Determinadas informaciones dicen que "Interior ha declarado la guerra a los narcos", refiriéndose a los delincuentes afincados en la zona del Campo de Gibraltar, cuando en realidad el Estado no le ha declarado la guerra a nadie, ni siquiera en sentido figurado, entre otras cosas porque sería ponerse al mismo nivel que la otra parte, la que delinque, y de otorgarle categoría de estado o nación, o como poco admitir que exista un conflicto armado, o un conflicto social, cuando de lo que se trata es de la presencia de un grupo, más o menos organizado, de delincuentes que hacen "la guerra por su cuenta", y el Estado, en uso de sus competencias y obligaciones, pone los medios necesarios para detenerlos y juzgarlos. Con toda seguridad las fuerzas de seguridad pondrán fin al intento de "camorrarizacion" de localidades como Algeciras, La Línea, San Roque y Los Barrios, en las que el matonismo de esa lacra que tanto daño hace a la sociedad se ha hecho notar demasiado. De hecho, ya han empezado a realizar redadas masivas, una de ellas deteniendo a cuarenta narcotraficantes, de ahí que no importe que por las mañanas nos despertemos con mal humor si por la noche llegamos a recuperarlo.

Si se hubiera tratado de una guerra, el resultado final sería aún más sobresaliente, ya que la balanza se inclinaría, como siempre sucede, a favor del más fuerte, que en este caso son las fuerzas de seguridad del Estado. Y es que, aunque la sociedad no pueda impedir que estas cosas sucedan, lo cierto es que cuando existe una decisión política todo el mundo se pone las pilas y la policía también, y los problemas se van solucionando, incluso los más difíciles y enquistados, porque, afortunadamente, se sabe utilizar con eficacia los recursos de los que se dispone.

De la misma manera, y salvando las distancias -enormes, por cierto- informaciones locales dicen que "los vándalos han declarado la guerra al Ayuntamiento en la lucha de los grafitis", cuando en realidad lo que ocurre es que los descerebrados que embadurnan fachadas y monumentos han incrementado sus acciones, ignorando lo que es un grafiti. Merecería la pena que se pasaran por los barrios de Malasaña y Lavapiés, en Madrid, para que vieran, sobre el terreno, lo que es en realidad esa manifestación artística, y comparar sus sucias pintadas con las estupendas imágenes que destacados grafiteros han plasmado en distintos locales con el beneplácito de sus dueños y la colaboración del ayuntamiento madrileño.

El hecho de vandalizar las ciudades no es una acción específica contra los ayuntamientos, ni por supuesto contra el de Zamora, sino contra el conjunto de la sociedad, ya que es ésta tiene que convivir con una ciudad sucia e impresentable. Son los vecinos los que ven como parte de sus impuestos tienen que ser dedicados a abonar la cuenta de los trabajos de eliminación de pintadas, y para más inri, sin éxito alguno. Esa sociedad atacada es la misma de la que también forman parte los propios vándalos, así como sus familiares y amigos.

Lo cierto es que esas acciones no forman parte de una guerra, ni psicológica ni de cualquier otro tipo, y los ayuntamientos deben poner los medios a su alcance para solucionarlo, también el de Zamora. Tener una ciudad limpia y aseada, exenta de todo tipo de guarrerías, pasa por no permitir que una panda de gamberros se enseñoree haciendo gala de sus vandálicas acciones, y si por impedir que las piedras de la historia sean mancilladas con la pintura de un spray.

Resulta difícil de entender como en una época en la que los medios tecnológicos permiten profundizar en cualquier tipo de investigación cueste tanto resolver problemas tan nimios como éste. Está por ver si el Ayuntamiento se tomará alguna vez en serio esto del vandalismo indiscriminado haciendo lo posible para que quienes parecen disfrutar con ello paguen los desperfectos y sean penalizados en base a lo que dictan las leyes y las ordenanzas municipales, que para eso existen. Porque de no hacerlo así, Zamora se convertirá en una ciudad caótica. En la antítesis de una ciudad que pretende supervivir con el turismo. En un núcleo cada vez más agonizante.

Lo he dicho muchas veces, y lo vuelvo a repetir: si nuestra sociedad es capaz de combatir y derrotar a grupos terroristas, y de detener y enchironar a peligrosas mafias de narcotraficantes, ¿cómo no va a ser capaz de poner coto a cuatro gilipollas que destruyen el buen aspecto de las ciudades?