Sí, ese señor que es ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, y que fue alcalde sevillano, y es un acérrimo cofrade macareno y de San Isidoro. Pues este penitente se envalentonó - "tirándose a la piscina"- para dictar lo que tienen que hacer sus tropas policiales, y de paso, su compañero de Gobierno del PP, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, y a la sazón colega de cánticos en la procesión del Cristo legionario de Mena en Málaga. Y lo que quería el ministro Zoido era inducir a los españoles a pensar que Puigdemont ha sido muy, pero que muy violento y ha cometido "pecados" de desorden público, sedición y rebelión.

Y tras ello, manda recaditos moralinos para que el juez del Supremo, Pablo Llarena, la jueza de la A. N., Carmen Lamela, los jueces belgas y los tribunales teutones y escoceses, lo tengan en cuenta y muy clarito. Violencia, la definición académica, política y judicial, la dicta solamente nuestro ministro Zoido. Empezó a acusar de ejercer la violencia a Puigdemont; siguió con los actuales presos independentistas, y ahora le ha dado por achacar también de violento a Guardiola exentrenador y exjugador del Barça. Todos son violentos y sediciosos, porque "acosar a quien no comulga con el independentismo es violencia; así como las presiones a jueces, policías y constitucionalistas, es también violencia". Lo dijo, y el ministro Zoido, y se quedó tan pancho. Así se lo espetó a más de 2,5 millones de independentistas catalanes y a otros tantos millones de ciudadanos pertenecientes a varias comunidades autonómicas de la Gran España. Dice el breviario semanasantero del ministro Zoido que "no respetar la legalidad del art. 155 es otra forma de ensañamiento violento, agresivo y airado".

Y sigue repartiendo doctrina con su manual: "los movimientos soberanistas catalanes son igual que ETA y la Kale Borroca". Y luego se puso a canturrear el himno de La Legión "El Novio de la Muerte", con mucho énfasis y fe delante del Cristo de Mena. O tengo que creer a aquellos que me han soplado al oído que -si observamos los labios del ministro y sus colegas penitentes- lo que realmente cantaban por lo bajines, era: "Puigdemont, llibertat, llibertat...".

El caso es que el ministro Zoido no incluyó en su amplio vademécum de violencia las continuas "pasadas" de la ley mordaza contra manifestantes, por ejemplo, en los casos de libertad de expresión, stop desahucios, defensa de derechos ciudadanos y represiones por manifestarse pacíficamente el 1 octubre en Cataluña. No citó los recortes bestiales que han sufrido los españoles con la reforma laboral y el rescate bancario; ni dijo nada de la corrupción y prevaricación contra las arcas públicas realizadas por su partido PP; ni mencionó los indultos a personajes elitistas con numerosas acciones delictivas.

El Consejo del Poder Judicial bien podría rescatar la transparencia e independencia en la aplicación de nuestras leyes. Y es un pensamiento común en numerosos juristas la opinión de que "un juez no puede obrar según su propia idea de justicia, máxime en asuntos que rezuman graves conflictos ideológicos". Pues creemos que si el juez o magistrado funda su justicia en su ideología, cuando ello es determinante, está, a nuestro juicio, prevaricando.

El ministro Zoido y el Gobierno de Rajoy deben aprender que Cataluña tiene que tener una solución a un problema de naturaleza política. Y por tanto, el tema catalán no se puede abordar desde el estrecho margen de la acción judicial y penal.

Y los independentistas, deben dejar atrás los delirios y las utopías secesionistas e intentar recuperar un Gobierno de la Generalitat "estable y sólido, que fulmine el 155".

Habrá que decirles, a Cospedal, a Zoido y a Rajoy, que lo que bulle en la calle -la indignación de la gente-, no es violencia ni sedición; es que arrecia la dignidad inconformista e igualitaria; se endurece el repudio a su forma de manipularnos, al insulto y al desprecio; hierven los ánimos de los ciudadanos humillados. Según ellos los peperos, eso es violencia; pero para muchos españoles y catalanes sean independentistas o no lo sean, no lo es; solo es resistencia ciudadana.

Hasta el Papa Francisco habla a sus curas y feligreses que sean "cercanos y callejeros a la gente", que esa es la clave del evangelizador. El mismo PP prepara a sus militantes "para hacer campaña permanente en la calle en conversación con los ciudadanos". Y las tropas de semana santa, con desfiles de pasos, capiruchos, militares, saetas, legionarios con cánticos de La Legión, también se dan en la calle entre la gente. Y no es violencia.

Medios de comunicación afines a la derecha hablan de que la política debe hacerse solo en las instituciones, no en la calle. Pero en esta legislatura el Parlamento no está haciendo política alguna ni nada que se le parezca, pues los partidos están bloqueados. Es la calle, los ciudadanos, la que toma el pulso de la política y la alumbra.

Desde el "A por ellos", del ministro Zoido y Catalá, el independentismo está muy descabezado por el art. 155 y el manual de uso judicial (delitos de sedición y rebelión, desobediencia, insurrección, corrupción, malversación de fondos, y alta traición...) Se señala a los manifestantes, a sus excesos de resistencia pasiva, como los causantes de esos violentos actos delictivos. Por eso, los políticos ineficaces -españolistas y catalanistas- hablan de las violencias del "procés".

Entonces, todas las familias catalanas de las asociaciones "Omnium Cultural y Asamblea Nacional Catalana, de clases burguesas, medias y bajas, trabajadores, profesionales, empresarios y élites políticas del soberanismo catalán, ¿todos son violentos? ¿Todas las acciones oficiales y las defensas legítimas del "procés" son violentas? El ministro Zoido decidirá, desgraciadamente.