He visitado recientemente en Ourense una exposición sobre los suevos. Es uno de los pueblos germánicos, considerado bárbaro, el cual, junto a vándalos y alanos, invadieron la Hispania romana al final del imperio romano y al inicio de la Alta Edad Media, allá por el siglo V. Mientras que los vándalos y alanos fueron expulsados tempranamente por los visigodos de la península Ibérica, los suevos se establecieron en el noroeste peninsular y ocuparon la actual Galicia, el norte de Portugal y parte de Castilla y León, incluyendo la provincia de Zamora.

El historiador Cayo Cornelio Tácito los describe en su libro "De las Costumbres y Pueblos de la Germanía" como muy altos, de ojos azules y con el cabello rubio, también hace hincapié en una rara costumbre que tenían para enfrentarse a los enemigos:

"Antes de entrar en las batallas, para animarse, cantan ciertos versos, cuyo son llaman bardito, por el cual adivinan qué suceso han de tener. Porque o se hacen temer o tienen miedo, según más o menos bien responde y resuena el escuadrón, y esto en ellos es más indicio de valor que armonía de voces. Desean y procuran con cuidado un son áspero y espantable, y para ello ponen los escudos delante de la boca para que, detenida la voz, se hinche y levante más".

También afirma que no les gustaba amasar riquezas, pues cuando les presentaron algunos vasos de oro y plata a algunos de sus embajadores y príncipes "no hacían más caso que si fueran de barro". Y sobre su afición por el dinero dice que "Los que toman monedas las quieren viejas y conocidas, (?); y se inclinan más a la plata que al oro, no por afición particular que la tengan, sino porque el número de las monedas de plata es más acomodado para comprar menudencias, cosas usuales".

Hay piezas en la exposición excepcionales, pero me han llamado la atención cuatro de ellas, porque dan fe de la importancia que jugó la actual provincia de Zamora en la época citada.

Se trata de dos monedas, una fíbula de arco o broche que se utilizaba para sujetar los mantos, y un pendiente con forma de aro.

Estas dos últimas piezas fueron encontradas en Villalazán y se conservan el Museo de Zamora.

Las monedas son dos tremis de oro, que equivalían a una tercera parte de un sólido de oro, moneda creada por el emperador Constantino I el Grande en el siglo IV, que sustituyó al aureus romano. El sólido era el salario que se le pagaba a quienes luchaban en las guerras.

Por ese motivo de esa palabra proceden los vocablos soldado y sueldo.

En los tremis acuñados en Sanabria y Zamora aparecen las figuras de dos reyes de dicho pueblo y han sido prestadas por el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Y a pesar de que la Edad Media suele considerarse un periodo bárbaro, entendiendo como barbarie, "la actitud de personas que actúan fuera de las normas de la cultura, especialmente de las de carácter ético y son salvajes, crueles o faltos de compasión hacia la vida o la dignidad de los demás", su cultura refinada hace que, a pesar de comportarse de forma despiadada en la guerra, como ocurre en todas las civilizaciones, en sus cortes estos reyes poseían una exquisitez fuera de lo normal, ya que escribían en latín y acabaron tomando como referencia a la ciudad de Rávena que se convirtió por esa época en una de las zonas de mayor influencia sobre todo el orbe conocido.

El primer tremis del que quiero hablar es uno de Witerico que se acuñó en Sanabria, y el segundo otro de Sisebuto realizado en la ceca de Semure, es decir, en nuestra ciudad de Zamora.

El tremis de Witerico, quien reinó del año 603 al 609, presenta el busto del monarca en el anverso. Baste citar dos pinceladas para hacernos una idea de su ajetreada vida.

Por un lado, el casamiento de su única hija, Emenberga, a la que en el año 607, el rey francés, Teodorico de Borgoña, pidió en matrimonio y a la cual juró que jamás perdería su condición de reina, aunque la realidad acabó siendo muy diferente, ya que debido a la intromisión de la abuela y de la hermana de Teodorico, quienes le hablaron mal de ella para que no se casase, este se la devolvió a su padre, aunque, eso sí, se quedó con la dote, lo que dio lugar a grandes enfrentamientos entre ambos.

Al parecer, la joven practicaba el arrianismo, herejía de la época por la cual se creía que Jesucristo era una creación de Dios Padre y estaba subordinado a Él.

Por otro, su final trágico, murió asesinado en Toledo en un banquete donde se conjuraron contra él los nobles. Su cadáver fue arrastrado por las calles de la ciudad y los que antes le habían servido y temido exclamaron: "Había matado con la espada y con la espada murió".

En cuanto al tremis de Sisebuto, también presenta en su anverso el busto de dicho rey, el cual reinó entre los años 612 al 621. Fue coetáneo del obispo San Isidoro de Sevilla con el que mantuvo una buena relación gran parte de su vida. De hecho, este le obsequió con un libro de diversas materias, pero fundamentalmente de astronomía, titulado "De rerum natura", y Sisebuto le obsequió a su vez con otra obra suya, titulada "El Astronomicon", un poema compuesto por 55 hexámetros latinos, sobre los eclipses, ya que durante esos años se pudieron ver varios, tanto de sol como de luna, por estas tierras, en el cual intentaba explicar de una forma más realista la causa que los producía, para cortar las supersticiones de los habitantes de la Hispania romana, las cuales daban lugar a numerosas prácticas paganas en su reino.

Se caracterizó por oponerse al teatro, pues se conserva una carta donde le recrimina al obispo de Tarraco su enorme afición a las representaciones teatrales.

Atacó al arrianismo, y se opuso a los judíos de forma desmesurada.

También murió en extrañas circunstancias.

Y volviendo más atrás en el tiempo, hace algunos años, en hora intempestiva, la de la comida, recalé en una iglesia pequeña y apartada en el pueblecito gallego de Bande, en Ourense, donde se conserva uno de los mejores templos suevo-visigodos del mundo, el cual se empezó a construir en el año 410, llamado San Trocado (o San Torcuato) y Santa Comba, muy cerca de la vía romana y de un campamento romano, el de Aquis Querquennis. Allí reposaron los restos del santo, aunque posteriormente fueron llevados a Celanova.

San Torcuato, en latín llamado Torquatus, cuyo nombre significa: "El que lleva un collar", fue además de un mártir muy venerado, el primer varón apostólico que enviaron San Pedro y San Pablo en el siglo I para evangelizar España, junto a otros seis discípulos del apóstol Santiago.

El pueblo de Bande estaba totalmente desierto y cuando abrieron la iglesia llegó una mujer que venía de lejos, se acercó al gran sepulcro pétreo de San Torcuato, que está dentro de la misma con un agujero. Metió los dedos allí, sacó una especie de polvillo, se frotó los ojos con él y acabó rezando una oración.

Al cabo de un rato me contó que, se creía que el que iba a aquel lugar y realizaba ese ritual, sanaba de las enfermedades oculares.

Todo ello da fe del afán que mostraron los reyes suevos que acabaron cristianizados, por acabar con las supersticiones de los pueblos conquistados, renunciando ellos mismos a sus antiguas creencias, y muchos siglos después, en época, al parecer no tan bárbara, aún se acercan personas a sus iglesias y monumentos, situados en lugares ancestrales, mezclando su creencia con la superstición para lograr el milagro de la curación.

Es curioso cómo para llegar hasta aquí se han tenido que ir superponiendo los sedimentos de todos estos pueblos que nos han precedido, con sus mezclas de costumbres, ideas religiosas, cultura, conocimientos y barbarie, y así fundamentar en ellos la esencia de lo que llamamos nuestra avanzada civilización actual.