla girar- para referirse precisamente al campanillero, se basa en el término "barandal", tomado del leonés, que según el filólogo Fritz Krüger vendría a significar "cajón de la molienda", para plantear cómo, en un ejercicio de trasposición semántica del nombre al mote, tendríamos a un campanillero o esquilillero que trabajaría en un molino en las tareas de recogida de la harina o las salidas de las muelas, es decir, en los barandales. Lo que el referido historiador apoya en la necesidad de muchas "muñecas" que tienen los campanilleros para hacer sonar las campanillas o esquilas.

Por último, Antonio Linage Conde, ilustre jurista y miembro de número de la Real Academia de la Historia, al tratar (en un simposio celebrado en El Escorial el año 2003, titulado "Ceremonias y Religiosidad en torno a la Eucaristía") sobre la comunión a los enfermos afirma que la voz "barandal" corresponde a la originaria denominación de la persona que iba tocando la campanilla en el Viático, cuyo recuerdo léxico -continúa afirmando- ha quedado en la Semana Santa de Zamora. Lo que en nuestra consideración conecta con lo que algunos autores locales han dicho en los últimos años al tratar de explicar la figura del "Barandales", apuntando vagamente a la liturgia, y concretamente el Viático, en tanto que tiene encomendada la misión de dar aviso de la presencia de lo sagrado en la calle.

En nuestra opinión es muy probable, por no decir seguro, que don Antonio, reconocido experto en Historia de la Iglesia en España, haya recogido esta particularidad semántica en su Sepúlveda natal o en cualquier parte de Castilla y León; si bien evita entrar en detalles -porque tampoco es su objetivo- sobre la procedencia geográfica y la razón de ese significado; en cambio sí es cierto que anota a pie de página lo que leemos como crítica implícita a la presencia de las bandas de cornetas y tambores que por razones obvias han terminado reduciendo el protagonismo del "Barandales" en las procesiones zamoranas.

Por lo tanto diremos que el barandal así entendido es la persona, generalmente un sacristán o un acólito, que tenía la función de hacer sonar la campanilla dando aviso de la presencia en la calle de la Eucaristía para que se hiciese paso al pequeño cortejo en el que iba el mismo Dios, al objeto de que a este no le faltasen la honra y la veneración debidas por todos los fieles católicos, arrodillándose y si no, incorporándose a dicho cortejo como si de una procesión se tratase a lo largo del trayecto de la iglesia a casa del enfermo y el posterior retorno a ella. En otras palabras, su misión fundamental consistía en señalar a los fieles una obligación de manual para la misa en la epíclesis, las elevaciones y especialmente durante la distribución de la comunión: hincar las rodillas en adecuado gesto de reverencia, exigido, dicho sea de paso, por las leyes civiles. De manera que los toques de campanilla venían con ello a definir como sagrado el espacio físico que se abría en plena calle al tiempo que el oficiante avanzaba con la hostia contenida entre sus manos; llamando al mundo a parar toda actividad y a sacar a la calle las candelas encendidas para iluminar las viviendas al paso del Santísimo.

Bien puede por ello decirse que las esquilas del "Barandales", al señalar presencia de sagrado en la calle, demandan la mudanza en el comportamiento del público, solicitando al menos respeto y unción al paso de las procesiones zamoranas de Semana Santa, aunque no sean eucarísticas.

Con todo, es en el contexto de las ceremonias del culto eucarístico así como en la arquitectura y el mobiliario de los templos donde hemos de ahondar para intentar averiguar de una vez por todas el porqué de la asociación de un término propio de la arquitectura, la palabra "barandal", a la denominación de un ser personal que, en el desempeño de una función pautada en rúbricas, toca un instrumento de percusión. A este respecto es interesante una de las acepciones que, para esa voz, fija el DRAE, como es la del término "barandilla" en tanto que diminutivo de "baranda" y que aparece en la definición que ofrece el mismo instrumento para el término "comulgatorio"; con lo cual se produce una equiparación semántica de los vocablos "barandal", "baranda" y "barandilla" al comulgatorio de las iglesias. Este comulgatorio consiste en una barandilla o balaustrada -siempre de poca altura- en la delimitación del presbiterio, delante de la cual se arrodillan los fieles para recibir la Eucaristía. Lo que apoyamos en el hecho de que la voz "barandal" y su plural aparecen entre los documentos antiguos de las iglesias de algunas partes de España e Hispanoamérica para referirse al comulgatorio instalado delante de los altares con sagrario en los que se halla reservado el Santísimo, y a cuyo lado suele situarse el sacristán o el acólito para hacer sonar la campanilla o esta permanece depositada. De ahí que, en nuestra opinión, el que toca la campanilla en el Viático sea identificado con el barandal por situarse delante del oficiante actuando de improvisado recuerdo del comulgatorio no solo para el que va a recibir la comunión, sino para que todos los fieles se dispongan, cuando el tañido escuchado, arrodillándose con mismo rigor, recogimiento y piedad como si lo hiciesen cuando el preste se encuentra situado en el comulgatorio del templo para distribuir la comunión hasta que se vuelve para encerrar el Santísimo. Esto es lo que podría significar tocar a barandal para que los fieles se pongan a barandal. Por lo tanto, el término "barandal" funciona aquí, después de que la inventiva popular haya realizado su trabajo, como una imagen semántica en la que se ha despojado a este sacristán o acólito de su condición humana para ser tratado figuradamente como la creación artificial con la que se le relaciona y vincula.

En conclusión, es lógico que el recuerdo semántico de tal denominación -en plural ya que aquí se trata de dos campanas o esquilas- se haga realidad en el apodo de un individuo de mediados siglo XIX, probablemente un sacristán o al menos como tal asimilado por el común en relación a su dedicación en las procesiones de Semana Santa, y que a partir de ahí, en un proceso que va de la persona al personaje haya consolidado un nombre de singular rareza.

(*) Archivero e historiador