En el evangelio que se lee en las misas de hoy observamos a los discípulos de Jesús entre el miedo y la sorpresa. Cristo había muerto, y las mujeres y los discípulos que fueron a Emaús les contaron que se habían encontrado con él. Sin embargo, no terminaban de creérselo. ¿Cómo iba a estar vivo, si todos ellos lo habían visto morir? Al final, es Él mismo quien tiene que presentarse en medio de ellos y decirles: "¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón?".

La resurrección es el centro de la fe. Si Cristo no ha resucitado, todo se vendría abajo, y no valdría la pena ser cristianos. Los creyentes no nos basamos en un fantasma que se haya aparecido. Ni tampoco en un invento de unos hombres que iniciaron la Iglesia sobre una mentira. Creemos en el testimonio de los apóstoles, unas personas que se sorprendieron de ver a su Señor resucitado. Jesús tuvo que repetirles que era él en persona, y se puso a comer para que vieran que no era un fantasma. "Palpadme", les dijo. ¡Tocadme! Se había ido al cielo, sí. Pero no estaba en las nubes. Era Él, el Maestro, Jesús, el de siempre, pero con una vida nueva y gloriosa. ¡Cómo iban a inventarse algo que les costó tanto descubrir y creer!

También a nosotros nos cuesta muchas veces creer en Jesús resucitado. En primer lugar, con la cabeza, porque es difícil entenderlo y asumirlo. Es entonces cuando tenemos que fiarnos del testimonio de la Iglesia, que nos presenta a Cristo vivo, porque aquellos apóstoles -sus amigos- se encontraron con él, y porque nosotros -también sus amigos- nos encontramos con él en la eucaristía. En segundo lugar, tenemos que creerlo con nuestra vida. ¿Por qué nos fijamos tanto en lo malo, en lo negativo, y no vemos todo lo que está haciendo Dios en nuestro mundo y en nuestra vida? Porque a nuestro alrededor hay señales de que Cristo ha resucitado, de que vive entre nosotros. Tantos detalles de amor, momentos de paz, personas y lugares en los que triunfa la vida y la esperanza.

Además, creer en la resurrección de Cristo hace que vivamos de otra manera. Porque sabemos que la vida no termina con la muerte. Y porque todo aquello que dijo e hizo Jesús, lo confirmó al resucitar. Por eso podemos anunciar y vivir el Evangelio con valentía, sin miedo, como los primeros cristianos, como hace san Pedro en la primera lectura de la misa de hoy. Ojalá seamos capaces de abrir nuestros ojos y ver en la realidad -en el mundo- y en nuestra vida la presencia de Jesús, que está vivo y llena de vida todas las cosas.