Si usted se encuentra de frente con una campaña electoral, tenga mucho cuidado: muerde. Los daños pueden ser directos, indirectos y circunstanciales, o sea como los complementos en la oración gramatical. Y también pueden ser pasajeros, duraderos y eternos. La mayor parte de los afectados por este último virus suele pertenecer a la clase política. Debutan en una campaña, se meten en ella hasta las cachas y quedan enganchados. Quizás por eso llevemos cuatro años ininterrumpidos de campaña electoral. Bueno, por eso y porque perdió el PP cuando Aznar lo había dejado todo atado y bien atado. O eso creía. Pero las urnas revolcaron al heredero y creyeron necesario, desde el 15-M, tratar de deslegitimar el triunfo del PSOE. Desde entonces para acá se ha roto España ocho o diez veces; Zapatero ha vendido Navarra otras tantas, ha entregado el País Vasco a ETA, Galicia a Fidel Castro, Asturias a Chávez, Andalucía a Marruecos, Gibraltar a Gran Bretaña (ah, no, eso ya estaba de antes pese a que Piqué lo dio por resuelto hace más de un lustro), etc, etc.

La cosa no acaba aquí. A pesar de que la guerra de Irak ha hecho bajar los precios del petróleo (¿se acuerdan cuando nos dijeron eso para justificar la invasión?), la economía se hunde, las obras se paralizan y los inmigrantes nos comen lo poco que nos queda del Estado del Bienestar. Todas estas lindezas, pero más cargadas de bombo, las hemos oído en la precampaña, así que cojan paraguas ante lo que nos aguarda. Por eso digo que las campañas muerden, especialmente cuando, como ahora, ya llevamos unos 48 meses metidos de lleno en ellas. Pero, claro, a las campañas electorales también hay que aplicarles ese viejo dicho de que "por sus exageraciones los conoceréis". A todos, pero hay exageraciones y exageraciones, al igual que hay cinismos y cinismos. ¿Cómo no reírse, por no llorar, cuando Zaplana y Acebes culpan a los demás de mentir?, ¿cómo no hacer lo mismo al escuchar críticas sobre los incumplimientos en infraestructuras si esas mismas carreteras las prometieron Aznar y Lucas del 87 para acá y nunca las iniciaron? Luego está lo de la vara de medir. Quien acusa al otro de electoralismo suele hacer exactamente lo mismo, pero en su caso, ¡faltaría más!, se trata de compromiso, ayuda, apuesta, apoyo, etc. Es decir, Zapatero no debe visitar Renault porque eso es electoralismo, pero Herrera sí puede ir a Pevafersa y a General de Cuadros o donde le plazca. Los artistas son unos trincones, y unos mantenidos si apoyan a Zapatero, pero los deportistas sí pueden respaldar a Rajoy. Claro, son unos currantes de los que madrugan para pagar las hipotecas. Por ejemplo, Butragueño.

Les cuento la última. El viernes se falló el Premio Castilla y León del Deporte, dotado con una buena ración de euros. Se lo dieron, ¡oh casualidad!, a la vallisoletana Miriam Blasco, senadora del PP por Alicante y candidata al Senado por esta misma provincia. No digo que no lo merezca (fue la primera española medalla de oro en una Olimpiada), pero se lo podían haber otorgado el año pasado cuando era la favorita. El galardón recayó entonces en Marta Domínguez, a la sazón concejal del PP en Palencia. Las elecciones municipales y autonómicas se iban a celebrar un par de meses después. También ella se merece, y mucho, el premio, pero hay veces, casi siempre, en los que conviene guardar las formas. Con todo el respeto para el jurado y dado que se premia una trayectoria, ¿no podía habérselo dado este año a Del Bosque, Eusebio, Pereda, Calleja, Rivilla, Julio Jiménez, Lesmes II, Sánchez Paraíso...? En fin...

Lo dicho: vayan a votar, pero mantengan distancias con la campaña. La salud es lo primero.