Hoy me han despertado los soniquetes del chatarrero. Hacía mucho tiempo que no escuchaba su voz, ahora grabada y lanzada al aire a toda pastilla a través del altavoz de la furgoneta que lo transportaba, muy lejos de aquellos sonidos que salían directamente de su boca, hace ya muchos años. Recuerdo que quienes andaban antes por los pueblos recogiendo cacharros viejos eran sobre todo gitanos. Ahora casi, aunque mucho menos. Los tiempos mudan, claro. Lo que no ha cambiado es el mensaje: "¡El chatarrero! ¡Ha llegado el chatarrero! Se recogen toda clase de cacharros: hierros, bicicletas, lavadoras, camas, somieres. Todo, todo lo que usted tenga que tirar a la basura. ¡Ha llegado el chatarrero de toda la vida!". Y así de calle en calle y de puerta en puerta, un día sí y otro también, ganándose la vida recogiendo los cachivaches y trastos viejos e inservibles de nuestros hogares. Una especie de punto limpio ambulante que, tanto antes como ahora, produce exiguas ganancias económicas.

Al escuchar la voz del chatarrero, salí a su encuentro. Tras ofrecerle unos cuantos hierros, palas viejas y otras herramientas que ya no utilizo en mi huerto, se me ocurrió decirle que tenía que modernizarse y grabar otros mensajes, ofreciendo la posibilidad de recoger no solo lo clásico, es decir, los mobiliarios de toda la vida, sino pregonar a los cuatro vientos que también recolecta los vicios, las malas maneras y los modales repelentes que tanto pululan a nuestro alrededor. Claro, cuando escuchó mis palabras no pudo por menos de espetarme que él se dedicaba a recoger cosas materiales, de usar y tirar, artilugios con los que además podía obtener algún rédito monetario y sacar adelante a su mujer y sus cuatro hijos. No obstante, como tenía pinta de espabilado, entendió mi mensaje con rapidez y, ni corto ni perezoso, me soltó una larga parrafada, con una sentencia que aún sigue revoloteando en mi cabeza: "Si además de recoger lo de siempre empezara a almacenar también todo lo que usted dice, ya me hubiera hecho millonario".

Como la conversación adquirió un tinte filosófico, enseguida nos pusimos a hablar de otras situaciones, circunstancias y conductas de la vida cotidiana que, según él, merecían ser recogidas también y lanzadas al camión de la basura, aunque sin posibilidad de reciclaje. En su lista incluyó los ataques de odio que periódicamente recogen los medios de comunicación, se produzcan en Morales de Toro, Israel o Palestina; los actos violentos, las humillaciones y las agresiones con armas de fuego en las escuelas, se realicen en Estados Unidos o en el patio del colegio de nuestros hijos; los abusos contra los trabajadores, se perpetren en las fábricas de India, Pakistán o en las grandes superficies y centros comerciales de Lisboa, Madrid o Roma; los pillajes al erario público de gentes sin escrúpulos, se efectúen aquí, en México o en Sierra Leona. En fin, que si los chatarreros actuales tuvieran que dedicarse también a recoger estos materiales que tanto afean la vida personal y comunitaria, se harían de oro. Y todos saldríamos ganando.