CCuando yo estudiaba, en España no había másteres. Aun no había llegado aquí esa modernidad copiada, como tantas y tantas cosas, de los Estados Unidos. Por estos pagos, tras el Bachillerato, el Preu y un durísimo "examen de madurez" se entraba en Derecho, Medicina, Ciencias, Filosofía y Letras o alguna ingeniería, que eran las salidas habituales, las clásicas. Pero nos hicimos ricos y progres, llegó un aluvión de universidades y campus de todo tipo (públicas, privadas, mediopensionistas, on-line), proliferaron carreras, carreritas y carrerones para dar y regalar y aparecieron los másteres, eso que muchos calificaron como "sacacuartos con derecho al paro".

Ya no bastaba, no señor, con ser licenciado o doctor en tal o cual disciplina. Se necesitaban másteres, cuantos más mejor y si podían ser en una universidad extranjera con nombre raro, pues canela en rama. No importaba, no, que la tal universidad fuera desconocida, poco prestigiosa o sostenida por un magnate yanqui para que aprobaran, con nota, sus hijos. Lo que importaba era disponer de un papel, una orla o lo que fuera diciendo que Fulano de Tal tiene el máster en Conocimientos Empíricos de la Difusión Acanalada de Materias Frías al Tresbolillo impartido por la Universidad Versátil Avanzada de Saint Pufo´s en Ohio Sur. Eso molaba y generaba un oooohhh de admiración y envidia entre los conocidos.

Así que se extendió por toda España, Cataluña incluida, la necesidad de contar con un máster, mejor dos, tres o cuatro, para poder ser alguien en la vida.

-¿Qué está haciendo el chico, no se ha colocado todavía, porque ya hace un tiempo que acabó la carrera?, se preguntaba por la calle.

-Está haciendo un máster en lo suyo; ya es el tercero; nos cuesta un riñón, pero qué le vamos a hacer, ahora es lo que se lleva; sin los másteres no puede uno ni salir de casa, respondía el aludido.

De modo que los másteres se extendieron como la grama en majuelos sin arar ni escocotar. Y también invadieron, obviamente, a la clase política, sobre todo a aquellos cargos que necesitaban, por orgullo, altivez o soberbia, engordar su currículum vitae y sacar pecho ante tirios y toyanos. Licenciado en Ciencias Infusas, Doctorado en Musarañas Desequilibrantes y cuatro másteres relacionados con la Función Pública del Cacahuete, la Financiación del Mírame y no ne Toques, las Ventajas de No Trabajar por las Tardes y los Efectos Beatíficos de los Mítines en Horas de Siesta. La gente lee esto en la web del político en cuestión y cae postrada de hinojos y se apresta a poner a sus pies una docena de hachones y cirios pascuales.

Y, claro, la moda alcanzó a Cristina Cifuentes, gran esperanza blanca del PP madrileño y azote de supuestos corruptos criados bajo las alas de otra esperanza, la Aguirre. ¿Qué era una mujer lista, ambiciosa e inmaculada sin un máster? Nada, un bulto sospechoso. Y doña Cristina se fue a una universidad amiga de las miles que existen en Madrid, donde ya hay casi más universidades que zamoranos en Zamora. Por entonces, 2012, regía la Rey Juan Carlos el catedrático Pedro González-Trevijano, elegido más tarde magistrado del Tribunal Constitucional a propuesta del PP. Cristina Cifuentes fue nombrada poco después delegada del Gobierno en Madrid, desde donde fue ascendiendo hasta lograr en 2015 la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Una proyección sin límites, pero?

En pocos días se le han complicado su presente y su futuro. Y el añorado máster puede ser su tumba política. Falta poco para que Rajoy se refiera a ella como "esa señora de la que usted me habla". Y es que desde que eldiario.com publicó las presuntas irregularidades del máster de doña Cristina, todo ha sido un cúmulo de mentiras, chapuzas, medias verdades, rectificaciones y ausencias. Ausencias tan sospechosas como el Trabajo Fin del Máster, que no aparece, y la Memoria, que tampoco aparece. O rectificaciones apresuradas del rector y varios catedráticos. O las firmas falsificadas de dos de las profesoras del anunciado-inexistente tribunal calificador. O el cambio de dos No presentados por Notables. O los sobresalientes en asignaturas donde se matriculó más tarde. O las presiones de catedráticos y demás para cambios de actas. El asunto ya está en los tribunales, aunque doña Cristina diga que no dimite y que todo fue legal y correcto. ¡Qué forma de desprestigiar a la Rey Juan Carlos y, por extensión, al mundo universitario! ¡Y qué manera de discriminar a los miles de estudiantes que pagan y obtienen másteres sin enjuagues ni enchufes.

Ya lo dice el señor Medófilo: "Esto de los másteres es como el granizo, no acarrea más que desgracias".