Siempre he sido consciente de tener privilegios por el mero hecho de haber nacido hombre. Nacer hombre es un chollo. Al menos lo ha sido en el arco temporal que uno hasta el momento ha vivido. Vengo de unos orígenes, unas zonas rurales, en donde la mujer lo hacía casi todo: no solo lo de dentro de casa, no solo el cuidado de los hijos y los ancianos; también lo de fuera, lo de fuerza, las tareas del campo o el pastoreo. Toda mi vida he estado rodeado de mujeres que podían con todo, que jamás admitían una flaqueza, capaces de cualquier cosa. El mundo, al menos el mío, hubiese sido una completa basura sin ellas, sin mi madre primero, sin mi hermana, si mi actual cómplice conyugal? A mi alrededor, en lo que he podido ver sin que me lo cuenten, siempre han sido ellas las que sostenían el mundo. Los hombres, en el mejor de los casos, echamos una mano; las dos, raras veces.

Con este trasfondo no me hubiera parecido demasiado extraño que un día ellas se cansaran y empezaran a arrearnos candela, al menos a los más infames, vagos, estériles o majaderos. La aparición de crecientes maltratos y desprecios de ellas contra ellos, quiero decir, me hubiese parecido bastante explicable. Lo que me tiene atónito y sin aliento es que seamos los hombres, es que sean los más infames, vagos, estériles y majaderos de los hombres, quienes protagonicen continuas explosiones de violencia contra las mujeres. Las matan, día sí día también. Las violan. Las maltratan de palabra y otra. Hay una ola brutal, interminable y que parece creciente de odio machista contra las mujeres que no puedo entender y que me produce lo que voy a llamar vergüenza de género.

Me da vergüenza ser hombre, en efecto. Desde hace bastante tiempo. No me cabe en la cabeza la involución de tantos que se creen "machotes", machos alfa de tribu y que siguen considerando que ellas, cual seres inferiores, deben de estar a su disposición, sumisas, sonrientes e incluso agradecidas de que el gran macho les haga el honor de mirarlas. Porque todo eso es lo que hay debajo de esa violencia, dentro y fuera del matrimonio; en las pandillas masculinas, tantas veces soeces y sin otro nexo interno que los asuntos de entrepierna; en las agresiones sexuales y de cualquier otro tipo. Demasiados hombres, una barbaridad en términos relativos, siguen creyéndose seres superiores o siguen comportándose como tales, pese a la evidencia secular de que son ellas precisamente quienes sostienen el mundo y cuanto hay en él, descerebrados incluidos.

Asumidlo de una vez, machotes: sois una mierda. Ninguno de vosotros vale un quinto de lo que vale la más débil de las mujeres. Desaparecéis y ni se nota. Desaparece una de ellas y queda un montón de gente a la deriva, empezando por los de vuestra subespecie, incapaces hasta de zurciros un calcetín o haceros la sopa más simple. No sé qué pasa, qué os pasa a algunos, ni sé el remedio para vuestros malditos complejos prehistóricos. Pero por utilizar una de vuestras expresiones favoritas, la estáis preparando de cojones. (Mirad lo que ocurre también en los estadios de futbol y alrededores, por no quedarnos solo en la violencia machista). Mientras tantos y tantos hombres involucionan, incapaces de adaptarse a nuevos tiempos en los que la igualdad de derechos no es negociable, ellas evolucionan, siempre incansables. Y tenemos a unos en la Edad Media mientras otras se adentran en el siglo XXI. No es de extrañar que las mujeres empiecen a estar más que hartas y empiecen a demostrarlo en la calles.

Son tiempos en los que da vergüenza ser hombre; personalmente, sí, tengo vergüenza de género. Nunca nos las merecimos. Y es posible que los que estiman que no somos iguales, tengan razón en el fondo. Yo, desde luego, las percibo superiores y más completas en todos los sentidos. Pero termino. La violencia de género es un sacrilegio laico, porque equivale a matar a la madre. Y cada vez hay por ahí sueltos más matamadres. ¿Qué os pasa, imbéciles? ¿No se os separa el cerebro de los testículos?