Los hombres y mujeres vivimos afanados en calmar la sed que brota del interior de nuestro corazón. Buscamos con todas nuestras fuerzas los lugares en los que apagar esa sed. Son muchos los pozos que se nos anuncian como remedio y sanación para acabar con la inquietud y el ansia de plenitud que se aloja en las bodegas del alma. Los nuevos publicistas nos seducen con sus anuncios bullangueros y de luces de colores, con la música a todo volumen y con un movimiento frenético de imágenes que nos da vértigo; y mientras, proclaman a gritos: ¡Pruebe de esta agua! ¡Aquí tiene el líquido que acabará con todos sus problemas! ¡Lleve tres garrafas y pague sólo dos!.

Son muchos los productos que se nos ofrecen como la solución definitiva para alcanzar la felicidad absoluta. Igualmente se nos proponen variados estilos o caminos que dicen conducir a la dicha total y plena. Nos encontramos con personas que corren hasta perder el aliento detrás de la riqueza pensando que con sólo poseerla ya se acabarán todos sus problemas y alcanzarán la satisfacción de todos sus anhelos y deseos. Otros persiguen con igual insistencia y esfuerzo la fama o el poder o el conocimiento o una vida cómodamente maravillosa.

Hoy mucha gente de nuestra sociedad se ha alejado de la fe, son multitud de hermanos nuestros los que han dejado de buscar a Dios. Y sin embargo los cristianos decimos, experimentamos, testimoniamos que la única agua capaz de apagar la sed de infinito que late en el corazón del hombre es Jesucristo. El que se ha encontrado con él y ha acogido su amor, querrá volver a repetir esta experiencia una y otra vez, pedirá y suplicará continuamente ser saciado con este precioso don. El que ha probado y gustado de esta agua ya no quiere otra cosa; nada podrá igualar el sentimiento de felicidad y alegría, la sensación de plenitud y satisfacción, la fuerza y frescura que dan al que la bebe sin miedos y sin complejos. Desde el día de nuestro bautismo, el agua que se derramó sobre nuestras cabezas ha sido la fuente de la que ha brotado una nueva vida: la vida de la fe. Este tiempo de cuaresma nos invita a reconocer que a veces hemos bebido tanto y de tantos sitios que ya no nos apetece beber en la fuente misma. Los humanos somos así, preferimos los arroyos contaminados, pero cercanos y muy accesibles, a ir al manantial originario, situado más arriba de donde brota a borbotones el agua pura y cristalina.