En el siglo XVIII el italiano Beccaria publicó "De los Delitos y las Penas", un revolucionario tratado que ponía el énfasis en la objetivación de los delitos y de los castigos que debían imponerse ante su comisión, independientemente de quién fuera el actor de los mismos. Rechazaba la arbitrariedad del juzgador, tradicional hasta entonces, y centraba la mirada en la diferenciación entre quien ha de legislar (el parlamento) y quien ha de interpretar las normas (los jueces).

Un siglo después, otro italiano, Lombroso, con peculiar método científico -basado en la observación de ciertos rasgos físionómicos como la forma del cráneo, comunes según él en muchos delincuentes habituales-, postuló la concepción del delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético. El arquetipo del "criminal lombrosiano" no ha triunfado en el tiempo pero estigmas similares a los empleados por él han servido a algunos de los más atroces criminales de la historia reciente.

Ahora hace cien años, Lenin, aún hoy ensalzado por mentes enfermas, no menos sanguinario que Stalin, transmitía su ideario vía el semanario del Ejército Rojo "Krasnaya Gazeta": "Sin piedad ni excepción mataremos a nuestros enemigos por cientos, por miles, ahogándolos en su propia sangre. Que haya torrentes de sangre burguesa, tanta sangre como posible sea".

En "A Sangre Fría" Truman Capote lleva a cabo, a partir del asesinato real de los cuatro miembros de una familia de granjeros, una metódica y detallada descripción del proceso mediante el que unos criminales piensan y ejecutan sus actos ante la absoluta indefensión de las víctimas. En "El Lobo Estepario", Herman Hesse introduce el bisturí en la difusa franja que separa la humanidad y la latente agresividad animal de su protagonista. Es el debate universal e intemporal entre Caín y Abel que se sustancia en las conexiones neuronales de cada criminal.

Por el crimen, un pastor de ovejas puede resultar ser un perro salvaje para la desdichada víctima a la que el destino hace cruzar en su camino. Unos padres de almas convertirse en encubridores y cómplices de almas envenenadas que solo saben sembrar el terror y la muerte. Una sociedad entera en instigadora y jaleadora de los peores actos cometidos por mentes enfermas de maldad.

Da igual que pongamos sobre el objetivo la lente del telescopio para abarcar a la humanidad entera o la del microscopio para analizar hasta la partícula más pequeña, tangible o intangible, de la naturaleza humana. En "Hombre de la Esquina Rosada", Borges hace decir a "una del montón" tras el apuñalamiento de un hombre: "Para morir no se precisa más que estar vivo". El crimen es y será omnipresente, con mayor o menor grado de atrocidad sólo dependiendo de lo de cerca o de lejos que nos alcance, de cómo queme nuestra ropa o el cristalino de nuestros ojos, de cómo de próximos lleguen a nuestros sentidos el férrico aroma de la sangre o el acre sabor de la muerte.