Una vez más, vamos a escribir de un cuadro. En realidad es casi una falta de respeto al artista pintor pues con su oficio lo que hace es narrar sin palabras contando una historia, grande o pequeña, con pinceles. Escribir sobre lo expresado con imágenes no deja de ser redundancia y a veces una distorsión de su mensaje plástico. Se escribe mucho sobre cuadros pero de éstos hay pocos sobre un escrito.

La pintura que nos ocupa se llama "Bizcocho de semillas de amapola", un título muy reducido para lo que vemos en la mesa. El autor es húngaro y por si hubiera dudas "viste" la vajilla con los colores floreados de la blusa del traje típico del país. En términos artísticos diríamos que estamos hablando de un "bodegón", es decir: pintura o dibujo de alimentos con menaje. En este caso un "bodegón" con referencia espiritual por la disposición de los cuadros que vemos al fondo y por el motivo que aparece en el del centro: un Calvario.

Una silla de brazos, con rotunda frontalidad, sirve de nexo con el plano horizontal donde reposan los objetos y alimentos sobre el mantel. Una silla vacía que me hace recordar la que ocupaba mi padre en nuestra casa familiar. Las ausencias en la vida, en el arte, como los silencios en música, ocupan espacios invisibles y llenan pozos de emociones.

Es curioso que el título del cuadro sólo se refiera a un elemento de los muchos que aparecen representados, lo que nos lleva a pensar en una intención simbólica, casi eucarística. Las amapolas son flores asociadas a la maleza del cereal (cizaña en terminología evangélica) pero en este caso sus semillas hacen con él un buen maridaje: el pan como alimento salvador que neutraliza y vence a la cizaña. A propósito vienen unos versos del poeta Carlos Murciano que pareciera los compuso mirando con nosotros el cuadro: "Sobre la mesa están el agua, el vino/ los cubiertos, el pan, la loza nueva.../ y es una música celeste/ el leve son que inician las cucharas".

Algo late en la estancia. Los objetos esperan a los comensales. Faltan todos, invitados e anfitriones, pero todo aguarda con religiosa paciencia. La misma con la que el artista concibió, compuso, dibujó y pintó esta imagen doméstica donde se respira una paz que suele darse, entorno a la mesa, cuando la familia se junta en armonía, compartiendo viandas y vivencias. Seguro que el autor no podía sospechar, cuando pintó esta "escena de género", que millones de mesas familiares en el mundo quedarían patas arriba con la segunda guerra mundial en la que, por su condición de judío, supo lo que le esperaba. Cuando muchos, en su país, huían de la persecución de los nazis, él rechazó la ayuda para escapar.

Ahora sí que me atrevo a inventar, en honor del artista inmolado, lo que se le pudo pasar por la cabeza en aquellos momentos críticos: "No puedo correr hacia donde nadie me espera con la mesa puesta".

Prefirió permanecer en su ámbito vital, a costa de perder la vida. Apareció muerto, a la orilla de una carretera.