Echando una mirada atrás sorprende a primera vista el hecho de comprobar cómo cuando antaño las campanas de las iglesias enmudecían por prescripción litúrgica desde la tarde del Jueves Santo hasta la explosión jubilosa del Gloria Pascual, y los sonidos del bronce dejaban paso al crepitar de matracas, carracas y tabletas recordando a los fieles la celebración de los distintos oficios y horas canónicas que iban desgranando los misterios de la pasión, muerte y sepultura de Cristo junto a los padecimientos y soledad de su dolorosa madre, en las calles de la ciudad de Zamora seguía tañéndose el metal para anunciar la salida y el paso de las procesiones vespertinas de esos días santos. Si bien este fenómeno no es impropio de otras latitudes, parece que aquí, más que en ninguna parte, la percusión metálica ha constituido por sí desde antiguo un elemento descollante en medio de un paisaje sonoro imbuido del rigor litúrgico propio del tiempo de cuaresma, de manera que hoy como ayer, abriendo la marcha de las cofradías de la Santa Vera Cruz, Santo Entierro y Angustias, un campanillero agita con sus manos dos pequeñas campanas o esquilas pendientes de sus muñecas dando un largo continuado en idéntico cometido respecto al que realiza en otras cuatro cofradías de las fundadas durante las últimas dos centurias y que desfilan a partir del Domingo de Ramos: Borriquita, Excombatientes, Vía Crucis y Esperanza, con el paréntesis de Luz y Vida, que desfila el Sábado de Pasión, en cuya procesión figuró durante más de un par de décadas. Por lo que no menor importancia ha adquirido, en consecuencia lógica, la función del protagonista que hace posible esa realidad, al que popularmente se conoce desde hace siglo y medio por el extraño sobrenombre de "Barandales".

Sin embargo parece como si esa merecida notoriedad en el contexto de las cofradías zamoranas de Semana Santa hubiera condenado a interesados y curiosos ocultándoles las vías precisas para fijar con determinación el contenido real de tal denominación que identifica a un sujeto en relación con la función que ejerce dentro de aquellas. En este sentido, parece razonable que ya en la década de 1920 Carlos Rodríguez Díaz concluyera afirmando que el nombre no guarda relación alguna con el cometido del "Barandales", dándose por vencido al creer inútil encontrar el origen de la palabra en los diccionarios. Pues conviene de partida remarcar que el término "barandal" admite, según recoge el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE), en su vigesimosegunda edición, con enmiendas 2012, tres acepciones relacionadas exclusivamente con la arquitectura, entendida esta como el arte de proyectar y construir edificios. Su significado se circunscribe, en definitiva, al listón de hierro u otra materia sobre el que se sientan los balaustres o el listón que los sujeta por arriba, o la barandilla en tanto que diminutivo de "baranda", como "antepecho compuesto de balaustres de madera, hierro, bronce u otra materia, y de los barandales que los sujetan, utilizado comúnmente para los balcones, pasamanos de escaleras y división de piezas".

Por ello es nuestro propósito al escribir estas líneas ofrecer un breve repaso de los antecedentes y la popularidad de la figura del "Barandales", así como las distintas hipótesis hasta ahora conocidas sobre su denominación, para añadir nuestra particular aportación en este último aspecto a la luz de ciertos datos y su interpretación, basándonos, como ha hecho una mayoría de autores, en una labor de exploración semántica al objeto de averiguar la razón y el significado del sobrenombre, mote, apodo o remoquete de "Barandales".

Desde el punto de vista antropológico, ya lo señaló Francisco Rodríguez Pascual, es el "Barandales" un tipo representativo en la Semana Santa de Zamora, junto al "Merlú" (pareja formada por un clarín y un tambor destemplado) de la Congregación y, añadimos por nuestra parte, el tamborilero de la Cofradía de la Resurrección. Precede a la cabecera de las procesiones con la misión de disponer el ánimo del público a la contemplación respetuosa y reverente del paso de las mismas por las calles y plazas de la ciudad, agitando las esquilas de un promedio de tres kilos cada una al ritmo que marca el movimiento de sus brazos, ayudado por su caminar, produciendo un tintineo constante y monótono con dos notas más o menos graves que se han convertido en todo un "símbolo identitario" para los zamoranos. Además, su sonido ha constituido desde antiguo un toque de comunidad, no solo ritual en esos días santos de procesiones, sino a lo largo del año y especialmente en cuaresma, cuando el campanillero avisa o convoca a los hermanos de las distintas cofradías para que asistan a cultos y reuniones de obligada concurrencia, según lo antaño establecido en ordenanzas y estatutos, como ahora igualmente lo tienen en reglamentos internos.

En esencia la figura del campanillero se trata de un muñidor -es decir, según acepción reconocida para esta voz por el DRAE: "el criado de cofradía que sirve para avisar a los hermanos de las fiestas, entierros y otros ejercicios a que deben concurrir"- cuyos orígenes se remontan sin duda al nacimiento de las propias cofradías vinculándose al oficio de vicario o cotanero que desempeñaba la persona facultada para ejecutar las tareas auxiliares concernientes a la administración y el servicio de aquellas.

En este sentido, y a la luz de los últimos estudios publicados de historia institucional de las cofradías, la primera referencia documentada la encontramos en las ordenanzas de la Cofradía de las Angustias, en 1579, es decir, recién fundada dicha cofradía. En ellas se establece que el entierro de los hermanos ha de estar encabezado por "nuestro cotanero con su ropa e campanilla". Por su parte, la Cofradía de la Santa Vera Cruz, Disciplina y Penitencia, como consecuencia del incremento -a últimos del siglo XVI y comienzos del XVII- del número de hermanos residentes en la ciudad y sus alrededores y, consiguientemente, el aumento de las distancias de los domicilios de estos con respecto a las sedes de los conventos de San Francisco y Santo Domingo, se verá obligada a contratar a otro cotanero para el sobredicho cometido y que, además de tocar en la procesión, anuncie las juntas y cobre las cuotas, al que se dota igualmente con ropa y campanilla, tal y como se desprende de un apunte contable del año 1614. Igualmente actuará dos años más tarde la Cofradía del Santo Entierro, convirtiéndose dentro de ella casi en norma el llevar dos campanilleros en la procesión hasta que en la segunda mitad del siglo XVIII sea uno solo el que se ocupe de tocar las dos esquilas figurando al modo en que lo hace el que las toca en la actualidad, desconociéndose las causas de tal reducción aunque al decir de Miguel Ángel Jaramillo Guerreira -como idéntico resultado se produce en ese período para el caso de la dicha Cofradía de la Vera Cruz- quizá puedan ser de economía por el consiguiente ahorro de costes en salario y vestimenta.

Paralelamente, como consecuencia del aumento de la actividad cultual de las cofradías, el vicario o cotanero se libera necesariamente de la ocupación de tocar la campanilla en las múltiples ocasiones en que el tañido de esta era preceptivo (misas, procesiones, cabildos, entierros y aniversarios), pasando en algún momento por la coexistencia con auxiliares o "mozos". De esta manera, con el desglose de la función, adquiere entidad propia la figura del campanillero, que además de ser designado por este nombre, llega a adquirir denominaciones como: "avisador", "campanero", "cimbalero" o "esquilillero", al tratarse del encargado de realizar un trabajo concreto retribuido con cargo a las cofradías -cuando no lo presta de manera gratuita por devoción-, lo que dará lugar a su integración, por diferenciación del resto de los miembros, en el colectivo de hermanos de oficio dentro de estas.

Es así que dentro de esta categoría la mención del campanillero en los libros de las cofradías se circunscribe fundamentalmente a los apuntes contables por la retribución de sus servicios con el salario correspondiente e incluso a la aplicación de una rebaja en la cuota de entrada -al igual que los otros hermanos de oficio- con respecto al grueso de los miembros, mayoritariamente los de disciplina o de luz, y actualmente los de vara. Si bien, esto es algo que, con la lógica evolución de los tiempos y la reducción cultual, ha desaparecido del plano contable tras la supresión de cualquier tipo de remuneración y ventaja contenidas en los reglamentos, pasando el titular a desempeñar su función de manera gratuita, ostentando los mismos derechos que el resto de los hermanos, después de que su salida en las procesiones haya sido sufragada por parte de la Junta Pro Semana Santa durante algunas décadas.

En función de la explicitud de la documentación interna de las cofradías, la identidad de los campanilleros nos es conocida desde el siglo XVII hasta nuestros días con un amplio intervalo para un buena parte del siglo XIX. Así que la cronología de la aparición del término "Barandales" en este tipo de fuentes es coincidente -como se verá más adelante- con la prensa local: segunda mitad del siglo XIX. Posterior a 1853 para identificar a la persona que en ese período se encuentra ejerciendo el oficio en la Cofradía del Santo Entierro ya que la denominación formal expresada en los estatutos sigue siendo la de "campanillero" hasta bien avanzada la centuria siguiente. Y por lo que se refiere a la Cofradía de la Santa Vera Cruz el mismo término se registra por primera vez en las cuentas del año 1900. Atendiendo en este último caso a la lógica de la esperanza media de vida entre la población del común de esos años, no parece tratarse de la misma persona que en el anterior. Tal vez sea un familiar directo de aquel; no lo sabemos. Pero aquí es muy probable que el término haya trascendido la identificación de la persona originalmente calificada, aludiendo de esta manera al personaje simbólico para dar cuenta de la acción de un sujeto determinado en esta última fecha.