La estrategia contra la plaga de topillos ha sido un fiasco. Ha habido iniciativas de campanario, otras sustentadas en las prisas y las más adoptadas a ciegas, a golpe de recorte de prensa o de crítica sindical. Silvia Clemente, la consejera de Agricultura, heredó el problema de su antecesor José Valín, quien, seguramente como ya sabía que no iba a continuar al frente del departamento, no puso toda la carne en el asador. Cuando después se quiso hacer una barbacoa mayúscula, no hubo parrilla adecuada, ni fuego para calentarla.

Es verdad que el problema ha sido muy serio y que no es fácil luchar contra el crecimiento desproporcionado de una especie dañina para una actividad económica de primer orden como es la agricultura. Pero algo mejor se podía haber hecho. La traca final, la de colocar, sin apenas control, veneno contra los roedores a diestro y siniestro, de verdad, es de juzgado de guardia. Ahora empiezan a llegar las consecuencias.

Varios cazadores, según denuncia en esta misma página su delegado provincial, José Antonio Prada, encontraron el domingo liebres muertas en el coto de Argujillo. Aunque aún no está confirmado creen que han sido víctimas de un envenenamiento causado por ingerir granos envenenados con clorofacinona, el producto anticoagulante utilizado contra los roedores. Los animales aparecieron en viñedos donde, al parecer, se ha tratado con la sustancia citada.

Se confirme o no el anticoagulante como causante de la muerte de las liebres, lo cierto es que a nadie puede extrañar que aparezcan animales afectados. El veneno, disfrazado en pastillas y grano, se ha distribuido entre los agricultores para que éstos lo apliquen bajo su criterio. Es verdad que a la vez que el producto tóxico, se facilitó a los labradores tubos de plástico donde colocarlo. Pero, después, cada cual ha hecho lo que ha querido. No digo yo que la mayoría no haya cumplido las recomendaciones, pero algunos, como también denuncia José Antonio Prada, desde luego que no. Ha aparecido veneno distribuido en montones, sin ninguna protección, a la vista de cualquier animal. Hay que recordar, además, que la clorofacinona se ha aplicado en pastillas y granos de cereal, comida que buscan habitualmente todas las especies cinegéticas y también otros animales silvestres. Por eso, que nadie se sorprenda si hay una mortandad.

La Junta ha "gestionado" mal la plaga de topillos, con todas las dificultades que, insisto, tiene un problema de este tipo. Las mismas precauciones que se han tomado para evitar -con éxito, por cierto- que las quemas controladas se quedaran en eso y no provocaran incendios, se podían haber adoptado a la hora de esparcir el veneno por el campo. No se ha hecho igual y ahora podemos empezar a pagar las consecuencias.

Ya hay menos topillos, eso es verdad. Lo que ocurre es que nos queda la duda de si la disminución considerable de la población de roedores es por las medidas de la Junta o, como mantienen algunos biólogos, por autorregulación natural. Uno, ya hace muchos años, cuando la primera plaga de roedores afectó -mucho más que ésta- a Zamora, se sorprendió mucho cuando especialistas -algunos extranjeros- mantuvieron sin empacho que los topillos, cuando hay fases de superpoblación sufren de estrés que acaba con buena parte del censo.

Hay menos roedores en el campo, es evidente. Pero ahí están, y por mucho tiempo, miles de toneladas de veneno, la mayoría encajada en tubos de plástico y otra parte al aire libre. Un manjar de colores para muchos animales.