Siempre que abro un libro de Tomás, sé que no podré leerlo con la objetividad del sesudo crítico o el juicioso profesor que, creo, fui.

Este de ahora me tiene oscilante entre el dulce arrobo y la sabrosa exaltación.

Leí "Calle Feria" con la atención debida, pero igual que "Pérdida del ahí" (poesía) lo leí desde el puro sentimiento compartido, ahora oigo las palabras de "Años de mayor cuantía" desde una entrega a la complicidad.

No sé si oigo un relato o una palpitación. No sé si leo unas memorias (creo que no) o es simplemente el relato de una biografía compartida. Espero que el día 19 me lo aclare Tomás. Estaré alerta.

Es lo que tiene haber vivido la infancia de Fernández en la misma ciudad en que la vivió Sánchez, y en la misma época. Fernández, Sánchez, Hernández y Rodríguez, aquellos niños oscuros de una ciudad oscura en una época oscura sufrieron los mismos miedos, gozaron de idénticos olores, jugaron a los mismos juegos y conocieron a los mismos personajes.

Por ello, este Fernández que sigue siendo amigo de aquel Sánchez desde la juventud no puede platicar sobre el libro deliciosamente escrito por este Sánchez, sin caer en trances de ternura, de complicidad. Este Fernández oye los "Pormenores" de este Sánchez con la emoción debida a tantos recuerdos y sensaciones compartidas.

No hacerme caso. Qué le voy a hacer, no voy a utilizar emoticón en este medio para expresar el júbilo. Solo palabras. Otros las unirán sesudas.

Llevo leídas setenta y tantas páginas. Parece una autobiografía, aunque quizá sea la biografía del común, desarrollada en primera persona.

Recupero la imagen de una ciudad en un tiempo reconocible.

Recupero la prosa de Tomás amablemente sostenida por la sintaxis pulcra.

Reconozco esos hitos de los descubrimientos en la infancia.

Enlazo con los vericuetos narrativos de Calle Feria y con sus alegorías.

Estoy encantado con la lectura, además de por la buena letra por la diafanidad de las páginas de una edición.

No preocuparse: no voy a desvelar los intríngulis del relato. Relato? Novela? Yo qué sé. Eso de los géneros literarios es cosa de escolares. El que escribe, como el que desordena; por eso, quizá los grandes libros, los más grandes, echan por tierra esas acomodaciones de las estanterías de la literatura.

¿No fue "El Quijote" una mixtura narrativa en aquellas oleadas renacentistas brujuleando entre lo pastoril, lo picaresco y lo de las caballerías? Pues algo parecido me voy encontrando en "Años de mayor cuantía". Ni memorias, ni biografía. Relatos los hay, finamente trenzados con un esparto familiar.

Lo que los eruditos llaman digresiones, también. A ratos la narración es reflexión y hasta cántico, pero, sin duda, la historia testimonio de José Sánchez el detenido, el que no llegó a estar, el desconocido, es una denuncia o un impactante testimonio, elaborado en la voz de otros dos Sánchez, padre, hijo con el artilugio del narrador narrado en lo que los que saben, llaman "caja china", o sea, historia metida en otra historia, o "muñeca rusa"; seguramente tendrá otro nombre técnico, pero eso...Bah.

De eso sabe Tomás la leche, porque ya jugó en "Calle Feria" por esos vericuetos literarios que los estudiosos deciden muy bien nombrar con latinajos.

Casi voy llegando a la mitad del libro y no me cabe duda de que habrá nuevas sorpresas y seguiré haciendo la crónica de mi particular lectura.

Y seguiré con esta crónica desordenada de un lector impenitente y sin la honrosa capa de alistano que nunca llevaría arrastrando con mi silla, pues alguno, como Cervantes, osaría decir con cachondeo "vimos luego otra Semana Santa".

He recorrido dos días escuchando la historia de Tomás, memoria y fábula. He seguido asombrándome, sobre todo, por la magnificencia de los usos lingüísticos, por los tonos que escucho, por los ritmos que siento en el relato.

Por las palabras. Dice en la banda roja que rodea el libro: "Tomás Sánchez Santiago ama las palabras; da la impresión de que besa cada una de ellas antes de escribirlas." Lo firma Óscar Esquivias; lo suscribo: el culto a las palabras, la única religión verdadera. La que liga a los hombres entre sí, una forma de ser en todas las sustancias.

Alguna palabra aún he tenido que buscar en diccionario. No suele ocurrirme mayormente, pero me gusta cuando ocurre. Las palabras que celebran, que participan, que ordenan y, cuando conviene, desordenan la realidad, las palabras, esos baúles donde se guardan las cosas en desuso, los recuerdos, los sentimientos en desuso.

"Años de mayor cuantía" es un monumento a las palabras con ellas construido; además una gran conmemoración, porque los objetos o acciones que designaron las palabras ya sólo existen, si acaso, en los museos etnográficos. El mundo del ayer se puede revivir en las palabras que, como en una red, recogen lo caído, lo perdido, incluso lo que nunca fue y pudo haber sido, lo que debió ser.

He colmado los dos primeros tramos del relato, según índice. No sólo me siento satisfecho, también esperanzado en todo lo siguiente.

Esto es la reivindicación más hermosa de la memoria. Asisto con unción a cada página.

Sigo a lo mío: escuchando a Tomás con ansia de más y con pena de que se me acabe esta crónica emocional, emocionante. Una crónica de un tiempo en una ciudad, compartidos. Aparecen personajes que conozco o conocí: los esbirros de un régimen que también sufrí. No hacían la vida fácil con sus consignas: "Vale quien sirve".

Muy valiente Tomás al despachar el género de ese almacén de la memoria, hilando fino. Quien dice su verdad, no miente, pero quizá disguste a algunos personajes, los que aún viven que aparecen nominados sin temblor o caricaturizados con un realismo fiero.

Sin embargo, el ajuste de cuentas iba siendo necesario en esa desmemoria de la llamada memoria histórica. Sólo los escritores le han hecho y le hacen justicia a la desmemoria que tanto gusta y conviene a gerifaltes, que no son de antaño, sino de ayer mismo, incluso de hoy

Tomás se despacha a gusto, poniendo en evidencia a quienes no perdonan.

No voy a seguir con esta crónica de Juan lector. Creo que he cumplido mi objetivo: Alentar la lectura de "Años de mayor cuantía", una novela, una crónica, una memoria extraordinaria. No me he detenido a analizar el proceso narrativo. Eso ya lo hará con posterioridad algún universitario curioso, si es que existen en la posteridad universitarios curiosos.

Sigo a lo mío.

Y no puedo menos... Y sigo. Porque, de repente el "yo" narrador que parecía Sánchez, ya no es Sánchez. Por algún vericueto se coló otro "yo" narrador, Moraga un cocinero. La primera persona se hace otra, quizá para abrir el hueco de la compasión ante el pérfido Camuñas, el conserje de aquel colegio, que funciona como un vaso comunicante. Pero Camuñas ya no es el malvado conserje. Desde otra perspectiva se aprecian las apremiantes condiciones del pobre conserje, incluso el decorado se vuelve fantasmal en su realidad.

No es ajeno al escritor intercalar historias que se adosan a la trama fundamental. Ocurre en el primer Quijote y en otras novelas de aquel siglo, también en "Calle Feria", pero en "Años de mayor cuantía" ofrece, a mi entender, el quicio para abrir la puerta al análisis psicológico y aun filosófico, sobre la falsa

identidad del yo o de todos los "yoes" que somos. El yo que se enseña voluntariamente, el yo que ven los otros a pesar nuestro, y el yo más oculto que solo aparece en escasos momentos.

Esto es fascinante y fantasmal. Quizá una vuelta más en aquello de las perspectivas que nos mostró Lawrence Durrel en su "Cuarteto de Alejandría".

En esta cotidianidad de novelones anclados en los patrones narrativos del mundo anglosajón, se agradece el riesgo el riesgo de Tomás Sánchez la recuperación de las fórmulas experimentales en la narrativa, tan plana en los llamados bestseller. Pero, claro, esos son cosa de eruditísimos, que al lector del común le importan poco, pues, quizá, ni lo nota. Pero eso ... Bah! Son cosas de física retórica.

Y qué es una novela sin sorpresas?

El gran narrador se tira al monte con la fábula.