A finales del siglo XIX, la Semana Santa de Zamora ya se debatía en la necesidad de que su singularidad fuera reconocida como tal más allá de las fronteras provinciales. El apego a una celebración enraizada en la Edad Media coincidía con una etapa de crecimiento demográfico: la ciudad alcanzaría en los años siguientes los 18.000 habitantes.

Como indica el historiador José Andrés Casquero, a primeros del siglo XX la capital acumulaba los símbolos del progreso y la modernidad: ferrocarril, electricidad, alcantarillado y agua corriente, telégrafo y, poco más tarde, teléfono.

La celebración de los desfiles procesionales constituía ya una atracción para los visitantes de los pueblos e incluso de provincias vecinas, aunque la Semana Santa de entonces se reducía prácticamente a Jueves y Viernes Santos.

Además de las procesiones del Domingo de Ramos y la Resurrección, las cofradías que entonces salían a la calle eran las tradicionales: Jesús Nazareno, Vera Cruz y Santo Entierro. Cuando concluye el XIX cuando estas dos últimas adoptan la túnica obligatoria para los cofrades, siguiendo el modelo que marca Sevilla.

La Congregación ya lo hacía, obligatoriamente, desde su nacimiento. En 1883, el historiador Cesáreo Fernández Duro exaltaba la considerada "Semana Mayor" de la ciudad: «Sin dato positivo alguno acerca de la época en que comenzaron en Zamora estas demostraciones públicas de la piedad de nuestros mayores, que la tradición señala como inmemorial, sólo puede afirmarse que compitieron en solemnidad y magnificencia con las de cualquiera de las ciudades del Reino, siendo buena prueba de ello el que todavía en nuestros días son muy raras, excepción hecha de Sevilla, las que superan a la nuestra ». Se buscaba ese reconocimiento y desde ciertos sectores de la sociedad se promueven propuestas que sirvieran a ese objetivo.

En 1897, a iniciativa del alcalde Ursicino Álvarez, nace la Junta de Fomento de la Semana Santa. La idea original era formar una federación de cofradías entre las establecidas entonces: Vera Cruz, Jesús Nazareno, Santo Entierro y Resurrección. Pero en la decisión final pesó decisivamente el creciente auge que la actividad comercial estaba tomando en la ciudad, lo que dio origen a «una incipiente burguesía enriquecida con la compra de títulos procedentes de la Desamortización», señala Casquero.

La clase social emergente constituiría, a la postre, el germen de la futura Junta pro Semana Santa. En abril del año mencionado, el alcalde hizo público un bando en el exhorta a la participación a los zamoranos y convoca una reunión en el Ayuntamiento para debatir la constitución del órgano entre cofradías.

La celebración atraía a una buena cantidad de viajeros a la ciudad y los más directamente implicados en los festejos semanasanteros adivinaban ya la trascendencia económica que podía llegar a tener el fenómeno. En aquellos días, "El Correo de Zamora", alababa la iniciativa de las autoridades que «siguen por el recto camino destinando las cantidades que pueden disponer no para organizar festejos, que no son otra cosa que repetición del conocido refrán "mucho ruido"€ Sino en obras de verdadera utilidad e importancia como son la reforma y nueva construcción de pasos que han de llamar la atención y atraer mayor número de forasteros a la población que todos los cohetes que puedan dispararse en cualquier fiesta del año€».

El diario hacía una llamada al comercio para que «ponga al servicio de tan hermosa idea su valioso apoyo, el cual, secundado eficazmente por el de todos los zamoranos, ha de dar en plazo breve el fruto que todos deseamos». Aquel espíritu emprendedor culmina con la constitución de la Junta de Fomento que presidiera Ursicino Alvarez y en la que se implicaban directamente todas "las fuerzas vivas" de la época, incluido el propio diario local.

Como parte fundamental de ese impulso se anuncian nuevos pasos: "La prisión en el Huerto de los Olivos" y "La Elevación de la Cruz". El primero sería, finalmente, "El Prendimiento", obra notable de Miguel Torija, que incorporaría la Vera Cruz al año siguiente. El segundo se encargaría a Aurelio de la Iglesia para Jesús Nazareno.

Un año después, las crónicas de la época siguen lamentándose del escaso eco que la Pasión zamorana tiene más allá de las fronteras provinciales: «Con elementos más que suficientes para hacer que nuestra Semana Santa fuese conocida y visitada lo mismo que las de Sevilla, Toledo, Murcia y otras, aún no hemos logrado salir de la oscuridad y aislamiento en que siempre hemos vivido, ni atraer a nuestra capital, en esta época, más forasteros que los de algunos pueblos de la provincia».

La prensa local instaba a utilizar las estampas de las procesiones como reclamo publicitario para atraer más público: «La Junta debiera gestionar que las revistas ilustradas publican grabados de nuestros pasos, reseñas de nuestras festividades en los días de la Semana Mayor, recurso que han aprovechado con gran éxito otras poblaciones».

Cuando termina el siglo XIX, la Semana Santa de Zamora aspiraba a ser el gran fenómeno cultural y religioso sobre el que acabaría gravitando. Cierto es que no podía, por entonces, hablarse de algo que no existía en rigor, el turismo. Pero la llegada del ferrocarril, con la apertura de las dos líneas, la que unía la capital con Madrid y la Ruta de la Plata, que facilitaban la llegada desde otras provincias, abrió nuevas perspectivas. También acudía numeroso público desde los pueblos fronterizos de Portugal junto a los procedentes de otras localidades de la provincia. Los visitantes crecían. En 1899 se cifraba en 8.000 los billetes que se despacharon «por las diferentes vías férreas que a Zamora confluyen». "El Correo de Zamora" no consideraba «exagerado suponer que ascienden a 3 ó 4.000 los forasteros de los pueblos próximos a la capital que aquí vinieron sin utilizar el ferrocarril». En total, 12.000 personas, casi las tres cuartas partes de la población total, teniendo en cuenta que, en aquella época, los alojamientos se producían, mayoritariamente, en casas particulares.

Los esfuerzos realizados desde la Junta de Fomento fueron más que notables. Todos los pasos nuevos se realizaron mediante suscripciones populares: «se hace lo que se puede, se accede a escultores "hijos de Zamora" y se intentan precios de auténtico saldo», explica José Andrés Casquero. De ahí que algunos intentos caigan en saco roto, como la invitación cursada a Eduardo Barrón para encargarle "La Desnudez", que al final se encargaría al bilbaíno José María Garrós a un precio más asequible: 2.000 pesetas de la época. «Barrón, por entonces, ya era un escultor consagrado, era conservador del Museo del Prado. Pero creo que debió asesorar sobre cómo debía concebirse "La Desnudez"», afirma el historiador zamorano. "La Conducción al Sepulcro", otro encargo a Garrós, es de la misma época. Las críticas artísticas a los grupos de Garrós fueron tibias, pero, en general, los estrenos gustaron «porque lo que había, salvo las aportaciones de Ramón Álvarez, tampoco tenía una calidad excepcional, y los nuevos grupos encajaban con los tallados por el imaginero de Coreses».

Es en estos años cuando se forja la estética romántica, como corresponde a la época, que dominará la estética definitiva de la celebración zamorana, con profusión de elementos neogóticos como puede apreciarse en "La Urna", del Santo Entierro, para la que tallaría Aurelio de la Iglesia su "Cristo muerto".

Hasta se encarga a Francia la realización del manto de la Virgen de los Clavos. Pero todo aquel esfuerzo no consiguió traducirse en un impulso continuado y la Semana Santa de Zamora entraría en una nueva crisis a poco de comenzar el siglo XX.