La visita del presidente del Partido Popular y, no lo olviden, del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a Zamora para participar en la convención nacional de su partido sobre medio rural y retos demográficos ha levantado mucha polvareda. Era lo esperable: si hay una provincia donde debe hablarse de estos asuntos con carácter de urgencia es precisamente aquí. ¿Qué no vamos a saber los zamoranos que aún seguimos residiendo en estas tierras de la crisis del medio rural y la agricultura, del fantasma de la emigración y la huida ilustrada de nuestros jóvenes, del progresivo envejecimiento de los recursos humanos y de la cada vez más difícil regeneración demográfica de nuestros pueblos, que, de seguir al ritmo actual, en unas cuantas décadas ya no habrá ni dios que los reconozca? La radiografía de la situación es tan difícil y compleja que, aunque suene a risa, las soluciones no pasan únicamente por la visita del mandamás de turno, sea ahora Rajoy o quienes lo han precedido en el Palacio de la Moncloa.

Nadie en su sano juicio debería creer que lo que hayan hablado y discutido ayer en el Teatro Ramos Carrión los asistentes a la convención popular va a sacarnos las castañas del fuego. Las castañas que comemos en estas tierras están ya tan chamuscadas que únicamente podrían digerirse con recetas adaptadas a nuestras circunstancias. Porque aquí necesitamos hechos y proyectos concretos. Nos sobran las palabras y las declaraciones vacías de contenido y de buenas intenciones. Además, es imprescindible pisar el terreno durante los 365 días del año y no solamente pasearse por la ciudad de turno, en este caso Zamora, para recibir una capa alistana, hacerse una foto para el álbum de la historia personal y colectiva, comer con unos cuantos amigos y luego regresar al punto de origen. Por eso la visita de Rajoy ha crispado a tantas personas: porque la inmensa mayoría de quienes residimos en estas tierras tenemos la percepción de que nuestros remedios no se solucionan únicamente con visitas, que, aunque bienintencionadas, ya no son suficientes.

Aunque suene a risa, hay políticas que pueden favorecer a la población, la innovación y el desarrollo, con lo que ello significa en términos de calidad y bienestar de vida, y políticas que, aunque se diseñen con las mejores intenciones del mundo, pueden dañar precisamente a los destinatarios de las mismas, como, por ejemplo, a quienes residen o trabajan en zonas rurales. Por eso, mientras los modelos de desarrollo económico y social que laten tras las políticas de ámbito europeo, nacional, regional o local vean el territorio rural como un espacio para obtener únicamente recursos baratos o incluso como soporte para recibir gran parte de los desechos de un crecimiento insostenible, déjense de cuentos: aquí hay poco que hacer. El desarrollo local ya no se juega únicamente en los entornos próximos a las personas, sino en otras esferas de muy difícil control, casi siempre, por la población. Sepamos estas cosas tan evidentes para no defraudarnos con la visita de Rajoy, que, aunque haya sido bienintencionada, no cambiará la radiografía de Zamora.