Las sensaciones generalizadas no se disipan fácilmente; al contrario, tienden a expandirse. Una de ellas es la idea común de que a los ricos y a los poderosos les resulta demasiado sencillo evadir impuestos. Si ello ha sucedido con frecuencia en el contexto de la vieja economía, el efecto se multiplica en la nueva, donde las grandes tecnológicas, además de la innovación, han sabido desarrollar las fórmulas más creativas para no pagar lo que deben. Para las GAFA -el acrónimo que engloba a Google, Amazon, Facebook y Apple- los impuestos son sólo un inconveniente comercial, no la posibilidad de redistribuir los bienes y los recursos que han generado, como ha dicho Falciani. Y que han generado, además, por medio de una competencia desleal dentro del mercado. Mayormente se llevan todos los beneficios sin aportar nada. El paradigma capitalista plantea con las grandes tecnológicas una evolución todavía más salvaje y alejada de la realidad social.

Apple, por ejemplo, mantuvo durante años un acuerdo con el Gobierno irlandés para pagar menos. Amazon trasladó su base a Luxemburgo para eludir la presión fiscal de otros países europeos. Steve Jobs, el gran ídolo de los aficionados a la tecnología y cofundador de la primera de estas compañías, exprimía como filosofía de vida la posibilidad de vivir cada día como si fuera el último. A alguien que se pone en esa tesitura no le hace falta la redistribución de la riqueza, realmente desconoce en qué consiste. Apple se mueve en las mismas coordenadas que su fundador: la ley del embudo.

Lo que la Unión Europea reclama a las grandes tecnológicas es el 3 por ciento de los ingresos por los servicios online. Nada distinto de lo que ya cotizan en Estados Unidos. Cristóbal Montoro ha anunciado que en España el impuesto se vinculará a las pensiones que este año y el que viene supondrán una carga adicional para el Estado. Ya va siendo hora de que se les acabe el chollo.